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Resumen generado con una herramienta de Inteligencia Artificial desarrollada por BioBioChile y revisado por el autor de este artículo.

El estadounidense Bob Kull se aventuró en el sur de Chile en 2001 para vivir un año completamente solo enfrentando el clima extremo, acompañado por un gato que le hacía compañía y le ayudaba a saber si su pescado estaba fresco. Decidió estudiar su mente en condiciones de aislamiento en lugar del mundo natural, revelando su afinidad por la soledad desde su infancia en California. En la Patagonia, construyó un refugio y se dedicó a tareas diarias como pescar, cuidar del gato y meditar, enfrentando desafíos como un absceso dental que se sacó él mismo. A pesar de la conexión con la naturaleza, Kull experimentó periodos de depresión y soledad, pero obtuvo lecciones valiosas sobre descubrir su potencial y aceptar la realidad.

En 2001, el estadounidense Bob Kull llegó hasta el sur de Chile motivado por una búsqueda personal y académica: vivir un año completamente solo enfrentando el clima extremo.

El hombre fue acompañado por un gato, que además de hacerle compañía, le ayudó a saber si el pescado que atrapaba seguía fresco.

El entonces estudiante de doctorado en la Universidad British Columbia, decidió que el objeto de su investigación no sería el mundo natural, sino su propia mente en condiciones de aislamiento.

“Me di cuenta de que el animal que realmente quería estudiar era a mí mismo”, contó a BBC.

Su afinidad por la soledad venía desde mucho antes. Durante su infancia, fue criado en una zona rural del sur de California. Dormía en un pasillo sin privacidad y sentía que sus padres lo juzgaban constantemente.

Lo único que los unía como familia eran los pícnics en la naturaleza. “Desaparecer en un bosque, entre árboles y pastizales, era la única forma de relajarme y ser quien realmente soy“, recordó al mencionado medio.

Esta experiencia personal lo llevó a pasar largos periodos aislado en bosques de Canadá, donde en una oportunidad debió permanecer inmóvil durante toda una noche, sintiendo que un oso se acercaba.

En lugar de huir, se entregó al momento: “Si un oso necesita comerme, que así sea“.

Su viaje a la Patagonia

Ya en Chile, la Armada lo llevó hasta una pequeña isla sin nombre en la zona de Última Esperanza, a decenas de kilómetros de cualquier otra persona.

Al lugar llegó con provisiones, herramientas, una caña de pescar y materiales para construir un refugio. En un inicio, durmió en una carpa que terminó inundada por la marea, lo que lo obligó a levantar una cabaña sobre postes, hecha con madera contrachapada y lonas.

“Tuve que clavar cada grapa con un martillo, con los dedos agrietados por el frío. No paraba de martillarme y maldecir”, contó.

En su vida diaria debía reparar el refugio, buscar leña, pescar, cuidar del gato y meditar. En momentos extremos incluso sufrió un doloroso absceso dental y debió sacarse el diente él mismo.

“Me dolió mucho más pensarlo que hacerlo”, relató.

“No quiero que nadie interrumpa mi soledad”

Si bien tuvo una intensa conexión con la naturaleza, también atravesó periodos de depresión y soledad.

Sin embargo, confesó que su tiempo en el sur de Chile le dejó tres lecciones: descubrir su propio potencial, entregarse al momento y aceptar la realidad tal como es.

“No puedo controlar el clima exterior, pero puedo aprender a vivir con él… Lo mismo pasa con el clima interior. A veces hace sol y a veces hay tormenta”, reflexionó.

En la actualidad, el hombre de 79 años vive en Vancouver, Canadá y aún busca su refugio personal en lugares remotos.

No quiero que nadie interrumpa mi soledad“, sinceró.