Las historias son variadas pero el común denominador es la amenaza de contraer algo más que una ETS (Enfermedad de Transmisión Sexual).

Desde España a México, Guatemala y otros países de Centroamérica, hasta Venezuela y otros territorios sudamericanos, las trabajadoras sexuales tienen el enorme reto de volver a sus esquinas o puestos de trabajo, pese al riesgo de contraer coronavirus y contagiar posteriormente a su familia.

Prostitutas en Madrid: “Somos seres humanos que queremos comer”

Alexa y Carla se prostituyen en el centro de Madrid, hace dos meses, cuando los españoles trataban de retornar a una “nueva normalidad”, fueron entrevistadas por el medio local RTVE.

Con mascarilla en mano, la primera, una mujer trans, de origen sudamericano, sostiene que los clientes tienen miedo de acercarse por riesgo a contagiarse.

“Yo me hacía de 5 a 6 clientes. Pero ahora, cero. Estamos en la ruina. Las latinas trabajamos para nuestra familia, no trabajamos para un chulo (proxeneta). Pero no tenemos la ayuda de nadie”, asegura, sin ocultar su rostro como tampoco su preocupación por contagiarse, pero, más aún, por no generar ingresos, pese a que ha bajado los precios, sin éxito. “Somos seres humanos que queremos comer”.

Carla, en tanto, no muestra su rostro, pero sí su dilema de estar en la calle tantas horas y no conseguir un solo cliente. En 2 semanas solo pudo realizar 5 “servicios”.

“El trabajo está difícil, yo ya llevo casi cuatro horas aquí y no he hecho nada”.

Cuando es consultada de si tiene miedo al contagio, no lo oculta.

“Al contagio y también hay miedo porque no facturamos. En un día bueno, yo atendía a unos 10 u 11 clientes. Y ahora, uno o dos”, relata en tono de preocupación extrema, como las medidas que a inicios de año estuvieron vigentes en España, al punto de sacarlas totalmente de las calles.

Lo anterior, significa que, de 600 euros diarios (cerca de 550 mil pesos chilenos), ahora solo gana 50 euros (poco más de 45 mil pesos chilenos).

Naciones Unidas / Andalucía, España

La zona roja de Tijuana

CNN estuvo hace algunas semanas en Tijuana, ciudad fronteriza de México que linda con el sur californiano.

Algunos propietarios de clubes de striptease, tienen claro que sus puertas deben permanecer cerradas para cumplir con la normativa de las autoridades locales.

Uno de los dueños de estos centros que sirven a la prostitución, dice que no todos respetan la norma, pero que al menos él envió a sus trabajadoras a casa. Sin embargo, algunas se las han ingeniado para volver a las calles y se juntan en las esquinas con potenciales clientes que vienen desde EEUU o son locales buscando pagar por placer sexual.

Alejandra, madre de una niña de seis años, reconoce que debe hacerlo por llevar comida a su hogar. La pandemia la dejó entre la espada y la pared el primer semestre del año, cuando el coronavirus hizo acto de presencia para paralizar a casi todo el mundo.

“No sé si la persona con quien esté ese día, tiene la enfermedad (Covid) o no. Estoy asustada tanto por mi salud como por la de mi hija”, reconoce. Después de ser entrevistada, sale a la calle en busca de un potencial cliente al que teme pero necesita.

La policía local realiza esa misma noche, operativos para controlar que los clubes nocturnos estén cerrados y, aunque las imágenes dejan ver a una que otra trabajadora sexual buscando ingresos, se sabe que otros centros están trabajando de forma clandestina, poniendo también en riesgo a las personas que los frecuentan.

CNN

De prostituirse, a lavar autos: la nueva realidad en Centroamérica

Fue en julio pasado cuando una nueva cara de la necesidad se hizo pública e internacional.

El periódico El País, contó la historia de un grupo de mujeres que antes ofrecían servicios sexuales en el club nocturno Los Cocos, a más de 300 kilómetros de la capital de Guatemala.

Obligado por las restricciones, su dueño tuvo que cerrar las puertas a cientos de clientes, dejando sin trabajo a decenas de sexoservidoras locales y de otras naciones como Nicaragua y El Salvador, según la publicación.

No obstante, las que se vieron en una cesantía obligada por la pandemia, buscaron una nueva forma de operar.

Formaron un colectivo denominado Mujeres Trabajadoras Sexuales (MTS), integrado por las que ofrecían sus servicios en bares y discotecas guatemaltecas. Afuera del que fue el club Los Cocos, tienen instalada una carpa donde opera el mini “CarWash” como se le denomina a los centros de lavado de auto allá en tierras centroamericanas.

“Gracias a las personas que están apoyando incondicionalmente esta causa, porque estamos en el momento de echarnos la mano”, dice una de las encargadas de atraer a los clientes por medio de un megáfono.

Reciben dinero, pero esta vez por sacar brillo a los autos. También son remuneradas con alimentos para las trabajadoras sexuales que tienen dificultad para percibir dinero en plena pandemia.

La Red de Mujeres Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe (RedTraSex), contabiliza en 26.000 las mujeres guatemaltecas que se dedican a la prostitución como forma de vida para obtener ganancias.

El gobierno local impuso desde marzo pasado un toque de queda que rige desde las 18:00 horas hasta las 5:00 de la mañana, de lunes a sábado. El domingo está vigente durante las 24 horas para evitar que crezca el número de muertes que ya se acerca a las 3.000 y los contagios que se contabilizan casi en 80 mil.

El País

La crisis venezolana empujando a la prostitución en tiempos de coronavirus

Wilmari estaba a punto de cumplir 21 años cuando decidió prostituirse en Caracas, capital de Venezuela y uno de los epicentros de la mayor crisis social que ese país ha vivido en su historia.

Con un bebé de dos meses de nacido, la joven se enroló en una actividad rechazada socialmente. Sin embargo, era eso o no llevar el sustento a su hogar. Apenas con 15 días de haber cumplido el puerperio alejado (45 días tras el parto), su cuerpo comenzó a ser sometido como herramienta de subsistencia, después de dar vida. Las ironías de la misma.

La agencia de noticias The Associated Press fue tras su historia y la publicó para mostrar una de las tantas caras de la crisis y pobreza en territorio venezolano.

Confesó que le estaba costando mucho adaptarse a su nueva realidad.

“Tengo una situación tan grave que estoy sobreviviendo con lo poco que hago aquí. Lo tuve que hacer porque no tuve otra opción”, asegura la joven que es descrita como delgada, de tez morena, vestida con un top color fucsia y un maquillaje cuidadosamente elaborado.

No es la única en esa situación. La pieza periodística revela que en las calles del norte, centro y este de Caracas, se puede ver a otras jóvenes como Wilmari dedicándose a la prostitución en plena pandemia y con los tapabocas sobre su garganta. El miedo que embarga al mundo ante la posibilidad del contagio no detiene a las personas que ya saben de vivir en una eterna crisis, como los venezolanos.

Sin embargo, y tal como ocurre en los casos relatados al inicio de este informe, las venezolanas también tienen dificultades para prostituirse ante la escasez de clientes.

La novata en las calles capitalinas aseguró que solo había ganado 10 dólares en la jornada (7.700 pesos chilenos), algo que apenas le permite llevar lo mínimo a su hogar, pero vital para su objetivo de vida.

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“Mientras que mi bebé tenga crema de arroz y leche, para mí está bien”.
- Wilmari. Prostituta venezolana

Otra mujer, que se identificó como Maryori Mendoza, a sus 24 años ya tiene un hijo. Se había retirado de la prostitución porque de esa forma fue concebido. La necesidad la hizo volver a las calles en tiempos de pandemia en los que asegura, gana entre cinco y diez dólares por jornada.

“Para los cinco dólares son 10 artículos como arroz, harina, pasta, leche y hacemos el trueque”, cuenta en medio de la inseguridad sanitaria que significa prostituirse en estos tiempos.

“Claro me da miedo pero yo pienso que los que tienen eso no andan por aquí”, dijo, con cierto dejo de confianza.

Foto AP: prostituta venezolana no identificada