El músico y activista Juan Pablo Orrego, detrás de tres décadas de resistencia contra proyectos hidroeléctricos en el país, repasa aciertos y derrotas que –asegura- hoy son experiencia para los más jóvenes a quienes corresponde hacer su parte.

El ecologista Juan Pablo Orrego ha sido el rostro visible de diversas campañas ecológicas recientes y, antes de eso, fue el bajista de Los Blops. En tono de broma, cree que muchas de las demandas de la sociedad en materia ambiental han sonado más que “Los momentos”, pero que las respuesta de parte de las políticas públicas siguen pendientes.

En su juventud realizó un extenso trabajo de campo junto a diversos pueblos originarios de Mesoamérica con los que comprendió la importancia de unir el territorio sagrado con la búsqueda de políticas sustentables ante la amenaza que, más tarde, serían los complejos termoeléctricos e hidroeléctricos en suelo nacional.

“Estos pueblos originarios de ambos extremos del continente tienen en común varias cosas, entre ellas el hecho de que se hacen responsables de su entorno a través de ritos que no se preocupan de la causa y efecto. Pehuenches, pueblos andinos o del norte de América, entienden la naturaleza como un ciclo en cuyos grandes hitos el ser humano está íntimamente integrado. Es urgente retornar a la naturaleza de vez en cuando. Quizás poco a poco, pero a través de un sistema comunitario y no de los asambleísmos”, recomienda.

Para el ecologista que conoció el antes, durante y después de variados conflictos socioambientales que amenazaron a la región del Biobío y comunidades pehuenches como Pangue o Ralco, hay mucho de ensayo y error en los últimos 30 años de activismo ambiental.

Recuerda haber viajado décadas atrás a España a dialogar con los controladores de un proyecto hidroeléctrico que fue absorbido por capitales chilenos mientras aún viajaba en el avión. Hoy se ríe también de cuando, junto a otros activistas, se encadenaba del lado incorrecto de las rejas del ex edificio de Endesa durante otras luchas como Patagonia Sin Represas.

“Mi sensación hoy, después de tantos años de trabajo es mixta. Me frustra un poco que el núcleo del problema permanezca intacto a nivel estructural”, dice sobre una Constitución que protege más a las corporaciones que al medio ambiente. “A nivel local y regional uno ve un despertar en todo el territorio nacional. Veo también éxitos de distinto tipo de muchas campañas que aunque no han logrado quitar de en medio un proyecto destructivo, al menos deja grandes enseñanzas. Las comunidades han aprendido estrategias, valores y justamente el valor de la organización a través de las verdaderas redes sociales, las del capital humano. Conocimientos que van acumulándose poco a poco”, sostiene Orrego.

Nuevos liderazgos, nuevos ámbitos

A la par de esta organización persona a persona, el ecologista cree que el gran capital también ha ido especializándose sin pausa. “El sistema constitucional creado en dictadura es algo muy, muy bien hecho. Imagínate que contó con consultores pagados por la CIA, contó con todo el aparataje de la Universidad de Chicago para lograr una doctrina total del shock. Eso no es algo que digo yo, sino la Naomi Klein y otras tesis escritas -pero no publicadas- por gente como Juan Gabriel Valdés. Se ha creado y justificado un sistema totalmente blindado para desempoderar a la gente y empoderar a las corporaciones. El dilema de la sociedad de hoy es cómo desarmar todo esto, pero sin violencia”, se pregunta el conferencista invitado al Diplomado de Verano que dicta el Instituto de Humanidades de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.

Juan Pablo Orrego en clase magistral en UAHC
Juan Pablo Orrego en clase magistral en UAHC

El activista dice que, a veces, en sus charlas en escuelas y universidades, aparecen chispas de entusiasmo que le recuerdan que las grandes revoluciones y cambios sociales han venido acompañados de violencia. “Pero yo les digo que ese es realmente el desafío: lograr salir del predicamento sin recurrir a ella. Muchos recuerdan la finalidad, pero pocos el gran costo. Hoy estamos cubiertos por una capa de 20 metros de sangre”, señala el hombre a cargo de la ONG Ecosistemas que alguna vez fue acusado de “ecoterrorista” por Pablo Rodríguez Grez, el abogado de la familia Pinochet, por intentar detener el progreso hidroeléctrico.

“Eso me dio mucha risa. Jamás en la vida he estado cerca de eso, pero sí me da mucha pena por los cabros que están poniendo bombas y se autodenominan ecoterroristas. La manera correcta de salir de esta situación ambiental tan jodida no es esa, no es la violencia en ninguna de esas formas. Es a través de estudios y trabajo responsable además de un completo trabajo de redes en el que esté de acuerdo toda la sociedad civil”, estima.

El ecologista dice que la experiencia le ha mostrado que es muy difícil mantener la unidad en este tipo de campañas colectivas porque los roces que surgen suelen ser por personalismos otras pequeñeces humanas: “Actualmente hay una diseminación de los liderazgos que está diseminado en vez de haber pocos liderazgos. Lo que hace falta hoy en dia es un referente nacional que sea reconocido de Arica a Punta Arenas como una alternativa para cambiar el sistema y modificar las leyes. Conseguir algo así no creo que sea imposible, hay una gran mayoría para impulsar una alternativa así, sólo falta tejerla”, cree.