Bastante se ha hablado de las repercusiones económicas que han tenido lugar por el triunfo del Brexit, pero las consecuencias más graves serán de orden político, pues se han fortalecido las posturas nacionalistas, fundadas sobre todo en los temores que representa la inmigración y en los cambios que significa el mundo globalizado.

Se trata de planteamientos populistas de políticos irresponsables como Nigel Farage que tanto daño hacen a la democracia. Significativo resulta que la mayoría de los jóvenes británicos votaron mayoritariamente por la permanencia en la Unión Europea, pues conocen los beneficios que puede representar para ellos la integración europea.

Precisamente, una de las expresiones más concretas de la globalización, han sido los procesos de integración, no solo económicos sino también políticos, donde nociones como Estado nación o de límites soberanos han ido perdiendo fuerza o al menos se ha ido cuestionando su concepto tradicional. En este orden, la Unión Europea ha sido el proceso más exitoso.

Como es sabido, tras la Segunda Guerra Mundial existía la absoluta convicción de que si no se llevaba a cabo un proceso integrador —dejándose de lado las posturas nacionalistas— el derrumbamiento de Europa era inminente.

Sin embargo, la Unión Europea no es el fruto de una elaboración intelectual motivada por factores coyunturales sino que constituye la concreción de numerosas proposiciones que a lo largo de la historia se manifestaron en este sentido: lograr la unidad de Europa. Unidad que se basa, fundamentalmente, en la presencia de un patrimonio cultural que es común.

En todo caso, que se hable de la participación de un proceso común, no quiere significar homogeneidad ni pérdida de identidades culturales. Precisamente, una de las características de Europa es la presencia de una diversidad cultural que coexiste, esto es, que pueden existir a la vez y además, lo que es más importante, convivir. Quizá el secreto de Europa está en ser, como lo afirma Morin, una unitas multiplex.

Probablemente, es la intuición de pertenecer a una única comunidad, la que ha motivado en numerosos pensadores y estadistas el deseo de constituirla. Así, intelectuales como Kant con su obra La paz perpetua, Montesquieu, Saint-Pierre o Saint-Simon formularon ideas a fin de lograr dicho objetivo.

Ya en el siglo XX, tras el desastre que significó para el viejo continente la Primera Guerra Mundial, se percibió que una Europa dividida sólo la llevaría a desarrollar un papel menor en el concierto mundial, así como a ser fuente continua de conflictos, producto de la fuerza de los nacionalismos. Ello motivó al conde Coundenhove-kalergi a proponer la formación de los Estados Unidos de Europa.

Así también, el ministro francés Briand planteó en 1929, en el seno de la Sociedad de Naciones, la necesidad de crear una Unión Europea.

Raúl Carnevali Rodríguez
Raúl Carnevali Rodríguez

Jamás Europa ha vivido un período de paz y prosperidad como en los últimos setenta años. Es cierto, que la estructura burocrática y las políticas que se imponen desde Bruselas pueden parecen a veces ajenas para el ciudadano europeo lo que hace necesario, por cierto, la revisión de los procedimientos.

Pero, a pesar de todo sigue siendo un proceso muy exitoso y que es necesario mantener y fortalecer. La integración europea es la única estructura organizativa que puede impedir el triunfo de las ideas del populismo nacionalista, que lamentablemente están de regreso en el Viejo Continente. Vaya si sabrán los europeos lo nefastas y peligrosas que son.

Raúl Carnevali R.
Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales
Universidad de Talca
Campus Santiago

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