Ixchel: el nombre que llevan miles de niñas en México y Centroamérica.

Las motivaciones de los futuros padres al escogerlo no son casuales. Se trata de la diosa maya más importante de esta civilización.

En el año 1.500, a.c, sobre la que es descrita como una imponente civilización androcentrista, como veremos más adelante, existía una deidad femenina que regía por medio de sus varias facetas, dictando el destino de sus miembros.

Ixchel era varias féminas a la vez, con formas y edades distintas, pero con fuerzas capaces de dar la vida o quitarla de la forma más cruel posible, por castigo divino, entre los que habitaron este imperio.

La autora del libro Mujeres Mayas de antaño, la doctora María Rodríguez-Shadow, quien es especialista en arqueología de género, asegura que en esta cultura predominaba el liderazgo de sacerdotes.

“Las mujeres de la elite, además de ser madres, participaron en política, economía, religión y ceremonias rituales”, asegura la autora, pero reconoce que eran pocas comparado con el otro género.

Los mayas preferían destacar a los hombres como sacerdotes, guerreros, jugadores de pelota y dioses. Pero Ixchel representaba al reducido género, superando los poderes de otros dioses masculinos.

Diosa de la luna, dadora de vida

El registro de los dioses mayas está conformado por una amplia lista. No obstante, son 30 los principales de la civilización y en ese conteo se encuentra Ixchel.

Páginas especializadas en el tema detallan la capacidad de cada uno, pero llama la atención que la divinidad del ser, o del desaparecer, entre otras, está regida por la diosa de la luna. “La blanca”, como también le decían.

Antropólogos revelan que el nacimiento de los niños estaba a su cargo, cuando en comitiva, ancianos y otras mujeres iban a buscar a la novia de un matrimonio que estaba previamente arreglado, para unirla a otro maya.

Cuando el ritual de la unión acababa, venía una gran fiesta y un posterior acto sexual de los contrayentes, quienes habían recibido instrucción de los más sabios para fines coitales, pero principalmente reproductivos. Ahí es cuando Ixchel entraba en acción, mediante la oración de mujeres deseosas de ser madres.

Quedar embarazadas era su anhelo. Si eran estériles se enfrentaban al repudio del esposo. Estaban dispuestas a una prolongada plegaria hacia la diosa, incluyendo penitencias que podrían hacerlas bañarse en aguas contaminadas y de olores nauseabundos, con tal de quedar encinta. Si concebían gemelos, eran consideradas predilectas de “La blanca” que mandaba sobre la luna.

“Efectuado el parto se procedía a bañar a la madre y a la criatura. El recién nacido era bañado en la fuente clara de un río, al que ofrendaban los instrumentos que se habían utilizado en el parto, también se procuraba saber en que signo había nacido para conocer que ventura había de tener”.

Ixchel, la destructiva

Se trata de una poderosa deidad descrita como ambivalente. La diosa del amor, la gestación, la medicina (por su poder curativo), de los textiles, etc., lo explica en gran medida.

Sin embargo, la faceta que riñe con las anteriores tiene que ver con otro poder que emanaba de Ixchel, según la historia.

Cuando ejercía un castigo sobre los mayas, lo hacía con el más inusitado poder. Luego de ser creadora de vida, mandaba sobre estos tempestades que arrasaban aldeas enteras con devastadoras tormentas e inundaciones.

La representación gráfica de la diosa de la luna, da una idea de su poder destructivo. Quedó plasmada como una figura femenina rodeada de serpientes, en modo anciana, acabando con vidas que ella misma ayudó a gestar.

Atrás quedaba, en esos momentos, la que también era retratada como una hermosa mujer con un conejo, también como una vieja tejiendo un telar de cintura u otra, senil, vertiendo agua sobre tierra fértil para cuidar la cosecha (o para destruirla, según su designio). Cuando se enfurecía, según la mitología, era como la luna pero en fase destructiva, en toda la zona hoy conocida como península de Yucatán.

Los santuarios de Ixchel

A Ixchel la historia no le guarda resentimiento. Es más, los mexicanos descendientes de mayas le hicieron santuarios en Isla de Mujeres y en Cozumel, para mostrar lo que tuvo que dar o quitar a esta civilización.

Uno de estos lo erigieron frente a las costas de Yucatán, hasta donde llegaban las canoas con mujeres y niñas, procedentes de Cozumel, llevando ofrendas y una actitud de adoración.

La visita la hacían al menos dos veces en la vida y tenía como centro obtener de ella su bendición de fertilidad. La primera visita de niña en compañía de su madre y la segunda como madre junto a la hija.

La tradición fue debilitándose con los años, pero desde 2006 fue retomada con fuerza por medio de La Travesía Sagrada Maya, la cual consiste en navegar por varios meses hacia la costa oriental de Quintana Roo, para recibir la venia de la diosa de la luna y llevar el mensaje a sus respectivos pueblos originarios.