Lo que vivirá Primo Levi no es sólo una negación sino la extinción de lo humano en tanto acervo civilizatorio estampado por escrito con respaldo de la fuerza legal. Aquí, en Auschwitz Monowitz, aparecerán otros códigos de supervivencia de un alcance insospechado que la especie conoce pero que creía superados.

En una conversación con Philip Roth en Turín, Primo Levi le cuenta que el conjunto de notas y apuntes que dieron origen a Si esto es un hombre (Se questo è un uomo, 1947) se inspiró en cuanto a estilo en lo que llamó el “Informe semanal” de las fábricas, una anotación precisa y breve que toda la escala industrial, del más al menos importante, podía entender sin necesidad de una jerga científica.

Levi ha tomado dos decisiones: primero, sobrevivir; segundo, anotar este viaje hacia la muerte que parece no tener vuelta en el campo de concentración nazi de Auschwitz Monowitz, sito en la Polonia invadida. Dada su formación científica en tanto químico, quiere entender de qué se trata y cómo funciona este infierno racionalizado, diseño de una política “coherente” de exterminio.

Primo Levi es capturado el 13 de diciembre de 1943 (integraba un grupo antifascista en los Alpes) y enviado a fines de enero de 1944 al campo de concentración de Fossoli, en Emilia-Romaña, Italia. Levi tiene 24 años. Este campo (Lager, como lo llama) había sido controlado por los alemanes para prisioneros ingleses, pero luego por los italianos de la República Social Italiana, de Mussolini.

Los prisioneros eran niños, madres, padres, abuelos. De pronto, llega una comitiva de las SS alemana al campo disponiendo el traslado de los judíos. El 22 de febrero de 1944 en la Estación de Carpi los suben a los trenes de mercancías hacia los campos de concentración. 650 deportados en 12 vagones. Escribe Levi: “sabemos que en los campos de Buna-Monowitz y Birkenau no entraron, de nuestro convoy, más que noventa y siete hombres y veintinueve mujeres y que de todos los demás, que eran más de quinientos, ninguno estaba vivo dos días más tarde”.

Es destinado a la fábrica de caucho sintético I. G. Farben, un conglomerado químico entre cuyos productos se encuentran los gases venenosos, explosivos, lubricantes, etc., y donante su junta directiva, cómo no, del propio Hitler.

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Lo que vivirá Levi no es sólo una negación sino la extinción de lo humano en tanto acervo civilizatorio estampado por escrito con respaldo de la fuerza legal. Aquí, en Auschwitz Monowitz, aparecerán otros códigos de supervivencia de un alcance insospechado que la especie conoce pero que creía superados.

Todo es el enemigo: los demás, la comida, el tabaco, el hilo, la llaga en el pie, el frío como un insulto, el día entero que parece no girar.

Todo puede y debe ser robado en el campo. Hay una actividad delictiva sin freno. Alguien va al baño y si deja su ropa por ahí, la pierde. Debe lavarse con su ropa entre las piernas. Se roban cucharas, botones, camisas, zapatos, alambres, hilo, papel, artículos básicos de sobrevivencia.

En este mundo de cotizaciones invertidas lo que antes era minusvalorado ahora es sobrevalorado. Si tienes algo y quieres otra cosa que te falta o escasea, vas a la Bolsa al aire libre, muy activa, en la que se puede operar un trueque ventajoso: media ración de pan por un litro de potaje aguachento; si te falta uno de los cinco botones de la chaqueta estás en serio peligro dada la impecable presentación matinal exigida. En la Bolsa lo puedes recuperar si no has conseguido robarlo antes. Incluso, los más osados, pueden especular con la llegada de una partida de camisas “comprando” las usadas barato para timar a algunos ingenuos.

Quien golpea diariamente a los judíos puede ser otro judío, o un criminal o un preso político en el papel de malo: el Kapo reparte cachetazos, puntapiés, quebradero de narices, golpes. Obtiene algunas granjerías: mejor alimentación, la creencia de su libertad, por lo menos se piensa fuera de la línea de tiro. El Kapo es quien moviliza las órdenes de los SS y es el primer perímetro de trato con los prisioneros. En el segundo están los nazis a cargo del tiro de muerte, la cámara de gas, para el golpe definitivo. Ellos no se ensucian las manos.

Y hay leyes humanas ejecutándose en un grado de verdad despiadada, unos códigos que vivían como agazapados, en silencio, pero siempre mofándose del idealismo y el aparataje escénico de las leyes escritas y promulgadas de manera rimbombante. Ejemplo: “A quien tiene, le será dado; a quien no tiene, le será quitado”. Ya no hay ni siquiera intenciones. Se salvará el fortachón, el astuto, el mejor ladrón. El de psicología contraria desaparecerá. Y es muy poco probable que alguien te ayude; hay quienes mueren a tus espaldas de noche, en el descanso, hambreados, enfermos, débiles, en la estrecha litera del barracón que se comparte. No hay residuo humanitario que practicar, no hay tal contenido.

Levi elabora una metáfora de una densidad shockeante que en algo vislumbra lo que estaba pasando cuando concurre ante el Doktor Pannwitz: “(…) aquella mirada no se cruzó entre dos hombres; (…) intercambiada como a través de la pared de vidrio de un acuario entre dos seres que viven en medios diferentes”. Aunque viscosa, es una puerta de entrada al problema.

¿Pero qué razón tan negativa es ésta?

Siguiendo a Theodor Adorno y a Max Horkheimer, podríamos armar la siguiente frase en el sentido de Dialéctica de la Ilustración: cuando el homínido lanza el hueso al aire en 2001: Odisea del espacio, es el fin de la mímesis que había terminado por tiranizar a la especie (siempre agazapada, indistinta, no-yo ante el diferencial de violencia), para pasar a la segunda herramienta de supervivencia: la razón, que sometida ahora a la voluntad e individuación, fuerza a todo lo real a ser racional, y así termina por tiranizar a su vez el hombre al mundo.

Es la tiranía de una cierta razón que no pretende ser racional ni le interesa (menos lo bueno/ malo, ético/no ético). Simplemente subjetivizar el mundo, negar la diferencia para el dominio de la voluntad.

En una transmisión por Radio Hesse de la conferencia “La educación después de Auschwitz” (1966), Adorno explicita los esfuerzos debidos para que no se repita.

Lo primero es el carácter desesperado de la toma de conciencia ante lo monstruoso y la barbarie, porque tales esperpentos no vienen, están aquí, nacen de la misma costilla. Sigue con la “claustrofobia de la humanidad”, una densa red de encierro que genera por sí misma el deseo de salir de ella, en verdad una “furia” contra la civilización, de carácter violento e irracional. Son fuerzas ambivalentes que de pronto giran en sentido negativo, tal es el caso de “la presión de lo general dominante sobre todo lo particular”, el individuo y las instituciones, fuerza que termina por disolver la conciencia crítica y atrae hacia un mando tirano.

Clave es la educación en la infancia; también climas espirituales y culturales de repudio; atención a afluentes o raíces campesinas en que se evidencia un culto a la fuerza y la violencia, tal es el caso de la celebración desviada de las Rauhnächte o la justicia bávara, prefiguración de la violencia nazi.

Asimismo, le parece que el culto a una idea viril que consiste en el mayor grado de aguante, encubre nada más que un masoquismo rozando lo sádico. Pero lo que más alienta un nuevo Auschwitz son los nacionalismos patógenos, vociferantes, identitarios, más que nada patrioteros, devenidos grupo perseguidor con víctimas a la vista, etc.

Me planteo esta pregunta final: ¿Qué opinaría hoy Theodor Adorno de que un país como Israel no pertenezca al Tribunal Penal Internacional?, ¿qué diría ante el acoso que hoy sufre la relatora Francesca Albanese de parte del gobierno de Estados Unidos? Hágame un comentario, Sr. Adorno, del “fascismo de izquierda”.

Sobre la lápida de la tumba de Primo Levi está inscrito su número tatuado en el brazo: el 174517 como una especie de himno de resistencia.