La libertad no se proclama, se vive. Ese pareciera ser una premisa central en la vida de Eduardo Vilches. Y que la identidad se construye a partir de las raíces y las vivencias, no en la búsqueda de reconocimientos externos, en “globalizarse”, sino en permanecer fiel al terruño.

La prodigiosa Libertad en Dictadura

Al menos entre 1980 y 1987, fui testigo de un ambiente de libertad -si, de libertad- en la Escuela de Arte de la Universidad Católica que contrastaba, resultaba casi disociado, con la dictadura que reinaba fuera de los muros del Campus Lo Contador.

Esa libertad, que no negaba la realidad, existió gracias a los administradores del Campus y a varios profesores, como Gaspar Galaz, Jaime Cruz, Pedro Millar o Verónica Barraza, por mencionar algunos.

De todos ellos, Eduardo Vilches era -en los hechos- la referencia, el que, por su práctica, obra, consecuencia y ética, se había constituido en la autoridad, el espíritu de esa “isla” que sobrevivía, precaria, en parte gracias a su “lejanía”.

Galería Gabriela Mistral (c)
Galería Gabriela Mistral (c)

En la Escuela de Arte, Silvio Paredes (integrante de la banda Electrodomésticos) interpretó lo que en ese momento eran vanguardistas temas musicales -ante Eduardo Vilches, su profesor guía- que luego formarían parte del repertorio de la banda; Arturo Duclos pintaba cuadros llenos de falos erectos (en una universidad controlada por el Opus Dei) y Claudio Kocking (que era o fue presidente del centro de alumnos) cerró la Escuela con alambre pua, como una especie de campo de concentración (creo que la idea era mostrar que la dictadura tenía sitiada a la Escuela de Arte, no a la de Diseño y menos a la de Arquitectura). Desde rectoría llamaban y llamaban pidiendo explicaciones y que se desmontara todo, lo que se hacía a medida que Claudio, lentamente, explicaba cada una de sus intervenciones.

Los hechos descritos -ejemplos de una larga lista- no son anécdotas. Son muestras de una consecuencia interna de Eduardo Vilches y varios más que -a pesar de no ser jóvenes- ponían en riesgo -conscientes- mucho más que sus puestos de trabajo.

Eduardo Vilches no hablaba de política, la hacía en su práctica valorando a los estudiantes en su particularidad, estimulándolos a expresar sus propias ideas. Dando una libertad que era duramente reprimida en otros espacios, en casi todo el país.

Lo anterior se podría pensar que era algo propio de la Universidad Católica o del Campus Lo Contador (o Comendador, como lo nombrábamos en la época). La historia demuestra que no fue así. Y si bien en Lo Contador hubo mucha libertad gracias a Ricardo Astaburuaga y a quien lo sucedió en el puesto (no recuerdo su nombre, aunque retengo grandes momentos y gestos de él), en Diseño y Arquitectura la realidad fue diferente.

Crear un espacio real de libertad en dictadura son palabras mayores.

Eduardo Vilches, MNBA (c)
Eduardo Vilches, MNBA (c)

¿“Elitista” y “globalizado”?

En Chile, en general, se busca el reconocimiento de élites y círculos locales (generalmente académicos, relacionados a críticos o con apoyos económicos importantes), grupos cerrados que tienen un espíritu bastante cerrado, autorreferente. Se busca pertenecer a algún tipo de élite.

La otra estrategia, alternativa o complementaria, es la búsqueda de validación internacional (fórmula que han usado, por ejemplo, cineastas y artistas visuales), para lo cual se busca representar a Chile en Bienales u otras instancias, o de alguna causa que despierte interés en el extranjero.

Eduardo Vilches no se ubica en ninguna de esas estrategias, porque no ha buscado reconocimiento, no ha formado redes ni camarillas de poder. Se ha ganado un merecido prestigio por su actuar y por una obra sólida, que permite muchas lecturas sin renunciar a la belleza, una obra que remite a las raíces, a una identidad profunda vinculada a formas de ser y entornos específicos que nos hace ver de maneras nuevas.

Eduardo Vilches no enarbola banderas ni vocifera consignas, porque ha trabajado “como hormiga” (incansable y silenciosamente) dando ejemplo, que es otra forma de liderar.

No se ha subido a ningún “carro” ni ha “aprovechado” la contingencia: ha sido como el jardinero o el campesino que cultivan, que saben de periodos buenos y malos, que los ritmos de la naturaleza son otros y que no hay separación entre su vida y sus obras. En este caso, entre sus grabados y fotografías, la gran cantidad de artistas que florecieron con su ayuda y su vida, marcada por el respeto a los demás, por la dignidad .

Seis candidatos

Hay seis candidatos -conocidos- que optan al Premio Nacional de Arte: Ricardo Yrarrázaval (Santiago, 1931), Eduardo Vilches Prieto (Concepción, 1932), Lotty Rosenfeld (Santiago, 1943), Rodolfo Gutiérrez (Santiago, 1944), Juan Dávila (Santiago, 1946) y Ciro Beltrán (Santiago, 1965).

Varios de ellos tienen muchos méritos, en especial -a mi juicio- Lotty Rosenfeld y Juan Dávila. Los de Rosenfeld los plantea en una entrevista Fernando Balcells. Los de Juan Dávila, gran pintor radicado en Australia hace 35 años, los ha expuesto Nelly Richard en “Cita amorosa”(que también ha escrito sobre Rosenfeld), y

Desgraciadamente en Chile hay pocos premios, entonces los argumentos y criterios son tan diversos, que se deben poner en la balanza variables difíciles de equiparar.