Barack Obama prestó su juramento para iniciar su segundo período como presidente de Estados Unidos. Muy poco se pareció esta ceremonia, comparada con la que hace cuatro años solemnizó su victoria y sus promesas de corregir los atroces errores de su predecesor George W. Bush.

De hecho, hace 4 años se agolpó una multitud de casi dos millones de personas entusiasmadas e ilusionadas. Ahora las primeras estimaciones dicen que la concurrencia fue como la cuarta parte. Y también, por supuesto, fue muchísimo menos lo que se presupuestó como gastos de festejo. De hecho, en estas solemnidades se presupuestó un gasto que es menos de la cuarta parte de los 20 millones de dólares que, según el diario The Nation, de Washington, gastaron el presidente Obama y su familia, en sus últimas vacaciones en Hawaii.

Si pudiéramos percibir el andamiaje de noticias de estos tiempos, comparándolo con el que se estaba produciendo en 1912, y también en 1936, vemos que hay similitudes ostensibles. Que el mundo, cuando la Primera y la Segunda Guerra Mundial se estaban haciendo inminentes, presentaba síntomas muy, muy similares a los que ahora presenciamos.

Las potencias económicas aumentaron cada vez más su agresividad por el control de las fuentes de materias primas y energéticas, y de las vías de transporte comercial, a la vez que se esforzaban por avanzar tecnológicamente y elevar su producción industrial.

¿Podría China ganar una Tercer guerra mundial?… Claramente no. Por la sencilla razón de que en una guerra así, nadie, absolutamente nadie podría ganar. Los perdedores seríamos todos, tanto los protagonistas como los mirones. Tanto los culpables como los inocentes, considerando entre los inocentes a los que fueron demasiado tontos para darse cuenta de lo que se venía.

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