El futuro del vínculo exige, sin embargo, un nuevo salto cualitativo. Es el momento de impulsar una Relación Bilateral 3.0, que vaya más allá de los necesarios espacios generados por el mundo empresarial y el Consejo Empresarial Chile–Perú.
El presidente electo de la República de Chile, José Antonio Kast Rist, visitará Perú en enero de 2026. La señal es clara y políticamente significativa: Lima ocupa un lugar prioritario en la agenda internacional del próximo gobierno.
No se trata de una visita de cortesía ni de un gesto protocolar, sino de una definición estratégica orientada a consolidar, profundizar y proyectar una relación bilateral ya madura, sólida y bicentenaria, en un contexto regional que exige claridad, coordinación y visión de Estado.
Esta visita se inscribe en una agenda internacional que el presidente electo ya ha comenzado a desplegar -como quedó de manifiesto con su reciente viaje a Argentina- y que ahora incorpora al Perú como un socio estratégico clave. En un escenario marcado por la incertidumbre económica, los reacomodos geopolíticos y desafíos compartidos, reforzar el vínculo chileno-peruano no solo es oportuno, sino necesario.
Chile y Perú mantienen una relación que ha sabido trascender coyunturas políticas y cambios de signo ideológico en ambos países. En el plano económico, los datos son elocuentes: el flujo de inversiones recíprocas supera los 34 mil millones de dólares, mientras que el intercambio comercial promedio anual ha bordeado los 3 mil millones de dólares en los últimos años.
A ello se suma un elemento estructural pocas veces destacado: en Perú operan actualmente cerca de 600 empresas chilenas, de las cuales aproximadamente un 70% pertenece al sector servicios, reflejando una integración productiva profunda y diversificada.
Sin embargo, sería un error reducir el vínculo bilateral a lo político, económico o comercial. La relación entre Chile y Perú es mucho más profunda y hoy se sostiene sobre una base social y humana que le otorga una solidez difícil de erosionar.
Más de 260 mil ciudadanos peruanos residen en Chile, constituyéndose en una de las comunidades extranjeras más numerosas y mejor integradas, con un aporte significativo al desarrollo económico, social y cultural del país.
Esa integración se expresa también en espacios cotidianos que suelen pasar desapercibidos. Un hecho revelador es la presencia sostenida de comerciantes peruanos, mayoristas y supermayoristas, en circuitos clave de abastecimiento como La Vega Central, donde participan activamente en la distribución de alimentos y productos esenciales que llegan cada día a la mesa de millones de chilenos. Es una expresión concreta de cómo la relación bilateral se vive en la práctica, lejos de los discursos oficiales.
Ambos pueblos están unidos también por la fe y por tradiciones que atraviesan generaciones. La presencia del Señor de los Milagros en Santiago, manifestación religiosa nacida en Perú, convoca cada año a multitudes que desbordan lo comunitario y se transforman en un punto de encuentro entre peruanos y chilenos. Miles de personas caminan juntas, se congregan y se reconocen en una misma expresión de espiritualidad compartida.
A ello se suman tradiciones culturales profundas, como el vínculo con el caballo, animal que ha acompañado la historia de ambos países. Para el huaso chileno, el caballo es identidad y pertenencia; para el chalán peruano, es destreza, tradición y orgullo. Expresiones distintas, pero conectadas por una misma raíz cultural.
Desde la experiencia de quien ha seguido y trabajado la relación bilateral por más de 25 años, hay un elemento estructural que ayuda a comprender tanto los avances como las tensiones: Chile ha tendido históricamente a observar su vínculo con Perú desde una lógica más transaccional, mientras que Perú lo concibe desde una mirada más relacional, histórica y de largo plazo. El desafío estratégico no es optar por una u otra, sino lograr la convergencia de ambas miradas, complementarlas y proyectarlas hacia el futuro común.
En este contexto, existe un ámbito menos visible, pero estratégicamente central: la relación entre las Fuerzas Armadas de Chile y del Perú. En el último año se han desarrollado visitas oficiales, encuentros de alto nivel y mecanismos formales de diálogo entre los mandos superiores, particularmente en el ámbito del Ejército y de los estados mayores conjuntos. Estos intercambios reflejan un grado de confianza institucional que no se improvisa y que constituye un activo estratégico para la estabilidad, la cooperación y la seguridad regional.
La visita del presidente electo José Antonio Kast al Perú se produce también en un contexto político sensible que requiere ser abordado con responsabilidad.
Durante la campaña presidencial se generó tensión en torno a la salida voluntaria de migrantes en situación irregular desde el norte de Chile hacia el Perú. Hoy, esa situación ha comenzado a ordenarse institucionalmente y ha sido abordada mediante mecanismos de coordinación bilateral, en particular a través de un comité binacional, que permite canalizar este proceso desde una lógica de cooperación, respeto mutuo y enfoque humanitario.
Relación Bilateral 3.0
El futuro del vínculo exige, sin embargo, un nuevo salto cualitativo. Es el momento de impulsar una Relación Bilateral 3.0, que vaya más allá de los necesarios espacios generados por el mundo empresarial y el Consejo Empresarial Chile–Perú.
Sin restarles importancia, la profundidad del vínculo demanda hoy una articulación más amplia que involucre al Estado, a los territorios, a la academia, a la innovación y a la defensa, con una mirada estratégica compartida.
En esa línea, he planteado recientemente -ante el Instituto de Ingenieros de Minas del Perú- la necesidad de avanzar hacia la creación de una Zona Franca del Cobre Chile–Perú. Ambos países concentran una parte sustantiva de la producción y las reservas mundiales de cobre, mineral clave para la transición energética y la economía del futuro.
Una Zona Franca del Cobre permitiría integrar encadenamientos productivos, atraer inversión tecnológica, desarrollar capacidades conjuntas en refinación, manufactura avanzada y servicios mineros, aumentando la captura de valor agregado y fortaleciendo las regiones mineras del norte chileno y del sur peruano. Además, dotaría a ambos países de una mayor capacidad de articulación geopolítica en un mercado estratégico global.
Así las cosas, la próxima visita del presidente electo José Antonio Kast al Perú abre, así, una ventana de oportunidad que no debe desaprovecharse. No se trata únicamente de administrar una relación que funciona, sino de decidir qué tipo de relación queremos construir para las próximas décadas.
En un entorno internacional cada vez más competitivo y fragmentado, Chile y Perú tienen la posibilidad real de pensarse como un eje estratégico sudamericano, capaz de articular intereses comunes en minería, energía, logística, seguridad y desarrollo territorial.
En ese marco, la coordinación que ambos países ya han comenzado a desplegar para encauzar ordenadamente la salida voluntaria de migrantes en situación irregular confirma que, cuando existe voluntad política y canales institucionales activos, las soluciones surgen como parte natural de una relación madura. Convertir la vecindad en estrategia, y la cercanía en proyecto compartido, es el desafío que queda planteado. Y esa definición -más que el gesto protocolar- es la que le da verdadero sentido político a este viaje.
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