Algunos países de Europa viven la segunda ola del coronavirus. Sudamérica se relaja un poco.

No hay que ser científico para saberlo. Las calles, con el flujo de personas aumentando a medida se acerca el verano, lo dicen a gritos (no importa donde leas esto).

En la vecina Argentina, fue uno de los medios de comunicación el encargado de confirmarlo, a través de evidencias. La cadena informativa TN, mostró el comportamiento de bonaerenses en la capital del país trasandino.

Parecía, a juzgar por las fotografías, una fiesta tradicional, pero solo se trataba de la tradicionalmente forma humana de ir contra la normativa, ante las advertencias de que la pandemia aún está vigente.

Los primeros lugares en ser analizados, bajo el comportamiento despreocupado, fueron los pubs.

Varias “estampas”, como les denominó el citado medio, mostraban a porteños en condiciones relajadas, sin cumplir distanciamientos y sin usar mascarillas.

“Muchas risas, pocos tapabocas y nada de distanciamiento”, reza en la descripción de lo observado la primera noche de la “nueva normalidad” en Buenos Aires. Es decir, el sábado 8 de noviembre.

Mesas copadas de personas, eran parte de la jornada nocturna. En algunos casos, casi una veintena las ocupaban, sin que existiera el mínimo de medidas preventivas entre los amigos que “carreteaban”.

Atrás quedaba el metro de distancia, que era sustituido por centímetros de relajo, alegría y olvido. Como si el coronavirus no se encargó durante todo el año de hacer sentir a la humanidad vulnerable y, en el peor de los casos, de luto ( 1.1 millón de personas a nivel mundial).

Algunos decidían posar por cuenta propia ante las cámaras. Parecía una velada para desafiar no solo al virus. También a la crítica que se hizo presente por parte de algunos argentinos más cautelosos, quienes reprocharon la conducta actual de sus connacionales, pese a los efectos del virus en su país.

Fase DISPO,indispuesta

Habían pasado 8 meses desde que el gobierno de Alberto Fernández dictó una estricta cuarentena, que obligó al cierre de establecimientos comerciales, no esenciales, en esta y otras ciudades argentinas. El cambio, vino después de reportarse un descenso de casos en una nación sudamericana donde el número de fallecidos superó los 33 mil.

Fue entonces que, entrado noviembre, se puso en marcha la fase DISPO ((Distanciamiento Social, Preventivo y Obligatorio), en sustitución de una sigla mucho más rigurosa que se instaló durante casi todo el año: ASPO (Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio).

Parecía, además, que habían surtido efecto las quejas venidas en constantes banderazos, para repudiar no solo los movimientos políticos de Los Fernández (Cristina y Alberto), sino, también, las medidas proteccionistas contra la covid-19.

Sin embargo, lo visto el pasado sábado, mostró la otra cara de la moneda de una sociedad comportándose relajadamente, en medio de un virus invisible, pero conocido por su tasa de mortalidad.

Si bien, no puede generalizarse a todo un país por el comportamiento de algunos de sus habitantes, habían familias enteras, con niños sin mascarilla, paseando por plazas, puentes emblemáticos y otros sitios, que si bien se extrañan en cuarentenas, son los escenarios por excelencia para propagar enfermedades como la covid-19.

En el Puente de la Mujer, en el exclusivo Puerto Madero, las fotografías hacían alarde de la felicidad por la nueva normalidad que llegó a la Argentina, pero también de la despreocupación por los probables y desconocidos vectores cruzando el icónico lugar.

Las autoridades locales advirtieron a los propietarios de pubs, restaurantes y otros lugares de atención a clientes, de que debían cumplir los protocolos de distanciamiento para poder operar en la nueva normalidad.

A la hora de concurrir a un restaurante, los asistentes deben “Mantener cubierta la boca y la nariz en todo momento”, con tapabocas, mascarillas o barbijos, “salvo cuando se consuman alimentos o bebidas”.

Parece que por un momento, la noche hizo que la norma fuera olvidada. La cercanía era cada vez más notoria, a medida el primer carrete pospandemia se desarrollaba.

Sin lugar a duda, lo único que se cubrió fue la cuota de diversión, con asistencia masiva.

El espejo es europeo

Los científicos hablaron de una segunda ola de coronavirus en el viejo continente, y se cumplió.

Europa se aventuró a una vuelta paulatina a la normalidad, con el verano invitando a salir. Reabrir la economía, en cuidados intensivos, era el principal objetivo.

Cuatro meses habían pasado de esa nueva normalidad, cuando el segundo tumbo viral ya estaba golpeando con fuerza en algunos países del bloque.

El 22 de octubre pasado, el primer ministro de Francia, Jean Castex, calificaba de “grave” la situación de su país. 5 días más tarde, el presidente Emmanuel Macron, informaba que habían muerto, en una sola jornada, 525 personas y más de 33 mil se habían contagiado.

Rusia reportaba, también el martes 27 de octubre, 320 muertes y 16.550 contagios en esa jornada. Aún mantiene el estatus de una de las cuatro naciones con mayor número de casos de coronavirus, junto con EEUU, Brasil e India.

Una situación similar vivía Italia, en el mismo periodo, registrando más de 220 muertes y 22 mil contagios en 24 horas.

Sin embargo, en algunas ciudades los italianos salieron a protestar ante el anuncio de nuevas restricciones contra el virus.

Bélgica se encuentra en una situación alarmante, con médicos contagiados de la covid-19, asintomáticos, trabajando en esas condiciones debido al colapso de los hospitales con pacientes esperando por atención.

En España, el pasado 11 de noviembre, murieron 349 personas, elevando a más de 40 mil el número de decesos por el virus, desde que se instaló la pandemia. Así mismo, se contabilizaron, esa misma jornada 19 mil nuevos casos. Por estas fechas rige ya el toque de queda nocturno en esa nación europea.

Ese mismo miércoles, Reino Unido reportaba 50 mil decesos, desde el inicio de la pandemia.

Se trata de un espejo amplio, de origen europeo y con un precio demasiado alto de pagar, aunque en otras naciones del mundo, algunos decidan volver la vista hacia otro lado, en señal de apatía o incredulidad.