Luego de que se encendiesen todas las alertas este lunes a raíz del levantamiento de un grupo de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), la situación pareció volver a la normalidad venezolana. Signifique eso lo que signifique. Los “delincuentes”, anunció el ministro de Defensa, fueron “rendidos y capturados”. Caerá sobre ellos “todo el peso de la ley”.

El conato de golpe de Estado pone sobre la mesa, una vez más, la fragilidad de la coyuntura política y social que atraviesa Venezuela.
La presión exterior sobre el presidente, Nicolás Maduro, es más férrea que nunca, tras una investidura que logró un consenso –en cuestionar su legitimidad– que la comunidad internacional pocas veces se permite.

Entretanto, el líder de la Asamblea Nacional, el opositor Juan Guaidó, gana fichas para encabezar un eventual proceso de transición que cada vez cuenta con más simpatías, fuera y dentro de la región.

“Ha habido incidentes similares en el pasado, recordemos el enfrentamiento con las fuerzas de Óscar Pérez”, rememora Víctor Mijares, profesor de Ciencia Política de la Universidad de los Andes, de Colombia, entrevistado por DW. “Y posiblemente los haya en el futuro”.

A juicio de este docente venezolano residente en Bogotá, las condiciones en las que operan las fuerzas armadas venezolanas funcionan como un caldo de cultivo para este “descontento”. Este malestar, cree, está particularmente extendido entre los rangos medios y bajos, “quienes sufren los mismos pesares que la mayoría de la población”. Se trataría pues de una insurrección de “personas pobres, pero con armas y uniformes, que están mostrando su descontento”.

La duda es si esos sectores tienen la capacidad de desestabilizar al régimen. Por no hablar de la dificultad que supondría intentar abrir el camino a un cambio en Venezuela.

La agresiva ambigüedad de Buenos Aires y Brasilia

¿Y qué papel juegan en este escenario los gobiernos vecinos? ¿Apoyarían un levantamiento contra ese Gobierno de Maduro que consideran “ilegítimo”?

Para Leonardo Bandarra, investigador del centro de estudios regionales GIGA, con sede en Hamburgo, la postura de líderes como el argentino Mauricio Macri o el brasileño Jair Bolsonaro tiene más que ver con la política interna de sus países. Especialmente en el caso del segundo, que se impuso en las urnas espoleando el fantasma de que Brasil pudiera tomar un rumbo similar al del país caribeño.

Macri ha llamado a Maduro “dictador”, mientras que Bolsonaro ha pedido “fe” y “resistencia” al pueblo venezolano, augurando que “la solución llegará en breve”.

La clave, piensa el analista Bandarra, está en Guaidó: ambos mandatarios han reconocido la legitimidad del presidente del Parlamento venezolano.

“Eso significa que quizás podrían apoyar una intervención, si esa intervención fuera comandada o gestionada por un Gobierno de Guaidó”, continúa. Pero duda de que las opiniones públicas de estas dos potencias regionales permitiesen algo como una intervención militar, al menos a la antigua usanza.

Todos los caminos pasan por Washington

Desde Río de Janeiro, el profesor de Relaciones Internacionales, Kai Michael Kenkel, apunta al norte: “Todo depende de si Estados Unidos está dispuesto a involucrarse en una intervención militar”. De otra forma, agrega este académico alemán, “no creo que Brasil tenga la capacidad militar de invadir Venezuela, ni que se lo esté planteando siquiera”.

En el mismo sentido se pronuncia Mijares, quien subraya que tanto el Grupo de Lima como la Casa Blanca han sopesado la posibilidad de la intervención. “Pero no necesariamente una intervención clásica al estilo de Afganistán o Irak. Se trata de crear las condiciones para que los militares venezolanos intervengan en la política”.

Mijares, que no duda en destacar que “Venezuela se está convirtiendo en un Estado fallido”, insiste en que la apuesta de estos gobiernos “parecería ser la de reconocer un Gobierno de transición con mando militar, una estrategia de bajo costo que permitiría salir del chavismo y posibilitar una recuperación democrática en Venezuela”.

Para empezar a hablar de ello, sin embargo, no pueden olvidarse los factores ruso y chino de la ecuación. El mundo unipolar hace tiempo que se acabó. Y Venezuela es una de las arenas de batalla más disputadas.

Eso sí, advierte el venezolano: es difícil saber cuáles serían las consecuencias. Nadie sabe cuántas tormentas aguantará el barco de Maduro, pero todo apunta a que será difícil que en Venezuela reine la calma.