“La última bala”, respeto sin sutilezas hay en homenaje a Rodrigo Achondo y Underblú

Por Leopoldo Pulgar Ibarra

Sin balaceras ni sangre chorreante, sino con cariño y respetando la matriz escénica original es el homenaje de la cia. Los Monos a Rodrigo Achondo (1969-2016), actor, dramaturgo y director de la ex cia. Anderblú.

Un reencuentro especial ya que intervienen cuatro ex integrantes del grupo que en 1997 debutó con “Rojas Magallanes”, propuesta hiperrealista que removió la escena santiaguina.

Anderblú tuvo como referencia hechos de carácter policial, extraídos de la prensa, traspasados a sus obras, a través de violentas bandas que se vinculaban a una esfera del poder.

Tráfico de drogas, mafiosos que pueden ser agentes o policías corruptos, represión, complicidad y ocultamiento de delitos de lesa humanidad son temas subyacentes en la dramaturgia Anderblú.

Además de “Rojas Magallanes”, Rodrigo Achondo dirigió otras obras como “Munchile”, “Asesino bendito”, “Módulo siete”, “NN 2910”.

“La última bala” también recurre a las páginas policiales y, como antes, en sus intestinos se retuercen delitos de hoy cometidos por poderosos.

Droga, pedofilia y sus conexiones con la iglesia suben al escenario, representadas por Umaña, un pastor-sacerdote de doble moral, extraño y dado a reflexionar sobre el delito y su derecho despótico al placer sin culpa.

Por supuesto, muestra también la conexión y dependencia con delincuentes que le proveen muchachos, una relación que colapsa en medio de la violencia.

“La última bala”, foto de Phillipe Rippes (c)
“La última bala”, foto de Phillipe Rippes (c)

El peso de lo cotidiano

La cia. Los Monos la integran el director Yassim Hinojosa, Paco Castellano, Edinson Díaz y Nacho Tobar, todos ex miembros de Anderblú.

Estrenada en un bar santiaguino, que ahora se abre al teatro, “La última bala” recorre una historia donde la vida cotidiana, con una rutina que parece no tener sentido, adquiere un peso enorme, existencial y concreto.

El paso del tiempo se extiende ominoso sin avizorarse qué esperan los protagonistas, jalonado de miradas hacia el segundo piso, leyendo el diario, tomando o comiendo algo, jugando con un bate, proponiendo negocios y traiciones… todo en tono trivial.

En la estructura de la obra, siguiendo los pasos de Anderblú, cada cierto tiempo algo produce un cambio de situación: la llegada del cómplice, un comentario agresivo, la llegada del cura-pastor.

En medio de uno y otro, cada integrante del elenco tiene en sus manos el control de la escena, a través de la improvisación conducida, que debe ser consistente hasta que se produzca otra situación.

Son conversaciones cotidianas que apuntan a temas irrelevantes o serios que siempre tienen como envoltura la violencia contenida y la música ambiental.

Conllevan presiones, garabatos y amenazas tácitas y explícitas que van acumulando tensiones agudas que pueden o no llegar a la violencia total y al uso de armas.

Por eso, a veces, parte del público abandona la sala, agobiado. Ocurrió antes, ocurre ahora.

Pero quizás lo más importante radica en que el traspaso a la escena de formas de corrupción y ejercicio ilegítimo del poder en la actualidad sigue siendo asumida por el teatro, esta vez, mediante un formato que deja de lado las sutilezas.

“La última bala”, foto de Phillipe Rippes (c)
“La última bala”, foto de Phillipe Rippes (c)

Bar de René
Santa Isabel 369. Lunes, 20.00 horas, c/ 15 días.
Entrada general $ 5.000; estudiantes 2 por $ 5.000.
Cupos limitados. Hasta noviembre.