La película póstuma de Raúl Ruiz, titulada ‘La noche de enfrente’ y basada lejanamente en textos del escritor Hernán del Solar, se estrenó mundialmente la noche del sábado 19 en el Teatro Croisette de Cannes, sede de la Quincena de Realizadores. Fue una jornada plena de emoción, en que, sorpresivamente, se oyó incluso la voz del fallecido cineasta chileno.

Hubo lágrimas en Cannes al final de la proyección de ‘La noche de enfrente’, la ultima película que alcanzo a filmar Raúl Ruiz en sus 70 años de vida. Fallecido en agosto de 2011, Ruiz rodó el filme entre abril y mayo y luego lo terminó rápidamente, ayudado por su esposa y constante colaboradora en el montaje, Valeria Sarmiento. Las escenas se grabaron en Antofagasta (locación inédita para el cineasta) y en Santiago, especialmente en el barrio Yungay, y el elenco reunió a Sergio Hernández, Marcial Edwards, Valentina Vargas, Chamila Rodríguez y Pedro Vicuña, entre otros.

Financiada en buena parte con fondos del Consejo de la Cultura, el filme de despedida de Ruiz es una producción de vocación plenamente chilena, colmada de referencias a recuerdos, dichos, canciones y habla de este fin de mundo. Y el cineasta la asumió como tal, a sabiendas de que muy probablemente sería la última vez que encabezaría un rodaje. Por eso no se ahorró recuerdos de infancia y puso como uno de los protagonistas de la cinta a un niño en la edad del pavo que, en la década de los 50, deslumbra a propios y extraños con su erudición sobre los temas mas variados.

El contrapunto de este niño (que tiene algo de monstruo, como todos los niños ruicianos, pero esta vez visto con mucha mas ternura) es don Celso Barra (un portentoso Sergio Hernández), hombre que se apronta a enfrentar su día de jubilación con temor a quedar solo y a morir.

Ruiz hace que la narración vaya desde el norte, donde don Celso hace amistad con el escritor francés Jean Giono, hasta las calles de Quilpué y Villa Alemana (lugares donde el mismo Ruiz vivió de niño), y hace referencias al gobierno de Carlos Ibáñez y a artistas como Beethoven, que se aparece justamente en la película, como un fantasma encarnado.

El filme completo es, como es habitual en el cine de Ruiz, un juego ambiguo de figuras espectrales, de luces y de sombras (gran fotografía de inti Briones) donde no es sencillo dilucidar quien esta realmente vivo y quien muerto. En la polvorienta oficina de don Celso, bajo la ironía constante de su jefe (Marcial Edwards, muy bien en el rol) la vida parece estar fuera del tiempo, quieta, impasible, animada solo por los poemas que se recitan y los brindis que se alzan, aparatosos, en reuniones para celebrar o despedir a algún compañero de trabajo.

En términos de argumento, lo único que perturba la moribunda paz de los personajes es la intuición que tiene don Celso de que un joven llamado Rododendro va a llegar un día para asesinarlo. Ruiz, por cierto, no hace con este dato juego de suspenso alguno: la certeza de don Celso le sirve para articular paradojas y enfatizar la idea de que la existencia tiene un fin que llegara sin aviso y sin falta. Don Celso esta predestinado a la muerte como todos nosotros; solo permanece la incógnita de cómo y cuándo ocurrirá lo inevitable. Este momento será uno de los más intensos del relato, y una maravilla en lo que a realización se refiere.

Ruiz filmó ‘La noche de enfrente’ con planos-secuencia tan elaborados como magníficos, en los que la cámara se mueve o espera a los actores con total fluidez, con la sutileza de un maestro. Con una sensacional partitura de Jorge Arriagada (su dupla musical en 46 filmes desde 1977), el cineasta crea pasajes excepcionales, como el instante en que don Celso desliza su mano por encima de las botellas en las que guarda sus veleros en miniatura y la flauta ayuda a crear un clima inefable, logro propio de un cine que conecta las dimensiones físicas de la puesta en escena con el aire que flota en la habitación.

Cuando no está la música de Arriagada, Ruiz pone boleros en versiones antiguas o hace que sus personajes canten esas viejas tonadas que animaban las veladas de pasadas generaciones chilenas. Así, en la escena final de la película, Marcial Edwards entona el ‘Matecito de Plata’ que hace casi un siglo cantaron Los Cuatro Huasos. ‘Viejo mate de plata/Venerada reliquia’ canta Edwards, el jefe de la oficina, mientras le pide a sus empleados que le hagan el coro. Es un adiós nostálgico y conmovedor, que depara una sorpresa: cuando han pasado los créditos y terminado la canción, se oye la voz de Raúl Ruiz que dice ‘Coupez’ (Corten). Fue una opción de Valeria Sarmiento dejar correr toda la toma de sonido y guardar esa palabra al final.

Es como si la voz de este artista colosal hablara desde la vida eterna que solamente otorga la pantalla de cine. El corazón da un salto.