En marzo de cada año el poblado de Espinazo, enclavado en una zona desértica del norte de México, recibe hasta 100.000 visitantes, nacionales y extranjeros, que buscan ser sanados por el santo “Niño Fidencio”, un curandero muerto hace casi 70 años.

La vida de esta comunidad de unos 1.200 habitantes, envuelta en los vientos del desierto y a unos 80 km de Monterrey, no sería la misma sin la leyenda de Fidencio Constatino Sintora, conocido como “El Niño Fidencio”, elevado a la categoría de santo en el imaginario popular.

“Llegamos a recibir hasta cien mil personas durante una semana, peregrinos que vienen de México, del sur de Estados Unidos y también de Centroamérica porque la fe es muy grande y muy extensa”, cuenta Fabiola López, rectora de la denominada Iglesia Fidencista cristiana.

La comunidad religiosa es reconocida desde 1993 formalmente por el ministerio de Gobernación (Interior) y cuenta con unos 600 ministros.

La fe en el “Niño Fidencio” ha sobrevivido a más de siete décadas de su muerte y familias enteras de peregrinos recorren los sitios de Espinazo considerados sagrados, como el cerro de la Campana, la tumba del curandero la iglesia y el ‘charquito’, una pileta de aguas lodosas donde se sumergen con la esperanza de aliviar sus males.

“Cada vez tenemos más visitantes y se debe principalmente a que no cobramos por nuestro servicios, e incluso a las personas más necesitadas se les alimenta mediante la cooperación de muchas personas y se les da albergue”, explica Gerardo González, responsable de asuntos jurídicos de la Iglesia Fidencista.

La economía del pueblo en estos días también gira en torno a la figura del ‘santo niño’ pues en las calles los pobladores pelean la atención de los clientes para ofrecerles comida, ropa o figuras religiosas.

Los fieles del “Niño Fidencio” aseguran que medía 1,80 m, una gran estatura para su época, que jamás se desarrolló sexualmente, era lampiño y su tono de voz era infantil. También se le atribuyen poderes extrasensoriales desde su infancia, como el leer la mente y pensamientos de quienes lo rodeaban.

Como curandero, se cuenta que operaba cesáreas y tumores con trozos de vidrio, que sacaba muelas con pinzas eléctricas o extirpaba cataratas con espinas de maguey y sin necesidad de sedar a sus pacientes, que, cuenta la leyenda, jamás sentían dolor alguno.

Las historias sobre los poderes curativos del “Niño Fidencio” llegaron hasta el mismo presidente mexicano de la época, Plutarco Elías Calles, quien lo visitó el 8 de febrero de 1928 para que lo atendiera de un mal que le provocaba llegas en la piel.

El mandatario quedó tan satisfecho con los resultados que obsequió mercancías, tierras y una yegua al ‘niño milagroso’, además del permiso de ser sepultado en su propia casa cuando llegara su muerte, la cual ocurrió el 19 de octubre de 1938.