Su desmarque llegó a ser tan importante que no resultó creíble, sino inconsecuente. No todo es válido para captar votos, pensó entonces la gente que rechazó su postura y postulados.

En una persona, la coherencia es la correspondencia entre lo que piensa, dice y hace con respecto a sus valores y principios. En otras palabras, implica que esta no se contradiga consigo misma, o con lo dicho o establecido previamente.

La fidelidad es el cumplimiento permanente de un compromiso, demostrándolo mediante acciones que reflejen confianza y honestidad. El respeto a la palabra empeñada forma parte de esta cualidad humana.

Tanto la coherencia como la fidelidad son valores morales cercanos e importantes para una sana convivencia, los que hoy parecen bastante olvidados en la sociedad, sobre todo por parte de la clase política. Sin embargo, al igual que los mandamientos de creyentes y profanos, transgredirlos sigue siendo prohibido.

La coherencia de la candidata vencida

En política, asumir sus responsabilidades tras una derrota es un fenómeno complejo. De ahí que, a menudo, los juicios se terminen sin sentencia y tanto acusadores como defensores decidan encomendarse a la historia, a sabiendas de que aquello de que “la historia me absolverá” no es más que una patraña para ingenuos que busca ser circunstancia eximente de una responsabilidad no asumida.

No es fácil tomar el relevo de un gobierno en decadencia. La candidata de la coalición oficialista lo sabía, y quienes la apoyaban hicieron todo lo posible por presentarla como una figura nueva, sin pasado culposo ni lastre que le cuelgue. Ella fue quien se encargó de desmarcarse de su pasado reciente durante sus discursos y declaraciones. Pero su esfuerzo fue vano y probablemente a contramano; resultó infructuoso, poco creíble.

Es probable que, en su caso, la coherencia haya sido lo que más le faltó para desempeñar un papel más decoroso en esta elección presidencial.

La responsabilidad de esta derrota electoral y cultural tendrá que asumirse colectivamente, tal como lo han comenzado a hacer algunas destacadas figuras mediante declaraciones que más bien parecen un harakiri.

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Pero, a no dudar, será ella quien deberá sentarse en el banquillo de los acusados. Sus propios compañeros de ruta se encargarán de conducirla. Cualquiera que conozca el proceder de su partido, sabrá que las purgas son parte integrante de su práctica.

Sin contar con legitimidad para argumentar en este proceso venidero, digamos simplemente que, en su caso, su incoherencia tiene varios componentes:

Primero, su alejamiento táctico-oportunista de los principios profesados durante toda una vida y que mancaron su trayectoria; vale decir, de los postulados del Partido Comunista.

Escucharla proponer, durante estos meses, las medidas más duras para contener la inmigración, derrotar a la delincuencia, incentivar el crecimiento económico, nos hacía pensar en una candidata decididamente derechista.

En cuestión de semanas, Cuba —esa “democracia diferente” de hace unas pocas semanas— pasaba a ser una dictadura; ni hablar de Maduro, a quien antes le rendía honores y luego condenaba sin tapujo.

Segundo, respecto del gobierno en el que participó durante tres años, tratando de aparecer como una figura externa y crítica de decisiones en las que actuó directamente hace solo meses.

Finalmente, reiteró lo que ya había hecho durante las elecciones primarias frente a sus tres adversarios con los que ahora discrepaba en materia de seguridad, vivienda, salud, medioambiente…traspasando esta vez los límites de la fidelidad hacia el equipo del que formó parte.

Su desmarque llegó a ser tan importante que no resultó creíble, sino inconsecuente. No todo es válido para captar votos, pensó entonces la gente que rechazó su postura y postulados.

Quienes algo hayan estudiado la historia contemporánea, sabrán que no será Jeannette Jara quien lidere la oposición, ni podrá cobrarse mañana una revancha. No porque los derrotados no puedan sobreponerse a sus desventuras, sino porque pertenece a un partido en el que al vencido se le excluye de las esferas del poder. Ya no sirve.

El PC no sabe perdonar este tipo de derrotas, no está en su ADN; más aún cuando la estrategia que la origina fue ajena a la que el partido había planteado inicialmente. Es posible, incluso, que la actitud algo desafiante de Jara hacia su partido haya sido considerada internamente como una suerte de traición.

La infidelidad

Si bien la incoherencia se relaciona con una práctica que no estaría acorde con los principios y valores profesados por una persona, la infidelidad se expresa en relación con los demás. Lamentablemente, en política, se suele ser infiel con los ciudadanos; y ser infiel es traición, ya sea a los suyos o al pueblo.

Y en esta reflexión, no sería justo referirse, exclusivamente, a la candidata derrotada. Los judas también están presentes tanto en su coalición como en los vencedores de hoy. Por cierto, a menudo, la política suele practicarse con una bolsa en la mano para guardar las monedas recibidas, o con cuchillos afilados y siempre dispuestos.

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El respeto a la palabra empeñada es lo que más caracteriza a la fidelidad. En otros términos, para el representante del ciudadano, es el cumplimiento de lo esencial que fue prometido y que justificó su elección al cargo; de los principios por los que votó la gente. No se trata del cumplimiento de cada una de las medidas contenidas en un programa de gobierno, pues sabemos que, en última instancia, estas dependen de las circunstancias en las que se materializarán, y hay situaciones en las que la ejecución se hace imposible.

La fidelidad dice relación con no traspasar los límites del camino que se propuso para solucionar los problemas, del horizonte que se persigue y —agreguémoslo, sin temor ni recato— con tratar de hacer realidad los sueños que necesitamos para reconocernos como una nación que se proyecta hacia el futuro.

Nadie tendrá rigor con un gobierno que no ha podido cumplir su palabra porque no tuvo la mayoría necesaria en el Congreso para implementar lo prometido; o, peor aún, cuando se le ha boicoteado conscientemente desde la oposición.

Tampoco será tenido responsable cuando una crisis imprevista —estallido social, terremoto, pandemia…— modifique radicalmente las circunstancias del entorno. En este caso, su fidelidad será apreciada conforme al esfuerzo en alcanzar los resultados. Nadie está obligado a lo imposible, pero sí a responder por su empeño en lograr lo prometido y honrar su palabra.

Y honrar la palabra comienza desde el primer día en que se “habita” una función. Cada acto, cada expresión, cada imagen debe ser acorde con los principios planteados. Y la simbología desempeña en esto un papel esclarecedor. Resulta contradictorio, y hasta provocador, hacer llamados de paz y de unión, fotografiándose con una motosierra, por ejemplo.

Cuando la transición entre dos gobiernos ha comenzado, es oportuno recordar que la coherencia con los principios y valores expresados y la fidelidad con la ciudadanía, constituyen barreras infranqueables. La gente —como dicen algunos—, el pueblo —como replican otros—, es altamente sensible a las traiciones de toda estirpe.