La diferencia con enfoques recientes resulta evidente. Frente a una política exterior marcada por la reactividad, el simbolismo o la autoafirmación discursiva, emerge ahora una señal distinta: orden, jerarquización de prioridades y recuperación del sentido estratégico del Estado.

La política exterior de Chile ha sido, históricamente, uno de los ámbitos donde el país mejor expresó su sentido de Estado. Más allá de los gobiernos de turno, primaron principios claros y compartidos: defensa del interés nacional, continuidad institucional, respeto al derecho internacional, prioridad a la política vecinal y una diplomacia profesional, sobria y previsible.

Cuando esos principios se respetan, Chile gana influencia y credibilidad. Cuando se relativizan, el país se diluye en el ruido regional.

Bajo esa perspectiva, el reciente despliegue internacional del presidente electo José Antonio Kast no debe leerse como una sucesión de gestos aislados ni como una gira efectista. Se trata, más bien, de una señal temprana de reposicionamiento estratégico, coherente con la mejor tradición diplomática chilena: anticipación, lectura realista del entorno y acción antes de asumir formalmente la Presidencia el 11 de marzo de 2026.

La primera escala de este despliegue fue Buenos Aires, donde Kast sostuvo una reunión con el presidente argentino Javier Milei. Más allá de elementos anecdóticos ampliamente difundidos, el encuentro respondió a una lógica clásica de política exterior: establecer un canal directo con un vecino estratégico, abordando desde ya materias sensibles como migración, seguridad y coordinación económica. En diplomacia, iniciar el diálogo a tiempo suele ser más relevante que cualquier gesto simbólico.

Antes de continuar su gira, el presidente electo realizó una escala en Lima, donde sostuvo una reunión con el canciller peruano Hugo de Zela. En ese encuentro se abordaron temas de interés común, particularmente en materia de seguridad fronteriza, migración irregular y cooperación regional, además de reafirmarse la centralidad de la relación chileno-peruana como eje estructural de la política vecinal.

Posteriormente, en Quito, Kast se reunió con el presidente Daniel Noboa, acompañado por los senadores electos Rodolfo Carter y Cristián Vial. El contenido del diálogo fue directo y sustantivo: seguridad regional, combate al crimen organizado transnacional y gestión coordinada de los flujos migratorios. En un contexto regional marcado por el avance del narcotráfico y la violencia organizada, la conversación reflejó una comprensión compartida de que estos desafíos requieren respuestas conjuntas entre Estados.

En ese marco, se exploró la posibilidad de avanzar hacia mecanismos regionales de carácter humanitario para enfrentar de manera ordenada la crisis migratoria, particularmente respecto de personas en situación irregular. Más que consignas, lo que se observa es una aproximación pragmática, consciente de que la migración desbordada es hoy un fenómeno regional que no admite soluciones aisladas ni discursos voluntaristas.

Concepción clara de la política exterior

Este conjunto de acciones no responde a una lógica comunicacional, sino a una concepción clara de política exterior: diplomacia sobria, anclada en el interés nacional, orientada a resultados y alejada de la tentación de convertir la acción internacional en una extensión del debate ideológico interno.

A ello se suman los gestos tempranos hacia Estados Unidos, que reafirman una constante histórica de la política exterior chilena: mantener relaciones estratégicas maduras con los principales actores del sistema internacional, desde una posición de autonomía y realismo.

La diferencia con enfoques recientes resulta evidente. Frente a una política exterior marcada por la reactividad, el simbolismo o la autoafirmación discursiva, emerge ahora una señal distinta: orden, jerarquización de prioridades y recuperación del sentido estratégico del Estado. En diplomacia, los países que improvisan reaccionan tarde; y los que reaccionan tarde, pagan costos.

Lee también...
2026: Diplomacia desfinanciada Sábado 06 Diciembre, 2025 | 08:00

Las señales iniciales del presidente electo José Antonio Kast Rist remiten a una convicción que Chile supo cultivar durante décadas: la política exterior no es un espacio de ensayo ni de aprendizaje sobre la marcha, sino una función esencial del Estado que exige conocimiento, experiencia y conducción especializada. Cuando esa premisa se respeta, el país actúa con previsibilidad y fortaleza; cuando se abandona, pierde influencia y capacidad de anticipación.

El escenario internacional actual -fragmentado, competitivo y crecientemente inseguro- exige una Cancillería orientada por criterios estratégicos claros, con énfasis en la política vecinal, atención permanente a la seguridad regional y una inserción internacional pragmática, capaz de dialogar con todos los actores relevantes sin complejos ni subordinaciones automáticas.

No se trata de volver al pasado, sino de reapropiarse de una tradición diplomática que combinó profesionalismo, continuidad institucional y defensa del interés nacional.

Si el próximo gobierno aspira a reposicionar a Chile con seriedad y gravitación real en el concierto internacional, la política exterior deberá estar a la altura del desafío. Chile no puede darse el lujo de aprender sobre la marcha. La diplomacia se construye con método, conocimiento histórico y visión estratégica.

Las condiciones están dadas. El momento es ahora.