Los miles de aficionados al fútbol que se manifestaron con violencia frente al Kremlin, el sábado, gritando “Rusia para los rusos”, mostró el rostro de un país xenófobo, alejado de la imagen de modernidad que quieren dar las autoridades de cara al Mundial de 2018.

Kremlin | Panoramas (CC)

Kremlin | Panoramas (CC)

Los hechos del sábado son “pogromos”, según declaró este lunes el presidente ruso, Dmitri Medvedev. “Los actos que buscan animar el odio racial, nacional o religioso son especialmente peligrosos” y “amenazan la estabilidad del Estado”, agregó.

Las afirmaciones del jefe de Estado se producen en un momento en que la prensa del país constata la existencia de una xenofobia creciente en los rusos.

“Nazismo bajo los muros del Kremlin”, tituló el diario opositor Novye Izvestia, mientras que el periódico económico Vedomosti daba cuenta de que las autoridades pagaban el precio de la inacción.

“La subcultura de los hinchas (de fútbol) es xenófoba por naturaleza. Y hay que abordar seriamente ese problema, pero ni las autoridades del fútbol ni la fuerzas del orden quieren hacerlo”, abundó el periódico Vedomosti.

Mientras que la policía despliega habitualmente centenares de agentes antes de cada manifestación de la oposición, el sábado sólo puso un servicio de seguridad mínimo para hacer frente a los miles de hinchas radicales y militantes de extrema derecha que convergieron en el centro de Moscú.

Éstos atacaron a los policías y agredieron a los viandantes con “apariencia eslava”, según la expresión local, en unos enfrentamientos que causaron unos cuarenta heridos.

La manifestación pretendía, en principio, rendir homenaje a Igor Sviridov, hincha ruso del Spartak Moscú, asesinado a principios de mes en un enfrentamiento de aficionados radicales del club moscovita con jóvenes originarios del Cáucaso, región de mayoría musulmana del Sur de Rusia.

Un día después de la misma, un kirguís, natural de una república soviética de Asia Central, murió a manos de una quincena de jóvenes que lo apalearon antes de apuñalarlo mortalmente.

El sábado, pese a los saludos nazis y los cánticos racistas de la multitud congregada en la manifestación, el ministro del Interior, Rachid Nourgaliev, acusó a “las juventudes radicales de extrema izquierda”, cuyos miembros, según él, estaban infiltrados en la congregación para generar la violencia.

La extrema izquierda se percibe generalmente en Rusia como parte de la oposición al poder, mientras que los partidos nacionalistas apoyan al Kremlin.

En este contexto, nuevas manifestaciones se están preparando, y los medios de comunicación anuncian que la extrema derecha por un lado y caucásicos por otro prevén organizar movilizaciones el miércoles.

Además, las tesis racistas no dejan de ganar adeptos en la Rusia post-soviética, en un conflicto con el Cáucaso desde hace más de diez años.

De este modo, la divisa soviética “la amistad entre los pueblos” se ha cambiado por la de “Rusia para los rusos”, una idea que apoya el 54% de los ciudadanos del país que preside Medvedev, según un sondeo publicado en noviembre de 2009 del instituto independiente Levada.

“Los sentimientos xenófobos están en pleno crecimiento y la actividades de los radicales también”, constató Alexandre Verkhovski, director de SOVA, una ONG especializada en el estudio del racismo.

Esta tendencia pone de relieve la cuestión de la acogida que tendrán los aficionados extranjeros en el Mundial de 2018, cuya organización acaba de atribuirse a Rusia, país que también tiene una relación conflictiva con los inmigrantes, necesarios para un Estado que vive una grave crisis demográfica.

“No necesitamos habladurías del tipo ‘Rusia necesita o no necesita inmigrantes. ¡Los necesitamos como el aire!”, señaló recientemente el director del Servicio Federal de Migraciones (FMS), Konstantin Romodanovski.