La obra, que está en cartelera hasta el 19 de agosto en el GAM, presenta a 9 jóvenes -no “actrices”- de entre 13 y 17 años que interpretan un guión construido en forma colectiva a partir de testimonios de 100 pre-adolescentes y adolescentes, incluidas las que suben al escenario.

Con la dirección de Marco Layera (Teatro La Re-Sentida, La imaginación del futuro), la obra juega en casi todo momento entre puesta en escena y testimonio, entre vivencias y discursos que parecen “hechos”, entre realidades duras (y, algunas, crudas) y deseos. Deseos legítimos, necesarios. Entre opresión y liberación, entre realidad gris y sueños, juventud.

Sin embargo, Paisajes para no colorear resulta “auténtica”, incluso en las frases y discursos que parecen “hechos” (casi como consignas de la calle, de las marchas, los mensajes de redes), porque sale con fuerza y convicción desde estas jóvenes.

Cuando una obra provoca e interpela sobre violencias cotidianas, normalizadas, cada espectador verá cuánto escucha y ve, y cuándo empezará -o no- a rechazar, a criticar producto de las molestias e incomodidades que pueda provocarle. Paisajes para no colorear cae en este grupo…

Paisajes para no colorear, GAM (c)
Paisajes para no colorear, GAM (c)

La percepción dependerá de la capacidad de escuchar esos dolores y humillaciones sin sentirse atacado

En este sentido, la percepción de Paisajes para no colorear va a depender posiblemente en mayor medida que en otras obras de la capacidad de mirar y escuchar del espectador, porque ellas -la obra y sus nueve itérpretes- interpelan a las violencias que sufren, que han sufrido o que otras jóvenes de sus edades han sufrido. Y algunas son brutales (como, por ejemplo, aquella del bullyng). E interpelan con rabia, frustración, dolor. Algunas veces con ironía.

Hay escenas muy bien interpretadas, y eso desconcierta porque uno no sabe si es “ella misma” (en una catarsis autointerpretándose) o está actuando. Genera empatía y dudo que algún espectador -hombre o mujer, independiente de su edad o de su clase social- no se haya sentido identificado con más de alguna escena o texto. Y por supuesto, debe ser muy diferente para hombres que para mujeres, porque saca a luz vivencias íntimas que deben ser comunes a muchas y uno, como hombre, ha visto o vivido pero desde la otra vereda.

De acuerdo a las percepciones, la obra puede caer en “errores” o “excesos”. Son jóvenes -y es bueno que quienes ya no lo somos recordemos esos años- y no son actrices. Tienen ganas de decir, de expresarse, y lo hacen -en gran medida- de muy buena forma.

Siendo parcial en lo político (admitiendo que no tiene por qué expresar todo el espectro político), pone muy bien en contexto a Lavín en su política formadora de padres y madres… para dejarlo descontextualizado. Faltó, quizás, incluir otros sectores políticos.

Otro aporte de la obra es que, a nuestro juicio, rescata formas actuales de comunicarse, como es el uso de cámaras de celulares, expresarse a través de redes, etc.

Paisajes para no colorear, un enfoque democrático, social y de género

No teniendo la “genialidad” de la idea de “La imaginación del futuro” (Salvador Allende en un momento de crisis asistido por un gabinete y asesores con las lógicas actuales), como idea de teatro y su contenido (de creación colectiva a partir de un gran proceso participativo e integrador) resultan mucho más eficaces.

Paisajes para no colorear, GAM (c)
Paisajes para no colorear, GAM (c)

Paisajes para no colorear

Dramaturgia: Creación colectiva a partir de 100 testimonios de adolescentes
Apoyo dramatúrgico: Anita Fuentes y Francisca Ortiz
Dirección: Marco Layera
Elenco: Ignacia Atenas, Sara Becker, Paula Castro, Daniela López, Angelina Miglietta, Matilde Morgado, Constanza Poloni, Rafaela Ramírez y Arwen Vásquez.
Hasta el 19 de agosto
GAM