José Emilio Parrada tenía 40 años y manejaba una motocicleta Mondial 110 cc cuando se convirtió en la víctima fatal de una “broma” de adolescentes en la ciudad argentina de Mar del Plata. La autopsia confirmó lo que ya se sabía con apenas ver el lugar del impacto: un tajo profundo en el cuello y lesiones en el cráneo por el golpe al caer. Su cuerpo había sido arrastrado casi diez metros, lejos de la moto. Nada pudieron hacer los médicos.
Era la noche del 14 de julio en la calle Soler, entre Cerrito y Marcelo T. de Alvear. Se hacía imposible imaginar que una escena casi calcada de una serie animada iba a terminar con un hombre muerto, degollado por un cable de fibra óptica tensado entre dos árboles y que cruzaba la calle.
Una broma que terminó en tragedia
Detrás de la reprobable idea había un grupo de cinco adolescentes. Algunos testigos dijeron que los chicos encontraron material tirado, unos 40 metros de cable, resultado de una reciente instalación de internet y así se les ocurrió cómo pasar el rato.
Tres de los menores, sin pensar en las consecuencias, avanzaron con el plan. Querían que el conductor de algún automóvil se detuviera y se llevara la sorpresa, pero el que no pudo frenar fue otro.
A bordo de su motocicleta, José Emilio Parrada venía derecho hacia el cable, tenso, invisible en la oscuridad. El golpe fue seco. Y luego, el silencio. Los chicos escaparon asustados. Vino el horror, la Policía, personal del Sistema de Atención Médica de Emergencia (SAME) y una familia destrozada otra vez.
Es que el hombre de 40 años estaba casado con una mujer a cuyos hijos criaba como propios. Según el diario La Capital, la víctima luchaba contra graves adicciones de las que en el último tiempo había logrado recuperarse, sobre todo, tras volcarse a la religión luego de los fallecimientos de sus tres hermanos en distintas circunstancias.
La moto de Parrada quedó tirada sobre el asfalto, con la rueda aún girando. El cable, flojo, cortado por la tensión del impacto, seguía colgando a media altura.
Si bien al principio se creyó que la muerte de Parrada había sido un accidente más y se derivó la causa a la fiscalía de Delitos Culposos, los testimonios de testigos y vecinos cambiaron el rumbo de la investigación judicial.
El fiscal Marcelo Yáñez Urrutia, del Fuero Penal de Responsabilidad Juvenil, fue claro: para él, se trató de un homicidio agravado por la participación mínima de tres menores de edad y bajo la figura de dolo eventual. Es decir, los chicos “debieron saber” que atar un cable que cruza la calle y ubicarlo a la altura del cuello de una persona podía terminar mal.
En lo material, los tres principales responsables tienen entre 13 y 15 años. Son inimputables porque la ley argentina establece que un menor de 16 años no puede ser sometido a proceso penal, sin importar la gravedad del hecho. Otros dos adolescentes quedaron señalados por la fallida “joda” (broma), pero se alejaron antes de la colocación de la trampa mortal.
El fiscal pidió de todos modos que los jóvenes fueran evaluados por un equipo interdisciplinario y que, como medida excepcional, permanecieran privados de la libertad. Pero la jueza María Gulminelli no lo permitió, ya que no compartió la calificación de homicidio con dolo eventual. Así, ordenó que los tres adolescentes de entre 13 y 15 años sigan siendo acompañados por profesionales, pero en libertad.
En la escena del crimen, una estampita quedó inmortalizada y pegada en el teléfono celular del fallecido: “Entonces invocarás, y te oirá el Señor; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Isaías 58:9”.