Nueva York es una de las ciudades más cosmopolitas del mundo. El ir y venir de la gente, las patrullas, las cámaras de seguridad en sus enormes edificios, en fin, la vida misma la convierten en una de las más fascinantes a nivel mundial.

En East Village, sin embargo, la historia de Geoffrey F. Weglarz, de 61 años, ha puesto en entredicho la seguridad y la reciprocidad de un vecindario que simplemente se ocupaba de lo suyo, sin imaginar lo que pasaba.

El especialista informático y en tecnología, quien hizo trabajos conjuntos para Harvard y otras universidades de prestigio, estacionó su auto la tarde del 24 de agosto, con un plan drástico para su vida. Había buscado en internet las formas menos dolorosas para quitarse la vida. No pudo más con su carga emocional, producto de su descenso profesional.

En 2007, su compañía informática Hyperion Solutions, lo intentó reubicar en otra unidad, tras ser adquirida por otro consorcio, apartándolo de lo que más amaba hacer profesionalmente. Renunció de inmediato y se enroló en la gigante DELL donde fue nombrado con un cargo ejecutivo de renombre, que lo hacía pasar la mayor parte del tiempo en Texas, pero el cambio comenzó a disgustarle, al punto en que renunció.

Las cosas no vinieron para mejor. Weglarz, nacido en Florida, comenzó a tener menos ingresos, así como limitadas oportunidades de trabajo. Luego de ser un hombre que viajó por todo el mundo, entregando sus mejores años a una empresa, de pronto se encontraba atrapado financieramente y con un hijo que mantener. Para ese entonces ya estaba divorciado.

Youtube
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En 2013, su vida se complicaría mucho más de lo que no podía imaginarse. Compró un sandwich en McDonald’s, tomó su pedido en el autoservicio y poco después regresó, furioso, porque no era lo que había solicitado. Lanzó la comida en el rostro de una empleada, embarazada y eso fue tomado por los principales periódicos estadounidenses.

Weglarz, tuvo que cambiarse el apellido, pues no conseguía salir de la mala fama, tras el ataque protagonizado. De hecho, antes ya había aplicado a por lo menos 481 empleos y no quedó en uno solo. Con su identidad en los medios de comunicación, su apellido fue sustituído por Corbis.

The New York Times
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La llamada para anunciar un suicidio

Cansado de una vida de deudas, descenso profesional, con una cuenta bancaria a punto de desaparecer y una depresión enorme, decidió enviarle mensajes a su hermana para anunciarle lo que haría. Ya tenía en sus manos el veneno que iba a ingerir para no sufrir al momento de suicidarse.

Había conducido desde Connecticut, sitio de su residencia y se comunicó con Pamela, para comentarle que había consumido el veneno, así como lo mal que este sabía. “Esta cosa tiene un gusto tan feo como pensé que sería“. El primer anuncio o mensaje había ocurrido minutos antes y era para confirmar el metodo de suicidio que no resultaría doloroso. “De esta forma, cuando esté preparado, podré irme sin dolor y rápido”, le escribió.

Para ese entonces, dos de sus 7 hermanos, entre estos Pamela, ya lo buscaban desesperados y tenían una idea de su viaje a Nueva York. Tres días después del último mensaje, este no aparecía. Fueron a la ciudad marcada en su ubicación, pero no dieron con su auto. La policía neoyorquina se negaba a buscarlo por mera burocracia. Le dijeron a su hermana que no era residente en ese estado y que por eso, no podían emprender el rastreo.

“Le rogué y le expliqué que, dado que probablemente estaba muerto en este momento, nos sentiríamos aliviados si lo encontraran antes de que empezara a descomponerse”, dijo su hermano Larry Weglarz la semana pasada. “Le expliqué que probablemente estaba en su auto, muerto”.

Aún así, no obtuvieron la ayuda esperada, según lo consigna el periódico The New York Times, en una historia que ha generado cientos de comentarios por el nivel de apatía que envolvió el caso, a la hora de encontrar el cuerpo de una persona que ya había tomado una decisión, pero tardó en ser ubicada.

The New York Times | Hmnos Weglarz
The New York Times | Hmnos Weglarz

El transeúnte que encontró a Weglarz

5 días habían pasado tras el suicidio de Weglarz. Anthony Greenheck, un chofer de la zona, dijo que lo vio, supuestamente dormir en su auto y ante la percepción, siguió de largo en sus actividades. La demás gente también lo hizo. Una vecina de la zona llena de locales comerciales, comentó al periódico The New York Times, que vio el auto, pero nunca en su interior a una persona sin vida.

Sin embargo, comentó que su pequeño hijo, se quejó de un fétido olor en la zona, algo que ella dice no percibió como el olfato del niño. Fallaron entonces dos sentidos y el hombre permanecía sin vida en el lugar.

Justo al séptimo día de su suicidio, el chofer Greenheck, volvió a transitar por el lugar y vio a Weglarz, recostado en la misma posición, pero esta vez, su sentido común lo hizo llamar al 911 para reportar que algo andaba mal.

Ya había intentado despertar al hombre, tocando la ventana del auto con la esperanza que estuviera dormido, pero en cuestion de minutos, la policía neoyorquina, que según los hermanos Weglarz se había negado a colaborar en un inicio, hacía su labor de reconocer con todo y peritos al hombre que murió olvidado por una sociedad, demasiado ocupada como para echar un vistazo a su alrededor.

The New York Times
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