Faltando 9 meses para la elección presidencial y legislativa, las coaliciones políticas comenzaron la carrera electoral en la búsqueda y posicionamiento de los candidatos que se intentan instalar de cara a esos trascendentales comicios.
La atención mediática suele concentrarse en la contienda por La Moneda, ya que eso determinará a quiénes conducirán el Estado en el próximo gobierno. Sin embargo, en el actual contexto, la definición más importante será la forma en que queden distribuidos los partidos y bloques en ambas cámaras del Parlamento.
Las últimas dos administraciones –la de Sebastián Piñera y Gabriel Boric– han demostrado que sin Congreso no hay gobierno. El atomizado sistema de partidos políticos, que tiene su base en el sistema electoral proporcional, provoca que sea prácticamente imposible alcanzar acuerdos en la sede del Legislativo.
La razón de esto es que colectividades, con apenas un puñado de congresistas, adquieren un tremendo poder de negociación, y actúan como bisagra, bloqueando, por lo general, las iniciativas que se tramitan en el hemiciclo. Por eso el país se encuentra en una parálisis hace prácticamente una década.
El problema es que mientras se mantenga este sistema electoral, no hay incentivos para que el panorama cambie. Esta es la misma razón de por qué las colectividades, que se han creado en los últimos años, optan por llevar candidatos presidenciales a primera vuelta.
Su negocio no está en que su postulante pase al balotaje, ya que saben que eso no ocurrirá, sino que buscan potenciar a sus candidatos al Congreso y así obtener algunos cupos.
Neutralizar al adversario
Es tal el absurdo al que hemos llegado, que se ha dejado de lado la búsqueda del bien común y entre las fuerzas políticas, prima más bien el ánimo de neutralizar al adversario e impedir que se mantenga en el poder, si es gobierno, o que llegue a La Moneda, si es oposición.
Es un juego de suma cero que nos tiene metidos en un pozo del que nadie parece estar dispuesto a salir. Y en medio de este zafarrancho se encuentran los ciudadanos, que observan impotentes cómo sus representantes no son capaces de consensuar políticas públicas que les mejore la calidad de vida.
Este es un fenómeno que no solo se está dando en Chile, sino que a nivel global en las democracias occidentales, donde la única forma de avanzar es que el bloque o partido que llegue al gobierno obtenga la mayoría en el Congreso. Ocurrió con el presidente Nayib Buleke en El Salvador, y ahora con Donald Trump en Estados Unidos.
De lo contrario, los avances que se pueden lograr son a fuego lento y a regañadientes, como le sucede a Javier Milei en Argentina, que no tiene mayoría en el Parlamento.
Sin Congreso, no hay Gobierno
El problema en Chile es más profundo aún, porque el sistema de partidos está tan atomizado, que resulta prácticamente imposible que quienes lleguen al gobierno tengan mayoría para realizar su plan de gobierno.
Algunos pueden ver esto como un factor de moderación y balanceo, ya que al estar más distribuido el poder en el Legislativo, no hay espacio para implementar programas radicales o refundacionales.
Y en parte es cierto, porque si la administración de Boric hubiese tenido mayoría en el Parlamento, habrían aplicado la retroexcavadora completa al sistema capitalista, como lo pretendieron hacer en mediante una nueva Constitución.
La situación no es muy auspiciosa, sea quien sea que gane la próxima presidencial. Y de cómo se distribuyan los escaños en el Congreso dependerá de la capacidad de los sectores políticos por alcanzar acuerdos dentro de sus propios bloques para maximizar los resultados en la elección legislativa.
Al menos en la derecha, alcanzar acuerdos para una lista única, es cada vez más lejano.
José Miguel Durana
Senador (UDI) por Arica y Parinacota
