Durante sus juicios en Rusia, el opositor número uno al Kremlin, Alexei Navalny, aparece como un acusado indisciplinado, que encanta a sus seguidores y horripila a jueces y fiscales, con sus mil y una facetas de marido amante, orador carismático o colérico preso político.

Las imágenes han dado la vuelta al mundo. A principios de febrero, cuando la justicia lo envió a la cárcel, Navalny se encogió de hombros en su jaula de cristal, y dibujó un corazón con su manos, dirigido a su mujer Yulia, presente entre el público.

El gesto se reveló eficaz. En los medios independientes o extranjeros, en las redes sociales, se multiplicaron los comentarios sobre la “valentía” y el romanticismo del opositor.

Navalny, que desde hace años incomoda al poder con sus investigaciones anticorrupción contra Vladimir Putin y su entorno, se convierte ante los ojos del mundo en un marido modelo, valiente víctima de la implacable maquinaria judicial rusa, y ello solamente pocos meses después de un envenenamiento que estuvo a punto de costarle la vida.

Pero su lado desafiante emerge también ante el tribunal que lo condenó a casi tres años de cárcel. Ante los jueces, Navalni pronunció una verdadera requisitoria contra el sistema político y judicial ruso, que según afirma intenta destruirlo a él y a sus partidarios.

Días antes, miles de personas que manifestaron por su libertad fueron detenidas tras concentraciones en varias ciudades rusas.

“¡Ustedes no pueden encarcelar a todo el mundo!” gritó, ignorando a la jueza que le ordenaba no transformar la audiencia en mítin político.

“Combatiente revolucionario”

“Su discurso era similar al de un combatiente revolucionario” dice a la Agence France-Presse el politólogo Konstantin Kalashev, para quien el opositor “cuida su imagen”.

Pero no siempre Navalny es un opositor apasionado, a veces puede ser fulminante.

En un proceso por difamación, el 5 de febrero, llegó a hastiar a la jueza Vera Akimova, quien lo amenazó con excluirlo de la audiencia. Y este viernes, en la continuación de ese juicio, volvió a atacar a la misma jueza.

“Debería usted recusarse a sí misma deje ya de cubrirse de vergüenza, vaya a asistir a cursos para mejorar sus conocimientos de derecho”, lanzó Navalny a la magistrada.

En este juicio, donde Navalny está acusado de haber difamado a un veterano combatiente de 94 años, el opositor interrumpe al fiscal, multiplica las exigencias, a veces absurdas, e interpela a los testigos.

Navalny acusa a las autoridades de manipular a su acusador, el nonagenario Ignat Artiomenko, y de poner su vida en peligro con el objetivo de someter a otro juicio al opositor.

“¡No vivirá hasta el fin del proceso! Si le pasa algo, ustedes serán los culpables…”, afirmó. “Se irán al infierno por haber organizado esta mascarada”, agregó Navalni.

Los adversarios del opositor aprovechan estas actuaciones para acusarlo de inestabilidad. La jefa de la televisión de Estado, Russia Todan (RT), Margarita Simonyan, comentó en Twitter que este “comportamiento solo se puede explicar por que (Navalny) ha dejado de tomar sales de litio en plena fase maníaca bipolar”.

Para Kalashev, el opositor quizá “fue demasiado lejos con el veterano”, pero lo esencial para Navalny es conquistar a la juventud rusa, la que solamente ha conocido a Putin, aspira a cambios y solamente se informa por internet y no por los medios tradicionales bajo control del Estado.

El opositor ha conquistado ya a buena parte del público con sus espectaculares videos, su artículos de blog y sus mensajes en Instagram, llenos de humor e ironía.

Navalny “habla el mismo idioma que los jóvenes” subraya Kalashev. “Su ropa, su mujer, su familia… Representa a la clase media de las ciudades, la de los urbanos encolerizados”.