El sistema educativo chileno recibe, pero no acoge, a los niños migrantes.

Por Nadia Campos Aranibar
Profesora de Música y estudiante de Magíster en Política Educacional

Durante la última década el ingreso de estudiantes migrantes al sistema educativo chileno se ha incrementado dramáticamente, lo que se ha intensificado con las diversas crisis migratorias dentro de Latinoamérica.

Actualmente, NNA migrantes sin documentación legal pueden acceder a las escuelas haciendo uso de una identificación provisoria, mecanismo implementado por el MINEDUC a partir de 2016. Sin embargo, esto no es una solución que dé abasto a todas las problemáticas que se generan por el solo hecho de que un niño llegue al territorio chileno.

La Ley 20845, vigente desde 2016, pretende desde ese año regular el acceso de los estudiantes; pero hay una porción de niños que la Ley no logró cubrir, porque sus tutores/acompañantes entraron por un paso no habilitado y no realizaron auto-denuncia, o fueron víctimas de explotación infantil al ser utilizados como pasaportes humanos y ser dejados en la frontera más tarde.

Suponiendo que no se produjo ninguna de las anteriores situaciones y que se cuenta al menos con una identificación provisoria, lo más difícil para los estudiantes es encontrar una armonía entre sus vidas fuera del establecimiento educacional y dentro de esta con las dinámicas propias de cada institución formadora.

Niños migrantes en las escuelas: acceso garantizado, integración incompleta

La Ley 20845, en su Artículo 1, Nº4, menciona que “los estudiantes tienen el derecho a recibir una educación que permita su desarrollo integral, que respete su libertad, ideologías y cultura” (BCN, 2015). Con lo anteriormente mencionado, sería posible asumir que no importa el origen del estudiante; sin embargo, la realidad se puede observar diferente en las bases curriculares y planes y programas de estudio del Ministerio de Educación (2024), pues en estas se define el contenido a abordar utilizando elementos culturales de Chile, Latinoamérica –como una masa indefinida– y Europa.

En la misma ley, mismo artículo, se menciona que el deber de los docentes es enseñar los contenidos curriculares según lo indican las bases curriculares y los planes y programas de estudio (BCN, 2015). Este mandato a los docentes de ceñirse a lo que determine el Ministerio de Educación como contenido deseable es un aspecto que limita las posibilidades de enseñar desde el punto de vista de quien es externo a la cultura nacional.

Chile, en todo su territorio, tiene muchas variaciones culturales, lo que a los mismos niños chilenos a veces confunde. Más confuso e invalidante se vuelve para un niño migrante.

La brecha que se genera entre estar dentro o fuera de la cultura imperante está dada por quienes participaron en la construcción del currículum escolar. Es cierto que hubo una conversación entre expertos para su confección, no obstante estas personas pertenecen a una parte de la población que pertenece a un grupo privilegiado, que ha crecido con un capital cultural que es mezcla de algunas tradiciones chilenas con la cultura universalista occidentalizada, es decir, que tiene muchos elementos pertenecientes a la cultura europea-estadounidense (Grosfoguel, 2015).

Esta imposición produce la invalidación a todo elemento que no pertenezca a estas culturas, dejando pocas o nulas posibilidades de que los niños migrantes siquiera piensen en participar de su proceso educativo, tomando un rol más pasivo o a veces desafiante por no encontrar un espacio para expresar lo que traen desde su lugar de origen.

Respecto a esta problemática, la Agencia de Calidad de la Educación (2023) optó por permitir que los niños que no dominan el idioma español sean justificados y no entren en la medición de la prueba SIMCE, para lo que dio la instrucción a los directores de establecimientos educacionales que realicen los trámites correspondientes para generar un certificado de exención. Es entendible, pues no todos dominan el idioma al llegar. No obstante, esta me parece más bien una solución parche ante la urgencia de medir resultados de la prueba sin que se vea afectada en gran medida la estadística.

Si se observa desde fuera, sería posible inferir que a los establecimientos les interesa cuidar su reputación con los resultados del SIMCE más que realmente medir la realidad que se vive dentro de su estudiantado, lo que indirectamente hace que el eximir a los niños de esta evaluación caiga en un acto de exclusión, de una muestra del racismo estructural del sistema educativo.

Del silencio en el aula a la oportunidad de cambio

Chile se preparó para recibir niños migrantes, pero cayó en el error de pensar que son vacíos, sin voz. Además de pensar que con implementar el curriculum nacional a todos los niños por igual, se subvaloró que los niños extranjeros podrían ser una fuente valiosa de saberes y que podrían, al compartir sus experiencias, ser un aporte, desde las particularidades, al entendimiento de mundo para todos y poder formar un nosotros (Todorov,1991).

Una posible solución sería perder el miedo y los prejuicios sobre las culturas diferentes e iniciar la conversación con los grupos inmigrantes para recoger y acoger sus necesidades y proyectos de vida y así potenciar el desarrollo integral de todos sin dejar a nadie sin posibilidad de participar en construir un futuro más armonioso.

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