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Resumen generado con una herramienta de Inteligencia Artificial desarrollada por BioBioChile y revisado por el autor de este artículo.

Sergio Ortega, actual docente de filosofía en Duoc UC, relata su difícil camino desde el Complejo Educacional Cerro Navia hasta la universidad. A pesar de las limitaciones de su colegio técnico, logró superar las adversidades académicas y sociales para ingresar a filosofía en la Universidad de Chile. Destaca la importancia de la gratuidad en su formación y el impacto positivo que ha tenido como profesor, brindando esperanza y apoyo a sus alumnos.

Sergio Ortega, siempre fue un alumno dispuesto a aprender. Desde que asistía a clases en el Complejo Educacional Cerro Navia, lo más importante en su vida era el estudio.

En ese sentido, como estudiante buscaba cumplir el propósito de estudiar una buena carrera en la universidad.

Aunque en el establecimiento, los alumnos podían elegir dos especialidades, manipulación de alimentos y mecánica. Lo que claramente restringía su proyecto de vida. “En mi caso yo siempre quise ir a la universidad, aunque la verdad para ese entonces no dimensionaba lo que eso significa”, plantea el actual docente del programa de Ética y formación Cristiana en el Duoc UC, de la sede de San Bernardo.

Así las cosas, mientras Sergio preparaba la Prueba de Selección Universitaria (PSU) en el 2010, en un preuniversitario de su comuna, se dio cuenta de que tenía que redoblar sus esfuerzos para alcanzar su sueño. “Tú notabas la distancia que tenías con otros alumnos. Yo siendo el mejor dentro de mi generación, te das cuenta de que en realidad tu nivel era bastante bajo”, recuerda en un tono reflexivo.

Paralelamente, mientras cursaban el programa de propedéutico de su colegio, Sergio notó con resignación, que no estaba preparado académicamente para la universidad. “Cuando nos propusieron en el colegio técnico ir a la universidad, para ese entonces yo había perdido la fe de pasar la PSU. Yo en el propedéutico me di cuenta de que no sabía leer ni escribir bien, de matemáticas ni hablar, había cosas que no entendía y que se supone uno debía saber”, expone a la presente redacción.

Cedida

El profesor reflexiona que parte de sus compañeros no tenían un proyecto para el futuro, hasta apoderados y vecinos del sector señalaban que de su colegio técnico “salían puros delincuentes”. “Algunos compañeros tenían padres que eran ladrones, traficantes, incluso había hijos de asesinos”, afirma.

“Desde el otro punto de vista, a mí me pasó que en mi colegio, no siempre había profesores con vocación para enseñar”, expresa Ortega con frustración. “Entonces fue en el propedéutico que fue la primera vez que vi profesores que tenían vocación o que amaban lo que hacían o les apasionaba. Eso en mi colegio era muy raro de ver”.

“Una de las cosas que siempre me marcó, fue que de todas las personas que podíamos aspirar a llegar a la universidad, de los 40 alumnos, fui el único que levantó la mano y un par de compañeros como para ir a la universidad y ni siquiera ir a la universidad, sino que participar en un proyecto que te permitiera entrar”.

La libertad de poder elegir

Debido a que no conocía otra realidad, Sergio Ortega quedó maravillado con el mundo de posibilidades que se le abría a sus ojos. Así pues, el académico detalla que “es muy raro que ese otro mundo aparezca, si tú no conoces gente que vive fuera de ese mundo amurallado, por ende, ningún alumno se iba a proyectar en tener estudios superiores”.

“Fue necesario conocer el mundo del propedéutico para darte cuenta de que hay más opciones”, puntualiza.

Esta apertura mental se dio precisamente al entrar a estudiar derecho en la Universidad Alberto Hurtado, para luego con el tiempo decidirse por estudiar una pasión que encontró en el camino: la filosofía, que pudo estudiar después de cambiarse a la Universidad de Chile en 2018. “Mientras en el derecho realmente tiene reglas que están asumidas y que deben ser aplicadas, en la filosofía se cuestiona y se llega al sentido de todas las cosas”.

“Tengo recuerdos bastante bonitos, aunque yo entré ya con la gratuidad, gracias a la gratuidad pude sacar la carrera, sin ella no habría avanzado en la licenciatura en filosofía, nunca la habría sacado”, remarca Ortega.

“Me doy cuenta de que la filosofía siempre te da herramientas y opciones para afrontar situaciones y problemas. No necesariamente lo resuelve, pero sí te ayuda a lidiar con ello”, cree Ortega, que actualmente hace clases en el Duoc UC.

De este modo, en retrospectiva, después de titularse en la Universidad de Chile, a Ortega la vida le cambió por completo. “Curiosamente, pese a mi poca fe en el mundo laboral, me demoré pocos meses en encontrar trabajo desde que me gradué en el 2022”.

“Una de las cosas bonitas que me ha pasado como profesor, es que hay muchos alumnos que me cuentan vivencias relacionadas con los temas que trabajamos. Se ven reflejados su vida, sus trayectos de vida o los problemas que han tenido y de diferente tipo, personales, laborales y académicos. Hay alumnos que me han dicho que son mejores personas gracias a mis clases, algo que no me esperaba, como ese reconocimiento del mismo alumnado”, enfatiza.

“El otro día hablé con un alumno que reprobó el ramo y otro más por falta de responsabilidad. Estaba frustrado y me preguntó si aún se podía hacer algo y le dije que no. Que ya pasó el tiempo, llego tarde. Me habló de la injusticia que siente porque no fue que quiso faltar, fue algo fortuito. Le compartí los fracasos y frustraciones de otros alumnos, le comenté los míos. Y le comenté que se sigue viviendo después de eso, que es normal en la etapa de formación, que lo importante es que lo vuelva a intentar, que hay más oportunidades, que se centre en la formación que necesita. De ahí conversamos sobre el aprendizaje, el rol profesional, la vida laboral, y luego sobre Dios, las creencias y esas cosas. Ya que se apoyaba bastante en Dios. Me agradeció la conversación, salió más tranquilo y con esperanza. Tengo fe en que logrará su cometido”.

“El otro día recordé a una alumna que me dijo a modo de reprimenda: ‘profe, usted tiene mucha fe en los alumnos’. Se reía, como si fuera, un fenómeno inútil”. “Pero, pensaba, si yo no les tengo fe, ¿quién?”, cierra con emoción en sus palabras.