La reinstalación de la Januquiá, pese a los ataques, es un acto de afirmación de respeto y esperanza. La luz de esa festividad representa la victoria de la fe sobre la oscuridad, de la vida sobre el terror y la muerte.

La imagen de la Januquiá cubierta con un paño negro en Puerto Montt no fue un gesto menor. Se trató de un símbolo poderoso de duelo, memoria y resistencia frente al antisemitismo que, lamentablemente, ha vuelto a manifestarse en nuestro país.

El Consejo de Pastores Amigos de Israel – Chile quiso dejar claro que la luz no se apaga, sino que se viste de memoria y solidaridad con las víctimas de un crimen que no puede ser relativizado, ni normalizado.

El atentado ocurrido durante la celebración de Jánuca en Sidney (Australia) sumado a los actos de vandalismo contra el candelabro de nueve brazos -que los judíos utilizan en la festividad de Jánuca- son señales preocupantes de intolerancia.

No se trata de simples expresiones políticas: desplegar banderas del grupo terrorista Hamás y levantar consignas de odio en medio de una ceremonia religiosa es un atentado directo contra la libertad de culto y la convivencia democrática. Chile no puede mirar hacia otro lado.

El llamado del consejo a las autoridades es urgente y necesario. Condenar el antisemitismo no es un gesto diplomático, es un deber ético. El lenguaje importa, las señales importan. Cuando se tolera la violencia verbal o simbólica, se abre la puerta a la violencia física y más. Nuestra democracia se sostiene en el respeto irrestricto a todas las expresiones religiosas y cualquier fisura en ese principio erosiona la paz social.

La reinstalación de la Januquiá, pese a los ataques, es un acto de afirmación de respeto y esperanza. La luz de esa festividad representa la victoria de la fe sobre la oscuridad, de la vida sobre el terror y la muerte.

El hecho que representantes del pueblo evangélico y judío, entre otros, se hayan reunido en Puerto Montt, hace unos días, para encender el simbólico candelabro es un recordatorio de que la solidaridad trasciende los credos y las diferencias.

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Pero también es una advertencia: no podemos permitir que pequeños grupos ideologizados impongan una agenda de odio. Chile merece un debate democrático, no consignas que buscan cancelar y dividir. La paz se construye con responsabilidad, memoria y respeto.

Y esa construcción exige que las autoridades, los líderes de diferentes ámbitos y los ciudadanos rechacen de manera inequívoca y categórca cualquier forma de antisemitismo, terrorismo, violencia religiosa, discriminación hacia las minorías y contra todos quienes piensen, crean o sean diferentes.

La luz de la Januquiá, pese a los intentos de apagarla, sigue encendida. Es el testimonio de que la fe, el amor y la convivencia pacífica no serán silenciadas por el odio. Espero que este símbolo nos recuerde que la democracia no solo se defiende con leyes, sino con gestos, que este caso además entregan luz y claridad en ese camino.