Hay escritores por los cuales nace un profundo sentimiento de gratitud. Como lector y hasta como espectador se les agradece. Porque invitan a leer de corrido. Escritores sin abuso de palabras. Sin adjetivos de sobra y sin que les sobre influencia literaria. Sin comas ni puntos por ego capricho. Sin historias tan excesivamente personales que llegan a ser desagradablemente crípticas. Escritores que no escriben. Más bien relatan y a la vez instalan al lector frente a una pantalla. Escritores que apagan las luces y encienden una película mental con sus libros. Por ejemplo Jorge Yacoman. “Espejos de una ausencia”, por ejemplo.

Por Marcel Socías Montofré

Tal vez si de algo que olvidaron los escritores –y artistas en general- es que el arte es Comunicación. Capacidad de generar empatía. Al menos sentir ese extraño y bien editado fenómeno de la buena literatura. Aquella honestamente fracturada de emociones.

Esa sensación de convertir las palabras en signos y los signos en imágenes. Rebobinando secretos a través de los ojos. Una escena. Un diálogo. Un storyboard que fluye descriptivo. Cercano. Próximo y prójimo. Un espejo. Al menos un buen reflejo de lo que somos. La soledad. La presencia de lo que quisimos ser.

Eso es lo que se agradece de Jorge Yacoman. Genera sospecha. Una buena sospecha. No escribe para lucir su prosa. No le hace falta. Tal vez ni siquiera le importa. Escribe por experiencia propia. Sin popcorn. Es sincero. Se le nota.

Lo que importa –y eso al menos trasunta de su estilo y estructura literaria- es el ánimo de sentar al lector en una butaca y mostrarle la escena completa. A oscuras. Que cada uno elija interpretación. Sin distracciones. Ni acomodadores. Ni verborrea. Directo al punto. Y el punto es contar.

El exquisito oficio del buen relato

Eso se agradece de Jorge Yacoman. Permite trasladar las percepciones. Facilita la posibilidad de imaginar la situación. Los personajes. Sus estados de ánimo. Sus quiebres dramáticos. Sus intimidades y confesiones. Diecisiete relatos que pasan por los ojos del lector frente a un espejo donde la única ausencia es uno mismo.

Porque leyendo a Jorge Yacoman el tema es el otro. La otredad. Ese vacío que poco a poco va rozando la sensación cómplice. Al menos de testigo presencial. La posibilidad de decir “estuve allí”. En ese relato. “Me pasó lo mismo”. En esa escena. “Espejos de una ausencia”. En ese diario de vida.

Eso –en humilde opinión- es el oficio de un buen escritor. Como alguna vez la Beat Generation. Sobre todo Neal Cassady. Como un “Hotel Pekín” del colombiano Santiago Gamboa. Como un dirty realism del cubano Pedro Juan Gutiérrez. Como todo escritor que sabe y cuenta y relata que la literatura se posibilita universal cuando se renuncia al aplauso fácil. Al servilismo del merchandising editorial para convertirse en una confesión. Un buen libro.

Un buen relato de Yacoman

Sincera confesión la de Jorge Yacoman. Libro y libreto de “Espejos de una ausencia”. Justamente eso provoca. Esa mirada interna. Esa sensación interrogante cuando se llega a la última página del libro. Esas ganas de haberlo leído más lento. Porque al llegar a la última de las 197 páginas del libro queda esa sensación.

¿Qué hago ahora? La respuesta no es fácil. Tal vez esperar otro libro de Jorge Yacoman. Otro espejo. Otra íntima posibilidad de seguir leyendo. Otra cinematográfica experiencia sin final. Otro libro.

Without End.

Espejos de una ausencia, Jorge Yacoman, Editorial Al Otro Lado (c)
Espejos de una ausencia, Jorge Yacoman, Editorial Al Otro Lado (c)

“Espejos de una ausencia”
Jorge Yacoman.
Editorial Al Otro Lado, 2019.