Este resultado es también una derrota directa del gobierno del presidente Gabriel Boric. No por un error puntual, sino por una gestión que no logró entregar certezas en seguridad, crecimiento ni gobernabilidad.
Lo ocurrido en esta elección no es un simple cambio de mando. Es un remezón político mayor. El triunfo de José Antonio Kast es categórico, transversal y difícil de relativizar. No ganó “por poco”, no ganó “con lo justo”: arrasó. Se impuso en todas las regiones del país, de norte a sur, incluso en bastiones históricos de la izquierda. Eso no es casualidad. Es un sólido mensaje.
Los datos oficiales al 99.97% de las mesas escrutadas son contundentes.
José Antonio Kast obtuvo 7.254.850 votos, equivalentes al 58,16%.
Jeannette Jara logró 5.218.444 votos, representando el 41,84%.
La diferencia supera los 2 millones 600 mil sufragios, transformando a Kast en el presidente más votado de la historia de Chile. Un resultado que no solo supera con holgura elecciones anteriores, sino que deja a la izquierda frente a una derrota política profunda, estratégica y difícil de maquillar.
Esta elección fue un plebiscito sin matices: continuidad versus orden, relato versus realidad, consignas versus control. Mientras la izquierda insistió en discursos identitarios desconectados de las urgencias cotidianas, una mayoría ciudadana optó por seguridad, control migratorio y reactivación económica.
La izquierda no solo perdió la elección: perdió el voto popular. Los sectores populares -históricamente su base- se alejaron. Y lo hicieron porque no encontraron respuestas claras en un progresismo atrapado en silencios incómodos y contradicciones evidentes.
Un feminismo selectivo, licuado y silente frente a denuncias graves, como la que involucró al exsubsecretario Manuel Monsalve, terminó por erosionar la autoridad moral que decía representar.
Este resultado es también una derrota directa del gobierno del presidente Gabriel Boric. No por un error puntual, sino por una gestión que no logró entregar certezas en seguridad, crecimiento ni gobernabilidad.
Kast llega a La Moneda con un mandato claro y exigente. Este deberá ser un gobierno del esfuerzo, de la austeridad, del orden y de la confianza, con un foco decidido en la reactivación económica, el empleo y la inversión.
Pero hay una expectativa adicional, quizás la más sensible para la ciudadanía: que sea, efectivamente, un gobierno sin privilegios, sin pitutos y sin redes de favores. Sin cargos repartidos por apellido, partido o amistad. Con mérito, eficiencia y responsabilidad.
Habrá también un giro en política exterior. Se espera una agenda pragmática, sin caprichos ideológicos, especialmente en la relación con Estados Unidos, socio estratégico clave para el comercio, la inversión y la inserción internacional de Chile.
No será fácil. Cuatro años pasan rápido y las expectativas son enormes. Las claves estarán en la gobernabilidad, la paz social y en entregar señales inmediatas en seguridad, crecimiento y probidad.
Kast ganó con una mayoría contundente. Ahora enfrenta el desafío más complejo de todos: gobernar sin repetir los vicios que la ciudadanía acaba de castigar.
Chile habló fuerte y claro. El orden de prioridades cambió. Y esta vez, la política no tiene margen para hacerse la distraída.
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