La historia del ser humano nos muestra que los comportamientos agresivos siempre han estado presentes como parte constitutiva de él, como una función adaptativa de autocuidado ante las amenazas.

La psicología como disciplina científica, ha tratado de buscar explicaciones que permitan de alguna forma orientar y controlar la expresión de éstas lo más apegado a la realidad de cada contexto cultural. Claro está, que, dentro de estas teorías o modelos existen algunas que promueven el desarrollo de diversas otras conductas, que permitan de alguna manera cumplir los mismos objetivos de las conductas agresivas, pero de forma adecuada o respetando al individuo y los demás integrantes de la comunidad.

Un padre le decía a su hijo en el primer día de clases: “cuando estés en el colegio, saluda a todos, lo más importante es el respeto, tal como lo haces con tu mamá, tus hermanos, tus abuelos y tu nani. Si alguien te molesta, avisa a tus profesores y después nos cuentas a nosotros. Siempre te apoyaremos. Si sientes rabia, tal como lo haces en casa, toma tu tiempo, apártate a algún lugar y trata de pensar en otras cosas. Cuando te sientas más tranquilo, vuelve a lo que debes hacer”.

El relato parece de otros tiempos, pero es atemporal. Los influjos culturales actuales, nuestra forma de vivir apresurada, de inmediatez y de solución rápida de conflictos, es tierra fértil para que conductas agresivas se utilicen como moneda de cambio para solucionar las frustraciones cotidianas de la vida junto a otros. Lamentablemente, la pandemia que no sólo es del COVID-19, nos encerró dos años en donde lo único que muchos vivieron, fue la poca tolerancia al compartir espacios reducidos y el ver por televisión programas que eran anunciados como top ten en visualización, la mayoría (por no decir todos), cargados de la expresión sin control de formas de agresividad explícitas e implícitas.

Un movimiento social que lo precedió, violento desde todas las partes, que fue justificado por diversos sectores, que no tuvo una condena única, contingente e implacable. Modelos sociales sin lugar a dudas, que ni siquiera nuestras autoridades pudieron manejar, siendo un ejemplo vivo de que los problemas tienen como solución aplacar al otro, sea como fuera, siendo el fin el que justifica los medios.

Los cambios provocados no serán fáciles de modificar, no bastará que se regrese a compartir espacios de socialización, pues justamente es en esos espacios donde se están llevando a cabo las conductas de violencia física y verbal- “matanza de estudiantes, mañana” por redes sociales-, que limitan con el “terrorismo” en su acepción más básica. Se debe promover a conciencia un cambio de actitud y de valoración de las otras formas positivas de mediación en los conflictos, las que implican mayor trabajo, dedicación y refuerzo, como todas las cosas en la vida que se aprecian.

Dentro de estas formas de mediación están, no solo el coincidir en un espacio común, sino en realizar cosas en común, como compartir un caminar, leer, cantar y comer. Estar atento a las necesidades del otro, y no solo a las personales e individualistas. Todo esto requiere de planificación, de estructuración, de intencionalidad.

La “socialización” supuestamente perdida, no se da solo por compartir espacios en común. La socialización no se perdió, se congeló, y debemos realizar acciones para ponerla nuevamente en inercia. Algunos sin lugar a dudas podrán hacerlo con menos dificultad.

Los más afectados requerirán de ayuda profesional, pero todos debemos volver a tomar la temperatura adecuada. Lo fundamental es no dejar de hablar de esto con las y los niños y jóvenes. Predicar con el ejemplo. Volver a lo humano es algo posible con trabajo y persistencia.

Rodolfo Álvarez Jara, director Escuela de Psicología UST sede Concepción.

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