Hace rato que es de noche, pero siguen sin saber nada. Cientos de allegados se apiñan ante las urgencias del hospital de Soma, en el oeste de Turquía, en busca de una señal de vida de sus seres queridos, desaparecidos en la explosión de la mina de carbón.

En medio del ulular de las sirenas, una ambulancia acaba de dejar a un nuevo herido. Los ojos se levantan, los cuellos se estiran, con la esperanza de reconocer un rostro, una prenda o un nombre inscrito en el casco.

Pero recién bajada por los enfermeros, la camilla se precipita en el interior del edificio, sin dejar atisbar la menor pista.

Detrás de una barrera y de los policías, Zulfer Yildirim espera noticias de su marido.

“Sigo esperando”, dice bajo su velo.

“Esta mañana Gunduz se fue a trabajar, como todos los días. Nos enteramos sobre las cinco de la tarde. Ahora son las tres de la mañana y sigo sin saber nada”.

A su alrededor aguarda una muchedumbre compacta y silenciosa de hermanos y hermanas, esposas, niños y colegas. Todos están impactados por el anuncio de la explosión, que ha reventado uno de los pozos de la mina de carbón de la compañía Soma Komur.

Según el último balance oficial, hay unos 200 muertos, y cerca de 400 mineros atrapados bajo tierra.

La espera es larga, larguísima, insportable.

“No sé dónde está mi tío”, dice con desespero la joven Rabia Karakiliç. “Miren la hora que es y todavía no lo han encontrado”, añade. “Hemos estado esperanzados, pero se hace muy difícil no saber dónde está”.

- Una familia entristecida -

De pronto, dos empleados del hospital salen del edificio. Megáfono en mano, se dirigen a la muchedumbre y leen despacio una serie de nombres de pacientes atendidos en su servicio. Dos mujeres salen del grupo, con los ojos llenos de esperanza.

“Aquí sólo atendemos los casos menos graves”, confía un médico. “La mayoría padecen asfixia y problemas respiratorios”, añade el doctor, que se niega a dar una cifra de los pacientes.

A algunos kilómetros de este hospital, una morgue improvisada recibe a los que no han sobrevivido al accidente.

Aunque la cólera ya es manifiesta alrededor del pozo reventado por la explosión, en la puerta del hospital todavía no ha cundido la indignación contra la falta de medidas de seguridad o “la obsesión por los beneficios” denunciada por algunos mineros.

“Es la primera vez que ocurre algo así aquí”, cuenta Arun Unzar, un compañero de las víctimas.

“Una vez perdimos a un amigo, pero lo de hoy es tremendo (…) dicen que explotó un transformador, pero no sabemos si será verdad”.

“Todas las víctimas son amigos nuestros, por eso los esperamos aquí”, añade Arun, intentando contener las lágrimas.

“Somos una familia, y hoy, esta familia está triste y apenada. Tenemos pocas noticias, y cuando llegan son muy malas”.