Brasil puso en marcha este año, con lentitud y diversas dudas, el proceso de organización del Mundial de fútbol de 2014, principalmente con retrasos en las obras de los escenarios y los trabajos de infraestructura que apuntalarán la competencia.

Brasil 2014

Brasil 2014

Prácticamente todas las obras de las 12 subsedes, que debían comenzar en mayo, tuvieron retrasos en el cronograma que establece que los escenarios deben quedar prontos antes del 31 de diciembre de 2012. Esto también preocupa porque Brasil organizará en 2013 la Copa de Confederaciones de fútbol.

Brasil realizará su segundo Mundial tras el que perdió con Uruguay en 1950.

Hacia junio pasado apenas seis de las 12 ciudades habían iniciado las labores e incluso hubo advertencias durante inspecciones de Jerome Valcke, secretario general de Federación Internacional FIFA.

Además, en el caso de Rio de Janeiro, las obras son más importantes pues organizará los Juegos Olímpicos de 2016.

Entre los principales problemas persiste la construcción de un estadio para la mayor ciudad brasileña, Sao Paulo, tras la eliminación del gigante Morumbí por falta de garantías financieras. El problema dejó a la gigantesca urbe en peligro en lo que toca al partido de inauguración, ante el apetito de ciudades como Porto Alegre y Belo Horizonte.

Tras idas y vueltas sobre el futuro de Sao Paulo, la CBF y autoridades ratificaron la sede tras un acuerdo con el club Corinthians, que anunció la construcción de un estadio en la zona de Itaquera para 48.000 aficionados.

El proyecto por unos 350 millones de dólares no tenía aún contrato ni se aclaró con que fondos se hará, pero Corinthians prometió ampliar la capacidad a 65.000 si fuera para el Mundial.

En Rio, tras varios aplazamientos, comenzaron en agosto las obras de renovación del Maracaná, templo del fútbol brasileño y palco de la final, a un costo de unos 400 millones de dólares.

Existían además cancelaciones de contratos y problemas legales para obras de otros estadios, el de Natal (noreste), lo que abría más dudas.

Un sondeo del diario Folha de Sao Paulo indicó en agosto que 57% de los brasileños no quería estadios construidos con dinero público.

Sin embargo, ni las autoridades brasileñas, ni las de la Confederación Brasileña (CBF) o la FIFA parecen incomodarse con los inconvenientes.

“Vamos a organizar el mejor Mundial jamás visto en el planeta”, dijo el presidente Luiz Inacio Lula Da Silva, en julio, en Sudáfrica al cierre del Mundial-2010.

En noviembre el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, expresó al deportivo local Lance!, que reconocía la existencia de “algunos problemas” y admitió que le preocupaban los atrasos.

“Hasta el momento estoy muy contento con la marcha (de las obras). No tengo dudas de que la Copa de Brasil será grandiosa”, dijo Blatter, para subrayar que “aún tenemos tres años y medio por delante, y tengo seguridad que las soluciones serán encontradas”.

Las otras obras de infraestructura, son un punto aparte y dependen de los gobiernos federales, de estados y el sector privado.

El principal problema para organizadores y autoridades es el de los aeropuertos, al borde del colapso y que en los últimos años se vieron desbordados por atrasos y cancelación reiterada de vuelos que crearon caos.

La solución es complicada por el flujo de inversión necesaria ante el aumento de la demanda y la mala estructura.

Un informe presentado al Congreso por la Infraero -estatal administradora de los aeropuertos- indicó que 16 terminales serán ampliadas con unos USD 3.700 millones para recibir los 2,7 millones de personas que se espera circulen entonces.

Obras como la extensión de vías de transporte o la deficitaria capacidad hotelera, también preocupan.

El gobierno federal ya aprobó medidas que flexibilizan el endeudamiento de los estados, facilitan la liberación de préstamos y las exoneraciones para la construcción.

Otro punto algido es el tema seguridad, principalmente en Rio, aunque el gobierno federal ya anunció apoyo pleno en ese sentido, lo cual quedó demostrado al final de noviembre con respaldo militar a la invasión policial de dos grandes reductos del narcotráfico carioca.