Su amor comenzó a la distancia, pero la muerte la encontraron juntos. Wuilman Quevedo (36) y Arlette Mansilla (35), el matrimonio que perdió la vida trágicamente en el accidente ocurrido en la Ruta D 43, se conocieron a través de las redes sociales en el 2011, cuando en vista de los amigos en común que tenían en Facebook, él le habló y ella le respondió amable. A partir de ese momento, nunca perdieron el contacto, hasta el último día.

La historia ha conmocionado a la región. Claro, la incertidumbre acerca de qué sucedería con la pequeña hija de ambos, de tan sólo ocho días, acrecentó el drama luego de la tragedia carretera.

El duelo en Tierras Blancas

En el último adiós tuvieron que separar sus cuerpos, más no sus almas. Es que Arlette fue llevada a Osorno, su tierra natal, ya que por motivos de salud su madre no podía viajar a Coquimbo, donde en un principio se pensó que sería sepultada junto a su esposo, Wuilman, quien ayer fue despedido en el Parque del Recuerdo de La Cantera.
Horas antes, llegamos hasta la casa en dónde nació, en Tierras Blancas.

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Allí, en la familia del arquitecto todavía reinaba el dolor, el que sin embargo era mitigado por el apoyo de los vecinos y los integrantes del Club Deportivo Huracán de Tierras Blancas, equipo amateur al que el arquitecto perteneció desde la infancia y el que nunca dejó. De hecho, en los últimos años se desempeñaba como dirigente y, en forma particular, le entregaba ayuda a las nuevas generaciones de niños que llegaban al equipo.

“Nosotros lo conocimos de cabro chico aquí, siempre jugando a la pelota y ya cuando creció, tuvo una mejor situación económica, siempre colaboró con Huracán”, dice un orgulloso Héctor Aróstegui, presidente del club.

Wuilman no sólo destacó en lo deportivo. Siempre fue un joven aplicado. Era el tercero de seis hermanos y cuando decidió estudiar Arquitectura, tal fue la influencia que ejerció sobre los menores que ambos optaron por la misma carrera.

Sus cercanos lo describen como un líder innato, un hombre con iniciativa. También amante de la música, tanto, que llegó a crear una página web tributo a su banda preferida, Pearl Jam, y era conocido en el ambiente rockero por su colección de discos y todo lo que tuviera que ver con el conjunto que lidera Eddie Vedder.

“Estoy muy orgulloso de todo lo que logró mi hijo, en todo ámbito. Logró sacar su carrera, formar una familia y fue una buena persona, que es lo más importante. Yo a él, y se lo he dicho varias veces ahora, mirándolo donde está en el cajón, le agradezco todas las satisfacciones que nos dio”, cuenta su padre, Dagoberto Quevedo, en medio del dolor, pero con la tranquilidad de haber criado a un buen hombre, quien además les dejó el mejor regalo, la pequeña Amanda, sobreviviente de la tragedia y quien se quedará a cargo de él y de su esposa, madre de Wuilman, Isabel Tapia.

Todo por amor

Aunque no fue velada allí, en la casa de los Quevedo el recuerdo de Arlette también estaba presente. Saben que fue la mujer que hizo feliz a su hijo y siempre la quisieron. Aquello no era difícil. La psicopedagoga de 36 años tenía un carácter carismático y, según cuentan, “caía bien en el lugar que fuera”.

Había llegado de Osorno hace poco más de un año para radicarse definitivamente en Coquimbo y hacer familia junto a Wuilman en la casa que habían construido en Tambillos, lugar en el que residían.

Su vida no fue fácil. En el 2009, como presagio de lo sucedido el jueves por la noche, sufrió un grave accidente automovilístico en el sur de Chile del cual salvó milagrosamente. “Sólo un mal recuerdo, gracias a Dios…Increíble ponerse a pensar que estoy con vida”, escribió en el muro de su Facebook días después de aquel episodio.

Arlette también sabía de pérdidas. En el 2011, falleció su hermano Nanito, lo que provocó un dolor irremediable para la familia, el mismo que ahora su propia muerte ha generado.

Amante de su madre, fue su principal apoyo tras la partida de su hermano. Incluso, si en algún minuto dudó en dejar Osorno para venir a vivir con su pareja, habría sido precisamente porque no quería estar tan lejos de quien la crió y de quien la formó. “Ellas eran muy unidas”, comentan en la familia de Wuilman.

El último día

Allí, en el último adiós en la casa del arquitecto, sus cercanos no pueden evitar recordar la última vez que vieron al matrimonio y a la pequeña Amanda. No se va de sus memorias ese último día en que todo había sido tan normal y tan feliz. Y es que hace poco más de una semana su hija había llegado a este mundo, lo que había unido aún más a la pareja.

Como de costumbre, sobre todo por estos días, en que Arlette se encontraba con postnatal, habían ido a compartir durante la tarde con la madre de Wuilman, Isabel Tapia, en el mismo lugar en donde ayer el hombre fue velado. Todo normal. Tomaron las once, conversaron hasta que a eso de las 19:00 horas se despidieron y emprendieron el retorno a su casa, donde jamás llegaron.

Allí, la “ruta de la muerte” tomó sus vidas a 8 kilómetros de su morada. Pero a sus familiares les queda el consuelo de que partieron juntos, como habían decidido estar para siempre en octubre del año pasado, cuando se casaron. Y sobre todo queda ella, la pequeña Amanda, cuyo frágil cuerpo resistió para atesorar por siempre el recuerdo de sus padres y para guardar la historia de amor de dos jóvenes profesionales que dejaron una huella imborrable en quienes los conocieron.