Estas prácticas se manifiestan en las fake news, los deepfakes y el uso de redes sociales como herramientas de influencia electoral.

Como señalaba el humorista Álvaro Salas, “al chileno le gusta el chiste corto”. En un contexto donde amplios sectores de la población deben priorizar la satisfacción de necesidades básicas —considerando la pirámide de Maslow—, los discursos breves, simples y tajantes suelen tener mayor eficacia comunicativa.

Desde una perspectiva pedagógica, reflexionar sobre estos puntos -de cómo un sector prioriza respuestas inmediatas a necesidades básicas y otro aspira a avanzar hacia horizontes de autorrealización y bienestar colectivo de más largo plazo-, nos puede dar luces de las tensiones y polarización actual. Este escenario lo entendió muy bien un sector político, que orientó su relato hacia mensajes diseñados para conectar mejor con la ciudadanía.

El clima público, advierte el sociólogo Juan Pardo, se ha visto afectado por discursos altisonantes, especialmente en períodos electorales, que amplían la polarización afectiva y debilitan la deliberación democrática.

La historia chilena confirma que estos procesos no son nuevos: desde la Guerra Civil de 1891, pasando por las crisis de las décadas de 1920 y 1930, hasta la polarización estructural que desembocó en 1973, descrita por el historiador Joaquín Fermandois como una verdadera “guerra civil política”.

Lee también...
La resurrección del modelo Lunes 29 Diciembre, 2025 | 09:33

Más recientemente, el Premio Nacional de Historia Gabriel Salazar ha señalado que el estallido social de 2019 fue la expresión de una crisis de legitimidad y representatividad acumulada por décadas. Estos procesos han estado acompañados por desinformación, tergiversación y construcción de enemigos internos, como ocurrió con el llamado Plan Z en 1973.

Hoy, estas prácticas se manifiestan en las fake news, los deepfakes y el uso de redes sociales como herramientas de influencia electoral. Investigaciones advierten sobre los filtros burbuja, los bots, la propaganda digital y la amplificación selectiva de contenidos. En un país donde el 92% de los adultos usa redes sociales, el impacto sobre el debate público es significativo.

Este fenómeno se agrava cuando una parte importante de la población enfrenta bajos niveles de alfabetización mediática, digital y lectora. Según la OCDE, un 57% de los adultos en Chile solo comprende textos simples, lo que limita el pensamiento crítico y la capacidad de tomar decisiones informadas.

La respuesta es la educación. No para imponer verdades, sino para despertar la duda, enseñar a analizar, verificar y preguntar. Hoy no basta con el qué de las promesas; es indispensable exigir el cómo, cuándo y dónde.

El desarrollo del pensamiento crítico, reconocido por la Unesco como una habilidad clave del siglo XXI, es una tarea urgente para afrontar los desafíos globales de sostenibilidad.

Las nuevas Bases Curriculares de la EPJA y el currículum vigente avanzan en esta dirección, sumado a docentes que incorporan metodologías activas que sitúan a las y los estudiantes en el centro del aprendizaje, se está promoviendo personas más autónomas, conscientes de las desigualdades y críticas.

Solo así podremos superar la herencia de una “educación bancaria” como advertía Paulo Freire, reducir la polarización y fortalecer la democracia. Porque más allá de por quién se vote, lo esencial es el bienestar de las personas y la capacidad real de tener el poder de elegir a conciencia.

Jorge Cortés Vásquez
Profesor de Ciencias Naturales.
Experto en Educación de Jóvenes y Adultos.

Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile