Mateo Garrone, el premiado director de Gomorra, regresa a Cannes con un filme potente que aborda de nuevo los lazos terribles que crean la mafia, el abuso y el miedo. Esta vez el foco está puesto en un hombre que cuida y lava perros, y que mantiene una relación servil con el matón del pueblo. Los plausos en el festival auguran a Dogman un sólido recorrido en cines internacionales durante la temporada.

El director romano Mateo Garrone juega de local en el Festival de Cannes. No solo porque Italia está menos de una hora de viaje en tren desde la sede del certamen y porque la prensa peninsular se traslada en masa para cubrir el certamen. También porque dos de sus películas previas en competencia, Gomorra (2008) y Reality (2012) obtuvieron el Gran Premio, equivalente al segundo galardón en importancia después de la Palma de Oro.

Garrone sabe que su mirada desoladora y potente sobre la realidad italiana tiene arrastre en el Festival. Sus filmes muestran una Italia en franca crisis, al borde del derrumbe, en la cual los atávicos lazos de familia, el miedo y las presiones de la mafia pesan en forma avasalladora sobre el destino de los personajes.

En su nuevo filme Dogman, Garrone se inspira en una historia verdadera ocurrida hace treinta años en Roma y se centra en un hombre singular, Marcello (interpretado a gran nivel por Marcello Fonte), tipo callado de físico magro y buen trato que se dedica a cuidar, lavar y peinar perros en un pueblo que luce como un devastado y olvidado rincón del país. Marcello está separado de su esposa, tiene una hija con la que suele ir de vacaciones y, aparte de llevar su negocio canino, en su vida diaria está al servicio de Simone (Edoardo Pesce, ex boxeador), el matón del pueblo, un grandulón brutal, cocainómano y abusador.

El cine de Garrone es áspero y busca, como aquí, mantener en tensión al espectador desde el primer minuto. También es muy físico; sus historias y situaciones pasan por los cuerpos de los actores, y Dogman no es la excepción. Al cuerpo esmirriado de Marcello se opone el gigantón Simone (Edoardo Pece, ex boxeador), dominador de la escena. Es una relación de dominación y sumisión en la que Marcello se comporta como un perro y parece estar cómodo. Lo ayuda a cometer sus robos, le proporciona droga e incluso lo cura de algún balazo disparado por una banda rival. El conflicto estalla cuando Simone pasa por encima de toda lealtad hacia Marcello y lo pone en una disyuntiva que traerá importantes consecuencias.

Dogman tiene fuerza en su puesta en escena y en sus actuaciones. Para darle más intensidad, Garrone conduce el guion hacia un conflicto más radical y en ello, a medida que avanza el relato, pierde detalles de situaciones y personajes secundarios que parecían prometedores. De todos modos, apoyada en la dimensión física de los actores, la película avanza inexorable hacia la tragedia.

El cine se impondrá nuevamente hacia el final de la narración, con un extenso plano en movimiento que escruta un rostro desconcertado, y en el que el fuera de cuadro (lo que no vemos) amplifica la duda sobre cómo sobrevivir en este entorno severo y cómo preservar, si es posible, alguna dignidad.