Muchos podrían tomarlo a broma, pero Bertrand de Orleans y Bragança es un hombre serio. A sus 77 años, el príncipe imperial de Brasil tiene claro que el “caos” del país solo tiene una solución: la vuelta al poder de su familia.

“Si la monarquía volviera, sería un alivio. Los brasileños lo celebrarían con una gran fiesta nacional, porque están hartos de la República”, asegura, con voz pausada, el tataranieto de Pedro II, el último emperador de Brasil.

Lo cierto es que el gigante latinoamericano vive tiempos convulsos
y, entre huelgas y una desconfianza hacia los políticos cada vez mayor por los constantes escándalos de corrupción, el regreso al pasado no suena tan descabellado para algunos.

Aunque el Imperio brasileño terminó oficialmente en 1889 con la proclamación de la República, los herederos de esa extinta corona siguen reclamando su papel en un encuentro monárquico anual en Río de Janeiro.

La mayoría de brasileños apenas saben de su existencia, pero el suyo es un público fiel. Y este año, un centenar de personas de todas partes del país acudieron al evento el domingo.

Vestidos con sus mejores galas, jóvenes y ancianos saludaban con reverencias a “Su Alteza” antes de entrar a la misa conmemorativa en la antigua capilla imperial, en lo alto del barrio de Gloria.

Casi todos blancos y luciendo un pin de la bandera monárquica, esperaban ansiosos el apretón de manos del príncipe -de traje clásico y corbata granate, alto, flaco- frente a la hermosa iglesia de estilo portugués.

Muchas mujeres y niñas cubrían su pelo con mantillas: las solteras de color blanco y las casadas de negro. “¡Ave, Imperio!”, gritó una sacudiendo una gran bandera monárquica.

“Hoy hay mucha gente pidiendo incluso la intervención militar porque el brasileño no tiene a quién recurrir. Cuando los políticos te dejan de representar, no hay nada que hacer. Yo creo que la familia real tiene personalidades fantásticas, sin comparación con los políticos”, defendía Graciane Pereira, una anestesista de 37 años de Porto Alegre (sur).

Tiempos de gloria

El tiempo parecía ir hacia atrás durante la “misa imperial” en la iglesia donde fueron bautizados don Pedro II (1825-1891) y la princesa Isabel (1846-1921).

El cura, con hábitos especiales dorados y un bonete, estaba acompañado de monaguillos que lanzaban incienso con botafumeiros. Y aunque hizo parte de la ceremonia de espaldas y en latín, alabó en portugués el “pasado glorioso de reyes, emperadores y santos” que, a su ver, encarnan los descendientes imperiales.

Muchos asistentes reivindicaban también con nostalgia esa época “de oro” y estaban convencidos de que países como Noruega, Bélgica, España o Suecia son mucho más avanzados gracias a sus reyes.

“Brasil, en realidad perdió el norte a partir de la caída de la monarquía. A partir de ahí, todo comenzó a ir mal”, dijo Uilian Martins, un pedagogo de 33 años del estado amazónico de Rondonia (oeste).

La familia imperial es “muy buena, gente seria, honesta. Es lo que Brasil está necesitando, pero muchos creen erróneamente que si vuelve la monarquía es como si volviese la esclavitud”, abolida en 1888 por la princesa Isabel, afirma Jose Dearimatea, un jubilado de 83 años, vestido con un elegante traje negro.

Casi como si viera una película, Ana Paula Logrado, una administradora de 41 años que quería visitar la iglesia, no daba crédito al evento y ofrecía un contrapunto a la retórica imperial: “Creo que la corrupción que vivimos empezó, en realidad, en esa época”.

El “charm”

Aunque solo un 10% de los brasileños se pronunciaron por la restauración de la monarquía en una consulta popular en 1993, Bertrand está convencido de que hoy en día esa opción sería mayoritaria.

El brasileño, dice, es “indirectamente” monárquico y prueba de ello son ‘O Rei’ Pelé o las ‘reinas’ de batería de las escuelas de samba.

La propuesta que hace la Casa Imperial de Brasil es implantar una monarquía parlamentaria que dé “estabilidad” y “unión” al país.

“La monarquía tiene cierto ‘charm’ que la República no tiene”, Bertrand, que considera que el PT de Lula es “una secta”. En cuestiones de sociedad, se declara contrario al matrimonio gay y cree que el racismo no existe en Brasil.

Pero no es oro todo lo que reluce, ni siquiera en la Casa Imperial: el príncipe vive desde hace años en Sao Paulo principalmente de donaciones y apoyado por el trabajo voluntario de seis personas, porque el “laudemio” fue concedido a otra rama de la familia que les disputó el trono inexistente hace años.

En realidad, si su sueño se cumpliera, no debería ser Bertrand quien reinara. Teóricamente, lo haría su hermano mayor, Luiz, soltero y sin hijos como él.

Pero Luiz, cuyos 80 años fueron festejados con un banquete tras la misa en su ausencia, hace tiempo que no participa en actos públicos por motivos de salud. Los ojos de los monárquicos están puestos en Bertrand.

Y para el principal interesado, el sueño no parece tan lejano. “Esto es un fruto que está madurando. Nadie sabe cuándo se concretará, pero yo estoy seguro que veré el regreso de la monarquía con mis ojos”, vaticina el príncipe.