Vivimos en un contexto donde la información circula a una velocidad sin precedentes, pero también donde la desinformación se propaga como agua. Las noticias que viven en el ecosistema digital no quedan ahí, tienen el poder de moldear percepciones, influir decisiones y minar la credibilidad en la vida real. Lo vemos constantemente en conflictos -como la elección de palabras inadecuadas y tendenciosas en los ataques contra Israel- crisis económicas y movimientos políticos que han cambiado el rumbo de los países.
La Argentina es un país complejo. El reciente episodio del presidente Javier Milei y la criptomoneda $LIBRA es un ejemplo claro del impacto inmediato de la comunicación irresponsable y/o impulsiva. Milei respaldó públicamente en X la nueva criptomoneda, sugiriendo que podría beneficiar la economía argentina.
En cuestión de horas, el activo digital se disparó en valor, pero el entusiasmo duró poco. La cotización colapsó y dejó a muchos inversores con pérdidas. Entre acusaciones de fraude, Milei borró su publicación y negó cualquier relación con el proyecto.
Más allá de lo que pasó, el caso expone la fragilidad de la confianza y el peso de la reputación. Cuando un líder con poder y, en este caso, con la investidura presidencial, respalda algo, su palabra no es una más: otorga legitimidad o desata el caos. Comunicar sin medir el impacto tiene consecuencias, sobre todo cuando tu capital reputacional está en plena construcción.
Esto afecta no solo al líder, sino a todo un país que, en pleno esfuerzo por reconstruir su credibilidad, podría sufrir un retroceso. De hecho, el impacto en la percepción internacional podría ser aún más fuerte que en la interna.
En un mundo saturado de información y manipulación, la confianza es un recurso escaso. Sabemos de la gran crisis de confianza mundial, entonces no se trata solo de decir la verdad, sino de hacerla creíble. La experta en IA Rebeca Hwang comentó: “En Silicon Valley, en un mundo de millonarios, decimos que tu reputación es tu posesión más valiosa: tu ‘network’ es tu ‘networth’”.
Es por ello que el verdadero desafío consiste en comprender que la confianza no se impone, sino que se construye a lo largo del tiempo. Y su base es la coherencia. No basta con afirmar algo; los hechos deben respaldarlo. En un entorno donde la información es volátil, la credibilidad define quién se mantiene en pie y quién desaparece. Gobiernos y empresas que entienden esto logran sostenerse; quienes lo ignoran, de una manera u otra, pagan el costo.
El caso de Milei y $LIBRA muestra la urgencia de una gestión reputacional sólida. En un mundo donde la información se propaga sin control, los errores de comunicación pueden convertirse en crisis estructurales. Falta ver cómo el Gobierno transita esta crisis, pero algo es claro: sin transparencia ni consistencia -sus activos, hasta ahora- en el discurso y en las acciones, la credibilidad se evapora con la misma rapidez con la que se viraliza un tuit.
De todos modos, me parece clave no esquivar la pregunta incómoda: ¿realmente premiamos la coherencia o solo la exigimos cuando nos conviene? En un mundo donde la viralidad pesa más que la verdad y la atención colectiva dura lo que un trending topic, tal vez estamos más preocupados por el impacto inmediato que por la integridad a largo plazo.
