No todas las soledades ocurren cuando estás sola. Hay mujeres que conviven con alguien todos los días, pero duermen y sienten como si vivieran solas. No faltan gestos prácticos: falta intimidad, mirada, presencia emocional. Este texto explora el duelo que muchas viven dentro de la relación, mucho antes de atreverse a dejarla. Porque hay mujeres que aman en silencio mientras mueren por dentro.

Hay separaciones que estallan en un portazo o en un mensaje que nadie debía ver. Pero otras ocurren en silencio, sin un gran quiebre, sin drama visible. Son las separaciones lentas, esas que pasan mientras siguen compartiendo cama, llaves y cuentas, pero ya no comparten el alma. La mujer sigue ahí, funcionando, pero por dentro se deshace sin que nadie lo note.

Muchos creen que el problema es que “no se conversa”. Pero el verdadero conflicto es otro: la falta de resolución emocional. Cuando una intenta hablar de algo importante y la respuesta es un “después”, un silencio incómodo o una evasión que deja todo suspendido, no es falta de interés: es evitación afectiva. Y esa evitación es como vivir con alguien que teme tus emociones, que se esconde de tu intensidad, que se acurruca detrás de la rutina para no tener que mirarte de verdad.

Mientras tanto, por fuera todo sigue funcionando. Las cuentas se pagan, las tareas se reparten, la casa se mantiene en pie. Pero lo que realmente agota no está en lo práctico: está en la carga emocional que una lleva a cuestas.

Interpretar silencios, anticipar enojos, suavizar tensiones, regular el clima interno para que la casa no explote. La mujer se convierte en termostato emocional de un sistema entero. Y nadie lo ve. Nadie lo agradece. Nadie lo sostiene de vuelta.

Ese desgaste no se escucha, pero se siente. Y el silencio acumulado no es neutral: es abandono emocional por omisión. Es como ir apagando lentamente el oxígeno de una vela que alguna vez ardió viva y cálida.

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A eso se suman las microagresiones: ese comentario que llega “en buena”, pero te deja helada; esa broma que se supone inofensiva, pero te baja la autoestima un milímetro más; ese suspiro cargado que te hace sentir exagerada. Son golpes disfrazados de observación. Y tú lo sabes: porque te duelen, porque te confunden, porque te dejan pensando sola en la cocina mientras lavas algo más que los platos.

Estas dinámicas, repetidas en el tiempo, generan un efecto que muchas mujeres conocen demasiado bien: desgaste, soledad, pérdida de deseo, la sensación de estar viviendo con un roommate amable pero emocionalmente ausente. Acompañada en lo práctico, sola en lo que importa.

Después viene la trampa

La mujer empieza a buscar fallas propias para explicar el desequilibrio: “Debo ser yo”, “estoy muy sensible”, “exijo mucho”, “debería estar agradecida: podría ser peor”.

La culpa femenina es un músculo entrenado culturalmente. Y cuando él no da espacio emocional, ella empieza a pensar que pedirlo es un exceso. Pero la pregunta central no es si tienes defectos. La pregunta es: ¿Esto te hiere? ¿Y él hace algo para repararlo?

La cruda verdad

Ahí aparece la verdad cruda: El problema no es que él no te quiera; es que te quiere desde un lugar donde tú ya no puedes vivir.

Te quiere desde la logística, la rutina, la presencia concreta. Te quiere desde el hacer. Pero no te quiere desde el deseo, la admiración, la intimidad, la conversación profunda, la responsabilidad afectiva. Y tú necesitas eso.

Porque una puede sobrevivir sin flores, sin cenas románticas, sin aniversarios perfectos…pero no puede vivir sin sentirse mirada, deseada, elegida.

Luego está la economía emocional —y a veces también la económica— que cae siempre sobre el mismo cuerpo: el de ella. La mujer que sostiene todo, la que anticipa problemas, la que amortigua tensiones, la que carga lo emocional y lo material. Ella lo nota en los hombros apretados, en la gastritis silenciosa, en el insomnio, en la irritabilidad que surge sin motivo aparente. No es que esté “estresada”: está agotada de cargar sola una vida de a dos.

Ese desgaste cotidiano y acumulado es lo que quiebra. No un hecho puntual. No una gran discusión. Es el cansancio profundo de sostener un sistema entero con las manos, mientras él camina liviano al lado sin siquiera darse cuenta.

Y cuando la inequidad emocional se vuelve norma, algo se rompe adentro: La confianza, la idea de “somos un equipo”, la ilusión de refugio.

Ella deja de sentirse acompañada y empieza a sentirse responsable de todo. La pareja deja de ser hogar y se convierte en una jornada laboral que nunca termina.

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A eso se suma el cuerpo. El cuerpo que cambia, que madura, que muestra su historia. El cuerpo que ya no se ve igual a los 20, que habla de años vividos, de luchas, de cansancio. Y justo ahí —cuando una más necesita ser mirada con ternura— desaparece la mirada del otro. Y eso duele más que cualquier arruga.

Porque cuando la intimidad desaparece, lo que se escucha no es “estoy cansado”, sino: “Dejé de verte”, “ya no te elijo”, “tu cuerpo ya no importa”, “tu alma tampoco”.

Duelo

Y entonces empieza el duelo dentro de la relación. Ella se despide en silencio mientras sigue lavando platos, llevando niños, trabajando, funcionando. Su mente se aleja mucho antes de que su cuerpo se mueva.

Por eso, cuando finalmente la separación ocurre, nadie entiende nada. Pero ella sí: llevaba años ausentándose por dentro.

La falta de intimidad, de mirada y de reciprocidad emocional no rompen de golpe: adelgazan el vínculo hasta dejarlo vacío. Desde afuera todo parece igual “la pareja del año”; por dentro, ella ya no está. Se achica para no molestar, se calla para no tensar, se apaga para no encender conflictos. Y cuando una mujer aprende a apagarse, la relación entra en cuidados paliativos.

Lo más duro no es la ausencia física, sino la invisibilidad afectiva. No es la rutina, sino la soledad emocional vivida en compañía. No es el silencio, sino el significado del silencio. Decir las cosas por su nombre libera. Porque lo primero que se pierde en estas relaciones es la verdad. Recuperarla —aunque duela— es recuperar la vida.

Porque hay mujeres que aman en silencio mientras mueren por dentro. Y decirlo no es exagerar: es nombrar lo que pasa cuando una se apaga para poder seguir. Volver a ti no es romper un hogar; es reconstruirte. Es elegirte después de años de cargar un abandono que nunca se atrevió a declararse.

Nuestra sección de OPINIÓN es un espacio abierto, por lo que el contenido vertido en esta columna es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de BioBioChile