Ahora la crisis es principalmente de liquidez, y frente a los valores tóxicos que abundaban en muchas carteras de inversión hace quince años, el activo que ahora ha generado problemas a la banca es, curiosamente, uno de los más seguros.

Los problemas de varios bancos estadounidenses han despertado en los últimos días el fantasma de la crisis de 2008, un derrumbe financiero que tiene ciertas similitudes, pero también muchas diferencias con la situación actual.

Los colapsos del Silicon Valley Bank (SVB) y del Signature Bank, más el rescate del First Republic a cargo de la gran banca estadounidense traen ecos de IndyMac, Bear Stearns o Lehman Brothers, nombres propios del cataclismo que desembocó en la Gran Recesión.

Evitar que se repita un escenario parecido es el gran objetivo del sector financiero y de las autoridades estadounidenses, que afortunadamente hoy -según coinciden casi todos los expertos- encuentran un panorama muy distinto al de hace quince años.

El origen

Las hipotecas “basura”, la proliferación de valores respaldados por esos préstamos y el estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos se combinaron para desatar la crisis de 2008.

Ahora la crisis es principalmente de liquidez, y frente a los valores tóxicos que abundaban en muchas carteras de inversión hace quince años, el activo que ahora ha generado problemas a la banca es, curiosamente, uno de los más seguros.

La compra masiva de bonos del Tesoro a largo plazo aprovechando años de bajos tipos de interés y su repentina pérdida de valor con la subida del precio del dinero decretada en los últimos meses por la Reserva Federal (Fed) es el principal problema de los bancos estadounidenses en apuros.

Para entidades en posición de esperar al vencimiento de esos bonos, la situación no supone un problema, pero el SVB se vio obligado a vender buena parte de esa cartera con grandes pérdidas para poder hacer frente a las retiradas de dinero de sus clientes, principalmente empresas tecnológicas y emergentes que están pasando por momentos más complicados tras el boom de los últimos años.

A partir de ahí, su colapso se debió a una clásica huida bancaria, acelerada por la interconexión del mundillo tecnológico y el hecho de que casi todos los depósitos que tenía el banco superaban los 250.000 dólares garantizados por el Gobierno en Estados Unidos.

El contagio

Tras la caída del SVB, la siguiente ficha del dominó fue el Signature Bank, otra firma particular, en este caso expuesta además al sector de las criptomonedas, pero también caracterizada por servir a negocios y tener una mayoría de depósitos no asegurados.

Arrastrados por el pánico, muchos de sus clientes corrieron a retirar sus fondos tras la caída del SVB y las autoridades se vieron obligadas a intervenir la entidad.

Pese a esa rápida decisión de los reguladores, la preocupación ha seguido extendiéndose a otros bancos regionales estadounidenses, que se han desplomado en bolsa, y a algunos fuera del país, como Credit Suisse, que ha tenido que recibir respaldo del Banco Central Suizo.

En EEUU el caso más llamativo ha sido el del First Republic Bank, otra entidad de tamaño mediano y especializada en servir a clientes adinerados a la que los inversores identificaron como la siguiente potencial víctima por tener también muchas cuentas no cubiertas por la garantía bancaria y activos difíciles de liquidar, sobre todo, hipotecas.

El jueves, un grupo de once grandes bancos se unió para inyectar hasta 30.000 millones de dólares en la entidad y tratar de frenar así el contagio.

Entre los analistas, la idea generalizada es que, a diferencia de lo que ocurrió en la anterior crisis, ahora la gran banca no se debería ver muy afectada y la crisis debería poder contenerse.

“SVB no es Lehman y 2023 no es 2008. Probablemente no estemos mirando a una crisis financiera sistémica”, opinaba esta semana en una columna el nobel de Economía Paul Krugman.

La respuesta

La reacción de la gran banca, que según varios medios estadounidenses respondió a un llamamiento del gobierno, supone una acción con pocos precedentes y proyecta una señal de solidez del sector.

Antes, la Administración estadounidense ya había respondido con decisión: además de intervenir inmediatamente al SVB y Signature, garantizó todos sus depósitos y ofreció al resto de bancos una línea de liquidez para evitar tener que deshacerse con pérdidas de bonos a largo plazo.

Con la experiencia del caótico desplome de Lehman Brothers, Washington se ha movido con rapidez para tratar de apagar el incendio, aunque las caídas bursátiles del pasado viernes muestran que la preocupación continúa en los mercados.

La regulación

El otro legado de 2008 es toda la regulación bancaria que se estableció tras aquella crisis y que hace que actualmente los bancos, sobre todo los más importantes, estén sujetos a una supervisión y a unas reglas mucho más estrictas.

Aunque no todos coinciden, varios analistas y muchos políticos apuntan a que una norma aprobada en 2018, bajo el gobierno de Donald Trump, pudo contribuir a esta crisis al exonerar a bancos medianos de algunas de esas regulaciones.

Pese a ello, los expertos coinciden en que las normas siguen siendo hoy mucho más robustas y en que el sector bancario está más saneado.

“En comparación con 2008 el sistema es más transparente, con una base más sólida, y el gobierno ha identificado los problemas que quedan y ha puesto en marcha programas para gestionarlos”, explica en una nota Brad McMillan, de la firma Commonwealth Financial.

McMillan, como muchos otros analistas en los últimos días, hace una llamada a la calma: “Esta situación es algo a vigilar, pero no es el principio de la próxima crisis financiera. A diferencia de en 2008, el Gobierno ha actuado pronto y con contundencia. Aunque podemos esperar turbulencias en el mercado (…), los efectos sistémicos serán limitados”.