En días de debate global sobre el racismo, sus representaciones y consecuencias a raíz del brutal asesinato de George Floyd, muchos han recordado la historia de Elizabeth Keckley: una exesclava que terminó convirtiéndose en modista de la primera dama de EE.UU, Mary Todd (esposa de Abraham Lincoln), y en un referente de la cultura afroamericana.

Su historia, con el tiempo, pasó a ser una leyenda en la industria de la moda, tal como lo refleja un perfil del sitio web S moda del diario El País de España, donde también destacan el lado empresarial y social de Keckley.

La diseñadora fue un ícono para la comunidad afroamericana. Al mismo tiempo que dirigió una empresa con más de 20 personas (impensado en la época), también se dedicó al activismo cuando ganó notoriedad pública.

En sus memorias, “Treinta años de esclavitud y cuatro en la Casa Blanca” (1868), Elizabeth describe así sus orígenes: “Mi vida ha estado llena de acontecimientos. Nací esclava –fui hija de padres esclavos– por lo tanto llegué a la tierra libre de pensamiento pero encadenada en mis movimientos”.

Mary Todd Lincoln con uno de los vestidos de Elizabeth Keckley.| elespanol.com
Mary Todd Lincoln con uno de los vestidos de Elizabeth Keckley.| elespanol.com

Su biografía, además, escondía un dato terrible: en realidad no era hija de esclavos, sino del dueño de la plantación Armistead Burwell de Virginia, donde su familia vivía.

“Mi señora me animó a mecer la cuna, diciéndome que si cuidaba bien al bebé, si mantenía a las moscas alejadas y si no la dejaba llorar, me convertiría en su criada personal”, recordaba.

Un día, sin embargo, tal como recuerda la publicación española, el bebé se le cayó de la cuna: “Mi señora me pidió que la dejara y después ordenó que me sacaran de allí y me azotaran por mi descuido. Los golpes no fueron suaves, quizá por ello recuerdo tan nítidamente el incidente”, dijo sobre el castigo.

Los hechos de violencia no se detuvieron: alrededor de los 20 años, fue violada por un hombre blanco y quedó embrazada. “Si mi pobre niño alguna vez se sintió humillado a causa de su nacimiento, no podría culpar a su madre porque Dios sabe que ella no deseaba darle vida”, escribió.

“Debe culpar a los edictos de esa sociedad que no consideraba delito socavar la virtud de niñas en mi posición”, agregaba Elizabeth. Con los años se casó, pero su suerte no cambió. “(Era) una carga en lugar de un compañero”, fue su definición textual.

Uno de los vestidos de Elizabeth Keckley | elespanol.com
Uno de los vestidos de Elizabeth Keckley | elespanol.com

Su carrera como modista se afianzó en Saint Louis (EE.UU), donde ofreció sus servicios de costura entre mujeres blancas. El objetivo era uno: evitar la venta de su madre (con el pago, incluso salvaguardó económicamente a sus “dueños”).

El nombre de Elizabeth Keckley se hizo habitual entre las aristócratas de la época. En ellas, encontró apoyo y un gesto: entre todas, compraron su libertad. En total, 1.200 dólares.

“Me criaron para ser resistente, me enseñaron a confiar en mí misma y a estar siempre preparada para ayudar a los demás. Creo que el desarrollo de estos valores es lo que me ha permitido triunfar sobre tantas dificultades”, escribió.

La elegancia, la técnica, la sutiliza y la sobriedad fueron las claves de su trabajo como modista. Así ganó notoriedad y fama. Años después de la muerte de Lincoln, osó publicar sus memorias y se convirtió en una de las primeras afroamericanas en lanzar un libro.

El hecho fue visto con desdén. El diario The New York Times lo definió así: “Hubiera sido mejor que se contentara con su aguja (…). No podemos dejar de calificar muchas de las revelaciones hechas en este volumen como graves violaciones de confianza”, escribieron.

Desde ese estatus, la modista compartió su oficio a otras afroamericanas, al mismo tiempo en que sus ganancias cayeron. Murió en 1907 en condiciones similares a las que había nacido, aunque su nombre ya estaba inscrito en la historia grande de Estados Unidos, de la lucha contra la esclavitud y de la resiliencia.