Benedicto XVI, primer Papa en 700 años que decidió renunciar, partirá este jueves en el helicóptero del Vaticano para instalarse durante dos meses en Castelgandolfo, la residencia veraniega de los papas, un suntuoso palacio a 30 km de Roma, donde podrá alejarse de la agitación del cónclave que elegirá a su sucesor.

“El Papa vivirá durante dos meses en el apartamento que ha ocupado siempre”, explicó Saverio Petrillo, director de la Villa Pontificia de Castelgandolfo.

Tras ese periodo, Joseph Ratzinger se instalará definitivamente en un ex convento del Vaticano, remodelado para acogerle como “Papa emérito”.

El palacio de Castelgandolfo, propiedad pontifical desde 1596, tiene una situación muy particular. Se construyó inicialmente en una colina de rocas con vistas al lago Albano, pero poco a poco se fue extendiendo hasta convertirse en un auténtico palacio en esta localidad de 9 mil habitantes, inscrita en la lista de los pueblos más bonitos de Italia.

Hoy, el edificio y sus jardines que gozan del estatuto de extraterritorialidad, ocupan 55 hectáreas, 11 más que el Estado del Vaticano, el más pequeño del mundo.

La propiedad, con vistas al mar por un lado y al lago por el otro, está situada a 426 metros de altitud, lo que garantiza a sus huéspedes noches frescas durante los tórridos meses de verano.

“El Papa, que normalmente viene en Pascua (este año el 31 de marzo) anticipó su estancia de un mes”, explicó Petrillo, que habla de una “situación de rutina en lo que concierne a la logística, pero excepcional por las circunstancias”.

La renuncia de Benedicto XVI “nos tomó por sorpresa, fue como un rayo en un cielo sereno”, reconoce este hombre amable de largos cabellos blancos, que entiende la decisión de retirarse a Castelgandolfo durante dos meses antes de instalarse definitivamente en el Vaticano.

“Ambiente familiar”

“Aquí el Papa reencuentra un ambiente familiar. No hay grandes obras de arte ni grandes salones”, explica Petrillo, mientras acompaña a los periodistas a través de un sinfín de pequeños salones de recepción de proporciones modestas, comparados con los grandes espacios del Vaticano.

Los jardines, con innumerables sendas de cipreses y parterres con setos de boj, se prestan a los largos paseos, que sin embargo Benedicto XVI no siempre aprovecha.

“Es un hombre estudioso, reservado, al que no le gusta el aire libre”, confiesa Saverio Petrillo.

El jueves el Papa se dirigirá hacia el helipuerto del Vaticano para ir hasta Castelgandolfo. A su llegada saludará desde el portal a los fieles en su última aparición como jefe de la Iglesia. Y a las ocho en punto (4:00 horas en Chile), la hora fijada para su renuncia, un pequeño destacamento de la Guardia Suiza cerrará la puerta.

A partir de entonces, acompañado por sus dos secretarios particulares y cuatro laicos que le ayudan en su vida cotidiana, Joseph Ratzinger, convertido ya en “Papa Emérito”, tendría que pasar la mayor parte del tiempo en sus apartamentos privados, en el ala del palacio, con vistas al mar.

“Aquí tengo de todo: montaña, lago e incluso veo el mar”, explicó el Papa en 2011.

La fachada actual del palacio es de Carlo Maderno, que la construyó después de que Urbano VIII decidiera en 1626 transformar oficialmente Castelgandolfo en residencia estival de los papas.

En 1773, Clemente XIV extendió la superficie del palacio añadiéndole la residencia del cardenal Camillo Cybo. En 1929, cuando el Vaticano y el régimen fascista de Mussolini firmaron los acuerdos de Letrán, el palacio se volvió a ampliar gracias a la adquisición de la Villa Barberini, que incluye las ruinas de la residencia del emperador Domiciano (años 51 a 96).

Más tarde Pío XI adquirió durante su pontificado (1922-1939) nuevas tierras para crear una explotación agrícola, donde todavía hoy se pueden ver vacas que contribuyen a la atmósfera bucólica de este remanso de paz.