Una revolución biotecnológica está en marcha para los caballos de polo de Argentina: los transplantes embrionarios permitieron duplicar el número de criadores y cuadruplicar las exportaciones del tipo ‘polo argentino’ en tiempo récord.

“Los criadores lo que compran es tiempo”, declara a la AFP Fernando Riera, propietario del centro de biotecnología Doña Pilar, pionero en Argentina, ubicado en Lincoln, en plena pampa, a 300 km al oeste de Buenos Aires.

Una yegua ‘polo argentino’ que normalmente habría tenido en su vida ocho potrillos como máximo después de terminar su carrera deportiva, puede hoy, gracias a esa tecnología, tener entre 30 y 40 potrillos (de 5 a 12 por año) mientras continúa jugando al polo.

“En el Campeonato Abierto de polo de Palermo, que es el más importante del mundo, mucho más de la mitad de los caballos que juegan son embriones. En la final, la mayoría son embriones”, destaca Riera, formado en Estados Unidos, mientras sigue de cerca el proceso de transplante embrionario. A veces las madres disputan el mismo partido que uno de sus potrillos.

El proceso es relativamente simple: el semen del caballo es recuperado y colocado en el útero de la yegua donante ‘polo argentino’. Al cabo de siete días, el óvulo es recuperado y si fue fecundado, es transplantado al útero de otra yegua, la ‘recibidora’, que no es un caballo de polo.

Este proceso permite cruzar los mejores pedigrees y obtener un caballo que, genéticamente, tiene todas las chances de transformarse en un campeón de polo.

“¡Mire cómo no se parecen!”, bromea Riera mostrando en un campo una yegua alazán que se ve afectuosa con un potrillo negro ‘polo argentino’.

“Contrariamente a los entrenadores, que son verdaderos artistas, nosotros no creamos nada, sólo hacemos más fáciles las cosas”, precisa con modestia Riera.

El impacto de los avances tecnológicos fue espectacular: el número de criadores de caballo ‘polo argentino’ en Argentina pasó de 350 en 2001 a 630 en 2011 y las exportaciones de caballos del mismo tipo se cuadruplicaron entre 2006 y 2010, según la consultora Unicorn SA.

En el Club de Campo “La Martona”, a 54 km de Buenos Aires, está Inge Schwenger, quien llegó de Alemania con su hijo de 21 años, Helge, para adquirir caballos para su escuela de polo en Berlín.

“Por un caballo de igual calidad, en Alemania se paga mucho más”, dice Helge, estudiante en Hamburgo, recuperando aún el aliento tras un entrenamiento.

“Es un argumento muy vendedor para nosotros tener caballos de polo argentinos, la calidad de estos caballos atrae mucho”, dice Inge desde lo alto de su yegua. Acaba de adquirir ‘Primavera’ por 8.000 dólares.

El transporte en avión costará lo mismo. Hay que pagar además 10% de tasas, lo que empujó en un momento a los Schwenger a ir ver por el lado de Chile y Uruguay. Pero volvieron al no encontrar allá la misma calidad.

“Son fáciles de maniobrar, tienen buen carácter, no son demasiados nerviosos. Para los principiantes, creo que son lo mejor para aprender polo”, agrega Inge.

Atento al entrenamiento de un potrillo en su estancia Aray-Sur, a 507 km de Buenos Aires, Marcos Heguy, 43 años, quien cría 300 ‘ponys’ al año y conserva embriones en el centro Doña Pilar, opina de igual modo.

“El caballo tiene que tener una gran sensibilidad para que vos, sólo con tus piernas y las riendas, puedas lograr ir y venir adonde quieras”, explica este heredero de una gran dinastía de jugadores de polo.