Escocia podría estar viviendo sus últimas horas en el Reino Unido y hay quienes se lo toman con esperanza y otros con temor. Sin embargo, todos coincidieron este miércoles en sentirse observados por la historia.

En el centro de Glasgow está la plaza Georges, llena de estatuas de héroes escoceses, presidida en el centro por la de Walter Scott, el escritor romántico de novelas -”Rob Roy” y “Waverley”- de espíritu nacional.

Los partidarios de la independencia se encaramaban a su pedestal, lanzaban proclamas, se hacían una foto y compraban banderas -a cinco libras la grande, tres la pequeña-.

Frank Evans, de 62 años, explicó que “son ya demasiados años bajo gobiernos de Londres” y estaba tan seguro de la victoria que ya pensaba “en el bailecito que me daré por la ciudad” cuando se anuncie la victoria.

La de Evans es una muestra de alegría muy común entre los independentistas. La igualdad en los sondeos ha tenido efectos euforizantes porque nunca habían superado el 30% en Escocia.

“Es muy inquietante” la posibilidad de que gane el “Sí”, dijo Heather Whiteside, de 21 años, recién licenciada en ciencias políticas por la Universidad de Glasgow y que nunca había sospechado que la independencia podría superar el 40% de los votos.

“El nacionalismo es una mala forma de política, que intenta crear barreras y trata de decirle a la gente que lo más importante que tienen en común es donde viven”, explicó, mientras sostenía una pequeña pancarta con el “No”.

Whiteside estaba en la puerta de un centro comunitario en el que el ex primer ministro laborista Gordon Brown -un “jodido mentiroso que ahora va de la mano con los conservadores”, según el taxista que llevó al periodista- iba a dar uno de sus últimos mitines de campaña.

Varios coches bajaban la velocidad al pasar por el lugar y, acompañando el gesto con bocinazos, levantaban el dedo medio.

Brown, hoy era el día, habló de historia.

“Luchamos dos Guerras Mundiales juntos. No hay un cementerio en Europa en el que no yazcan codo a codo un escocés, un galés, un inglés y un irlandés. Cuando pelearon, nunca se preguntaron de dónde venían”, dijo.

En Aberdeen, la capital escocesa del petróleo del mar del Norte, el maná que alimenta todos los sueños de prosperidad secesionista, la estatua de Robert the Bruce, rey medieval de Escocia y victorioso frente a los ingleses en la batalla de Bannockburn, atraía a la gente.

Liam Yeats, 17 años, dijo sentirse “contento” porque su primera cita con las urnas coincida con un asunto de tanta importancia -se puede votar a partir de los 16.

Yeats es uno de los indecisos -hasta 14% del electorado, según un sondeo. “Iba a decir ‘No’, pero a fuerza de pensarlo me situé entre los ‘quizás Sí’”.

“Me gusta ser parte del Reino Unido, pero siempre entendí los argumentos independentistas”, agregó.

No hay estudio sobre el papel de la película ‘Braveheart’ de Mel Gibson, en el renacimiento del nacionalismo escocés. Pero “esa película tuvo toda la influencia que te puedas imaginar”, explicó a la AFP Richard Bath, director de “Scottish Life”, una revista magnífica sobre arte y cultura escocesa.

“Braveheart” (1995) hablaba de la vida de William Wallace, otro héroe independentista que fue finalmente ejecutado en Londres, arrastrado de un caballo desde la Torre de Londres y descuartizado donde hoy se levanta el mercado de carne de Smithfields.

La venganza de Wallace está más cerca, parecían pensar unos este miércoles.