Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista, es un izquierdista radical que prometía acabar con las desigualdades pero rehusó pronunciarse sobre la cuestión más importante para el país: el Brexit. Una indefinición que le costó las elecciones y su futuro al frente del partido.

“No lideraré al partido a unas próximas elecciones”, anunció este exsindicalista septuagenario de voz suave y barba blanca.

Sin embargo permanecerá en su puesto mientras se lleva a cabo una “reflexión sobre el resultado de los comicios”, aseguró mientras algunos llamaban a una renuncia inmediata.

Los laboristas perdieron 59 diputados en comparación a 2017 para quedarse con 203, su peor resultado desde 1935.

Su histórica derrota deja a los laboristas ante la disyuntiva de mantener su línea izquierdista radical, que atrajo a numerosos jóvenes, o volver a la socialdemocracia centrista que defendía Tony Blair.

Euroescéptico de larga data, Corbyn mantuvo durante mucho tiempo la ambigüedad sobre el Brexit.

Aunque, presionado por su partido, tomó finalmente una decisión: si llegaba al poder prometió negociar un nuevo acuerdo de divorcio que mantuviese una estrecha relación con la UE -para proteger empleos y medio ambiente- y someterlo a referéndum junto con la opción de anular el Brexit.

Pero nunca desveló su postura personal sobre la relación con la Unión Europea y anunció que se mantendría “neutral” en la campaña de un segundo referéndum.

“Antisemitismo” y guerra a la desigualdad

Defensor de la causa palestina, enfrentó también durísimas acusaciones de racismo antijudío, por no reaccionar a tiempo ni con firmeza a las numerosas denuncias de antisemitismo en las filas de su partido.

“No hay lugar para el antisemitismo en ninguna forma, ni en ningún lugar, en el moderno Reino Unido, y bajo un gobierno laborista no será tolerado”,
afirmó hace dos semanas y acabó pidiendo perdón por haber sido “demasiado lento” en imponer sanciones.

Con uno de los programas más izquierdistas que haya visto el Reino Unido en décadas, jugó todas sus cartas a una “transformación nacional” sin precedentes: prometía invertir 150.000 millones de libras (193.000 millones de dólares, 174.000 millones de euros) para mejorar escuelas y hospitales y 250.000 millones para impulsar la descarbonización de la economía.

También prometió renacionalizar servicios como el agua, la electricidad, el ferrocarril, el correo y la fibra óptica. Y, enzarzado en una guerra contra la desigualdad, amenazó incluso con acabar con las escuelas privadas del país.

Elegido líder del partido en 2015, se enfrentó a una parte de su aparato que rehusaba estar dirigido por el que consideraban un rebelde. Un año después de su elección se enfrentó a una moción de censura interna, pero sobrevivió y fue afianzando su autoridad.

Sus posiciones radicales y su progreso electoral lo convirtieron en ejemplo para partidos de la extrema izquierda europea como el español Podemos o el griego Syriza.

Pero nada le garantiza el éxito ahora: de oratoria aburrida y falto de carisma, es, según las encuestas, el líder opositor más impopular de los últimos 45 años.