El peronismo, herido por la derrota en las presidenciales de Argentina del pasado domingo, se apresta a volver a las trincheras de la oposición muy fragmentado y sin un líder prominente.

El movimiento político alumbrado por el tres veces presidente argentino Juan Domingo Perón (1895-1974) trata de asimilar el triunfo del libertario Javier Milei, quien asumirá la Presidencia el próximo 10 de diciembre y cuya victoria se asienta en buena parte en el fracaso del Gobierno de Alberto y Cristina Fernández.

Ambos son referentes de corrientes enfrentadas dentro del Partido Justicialista (PJ, peronista), un movimiento amplio, cuyo arco político va de la izquierda a la derecha y que contiene incluso a expresiones disidentes de la gobernante.

Sergio Massa, el derrotado candidato presidencial del oficialismo, es, de hecho, líder del Frente Renovador, una especie de “tercera vía” entre el kirchnerismo de la vicepresidenta Cristina Fernández y el peronismo del presidente Alberto Fernández.

Intentando hacer equilibrio entre ambos cuando la coalición gobernante parecía una olla a presión por su incapacidad para responder a las demandas sociales ante un acelerado deterioro económico, en julio de 2022 Massa tomó las riendas de la economía argentina en una arriesgada apuesta para lograr un viejo objetivo personal: llegar a la Casa Rosada.

La jugada salió mal. Sorprendió al ser el candidato más votado en las elecciones generales de octubre, pero, a pesar de haber mejorado su desempeño hasta acaparar 11,5 millones de votos en la segunda vuelta del pasado domingo, quedó más de once puntos por detrás de Milei.

“Esto es, de alguna manera, un fracaso residual del kirchnerismo, más allá de que quien perdió es Massa”, dice a EFE el analista político Jorge Arias, de la consultora Polilat, para quien dentro del peronismo “ya hay patrullas de la venganza tratando de encontrar responsables” de la derrota.

Según el experto, el resultado electoral “deja al peronismo con una fragmentación muy fuerte”, con “islas de poder” en cabeza de algunos de los ocho gobernadores peronistas de provincias que habrá a partir de diciembre, como el bonaerense Axel Kicillof.

“No tengo dudas de que fragmentos del peronismo ya deben estar saltando en garrocha (pértiga) en ayuda del ganador Milei”, señaló Arias.

Alberto Fernández quedó fuera del juego del poder. Es una incógnita qué sucederá con Massa, quien este domingo aseguró que había acabado una etapa de su vida política pero que este lunes aseveró que se mantiene al frente de la cartera económica.

Y Cristina Fernández, que sobrelleva varios procesos judiciales y quedará sin fueros el 10 de diciembre, posee un “liderazgo corroído por el paso del tiempo y por muchos de sus errores estratégicos”, observó Arias.

Según el experto, es Milei quien “jugará en la reconfiguración del peronismo” cuando defina quién es su principal opositor.

“Este nuevo poder naciente va a elegir tanto su enemigo como el formato que le va a dar eventualmente a su lucha contra la ‘casta política’ y, en ese marco, veremos a quién le otorga el rol del enemigo a vencer, que será quien quede empoderado hacia el interior del peronismo”, apuntó el analista.

Entre tanto, el justicialismo tendrá que acomodarse otra vez a su rol de principal fuerza opositora, como primera minoría tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado.

Allí se verá si los parlamentarios peronistas defienden o no su ideario en favor del rol del Estado y de los derechos de los trabajadores ante las iniciativas liberales de Milei.

A nivel territorial, sobre 24 distritos, ocho provincias serán gobernadas por el peronismo, en un contexto económico adverso en que los Estados provinciales tienen fuerte dependencia del reparto federal de fondos que hace el Estado nacional.

Otro núcleo de poder es el sindical, con la Confederación General del Trabajo, de raigambre históricamente peronista, como la mayor central obrera y capacidad para paralizar el país y movilizar gente en las calles.

Aquí también está por verse el comportamiento de los “caciques sindicales”, con gremios cuyos servicios de salud, prácticamente quebrados, dependen del auxilio financiero del Estado nacional.