En tono pesimista algunos “decision-makers” europeos ya aceptaron que las acciones diplomáticas están casi exhaustas, y que solo el rearme acelerado y la vigilancia reforzada del “flanco Este” pueden disuadir a Rusia. Hoy la ideología irredentista rusa es un peligro material para toda Europa.
Mientras la Unión Europea discute nuevas sanciones a Rusia, la Presidenta de su Comisión y algunos de sus gobernantes reconocen que -junto con el bombardeo de la embajada de la U.E. en Kiev y los frecuentes ataques informáticos sobre infraestructura crítica- las violaciones de los espacios aéreos de Estonia, Polonia y Rumania (“países OTAN”), comprueban que el gobierno de Putin no tiene intención de pactar la paz en Ucrania.
Por el contrario, está ultimando planes para una agresión a mayor escala.
El desarrollo de maniobras militares en Bielorrusia (próximas a Polonia) parecen comprobarlo. Se trata de ejercicios similares a los de febrero de 2022, realizados inmediatamente antes de la invasión de Ucrania. Los drones interceptados en Polonia parecen haber sido parte de la planificación de esos ejercicios.
En tono pesimista algunos “decision-makers” europeos ya aceptaron que las acciones diplomáticas están casi exhaustas, y que solo el rearme acelerado y la vigilancia reforzada del “flanco Este” pueden disuadir a Rusia. Hoy la ideología irredentista rusa es un peligro material para toda Europa.
El estilo ruso como arma de disuasión
Las dos guerras de Chechenia (1994-1996 y 1999-2009) recordaron que “el estilo ruso de hacer la guerra” es el mismo de siglos anteriores, y explica, entre otros “detalles”, las masivas violaciones de los derechos humanos en aldeas y ciudades ucranianas, amén de la “importancia ninguna” que su gobierno reconoce al Derecho Humanitario.
Conforme con esa “tradición”, la “barbarie” es propia de los ejércitos rusos y, en contexto, un instrumento para “transmitir temor’ a los europeos. Entre estos últimos, los sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial tienen más de 80 años, y ya transmitieron a sus descendientes cómo sus recuerdos de infancia están improntados por la destrucción y el hambre.
Nada de esto es relevante en Rusia. Fuentes occidentales estiman que -como en las guerras mundiales del siglo pasado, la Revolución Bolchevique, las subsiguientes guerras internas, las purgas, hambrunas y deportaciones masivas de Lenin y Stalin- la guerra de Ucrania ha sido una verdadera “máquina de moler carne”. Las bajas rusas alcanzarían 950 mil combatientes, entre ellos 250 mil muertos. Salvo algunas madres de jóvenes conscriptos, nadie más protesta en Rusia.
Esto ocurre no solo porque -como en la época de lo Zares y el período soviético- el gobierno controla los medios de comunicación (y ahora también la internet), sino porque ninguna cifra de muertos y heridos es suficiente para que Putin y su entorno sean cuestionados. No existe tradición política para ello. La población rusa está, de muchas formas, convencida que este es el costo de resistir la “histórica agresión del enemigo occidental”. Ningún sacrificio es suficiente para el “sufrido pueblo ruso”, cuya psiquis parece anclada en 1945.
Y aunque en la realidad ningún país de Occidente tiene intención o interés en territorio ruso (no hay colas ante los consulados rusos para emigrar a ese país), para una población con valores esencialmente distintos a los nuestros, (prejuiciada, predispuesta y resentida), “la recuperación de Ucrania” sigue siendo un objetivo válido.
A nuestro juicio las posibilidades de éxito de un movimiento político-social de reforma y de renovación a gran escala que cambie esta realidad son, exactamente, mínimas.
La cuestión de las mentalidades
La ausencia de una opinión pública equivalente a la occidental constituye una de las más importantes fortalezas del actual (y de cualquier) gobierno ruso. En la historia de Rusia no hay fenómenos equivalentes al humanismo renacentista o la Ilustración: lo que puede haber son copias tardías, adoptadas por sectores muy minoritarios de la sociedad.
Entre Rusia y Occidente la distancia fundamental se explica en la diferente evolución de sus mentalidades y, en ese marco, en el desarrollo del concepto occidental que ilumina la importancia trascendente del individuo, y de sus derechos inherentes. En cambio, las numerosas fobias ultranacionalistas, étnico-religiosas y de género que componen del ethos ruso, son prismas a través de los cuales esa sociedad observa (y entiende) al mundo. Allí se afirma la “justificación psicológica” derivada de “sentimientos históricos”, ahora instrumentalizados para justificar la invasión de Ucrania.
Los detalles están en “la historia oficial rusa”, que para los efectos ha convertido en “comodín” la “violación del compromiso occidental” respecto que la desintegración del Bloque Soviético y del Pacto de Varsovia no terminarían en la ampliación de la OTAN. Si bien a partir de 2001 eso fue precisamente lo que ocurrió (al igual que la adhesión de esos mismos países a la Unión Europea), tal proceso no tuvo como objetivo “preparar la conquista de Rusia”. La actual relativa obsolescencia de los ejércitos europeos es prueba de ello.
Las “razones políticas contingentes” están, por otra parte, en la consolidación de Putin en el Kremlin (1999), y su promesa de “hombre fuerte” de devolver a Rusia el poder y prestigio de potencia mundial. Para el líder ruso, la declinación de su país no resulta de su atraso económico y tecnológico, sino del colapso de la URSS, “la peor tragedia geopolítica de la historia de Rusia”.
Las fronteras históricas
En Polonia, los Países Bálticos y otras naciones de Europa del Este el “discurso imperialista de Putin” se entiende como amenaza directa de intervención. Desde la Edad Media, Europa Oriental vio surgir y caer imperios y grandes países, por lo cual Rusia, Polonia (y cada país de esa región) poseen su “propia historia oficial”, y su “propia cartografía histórica” de sus límites. Se trata de un problema similar al que afectó (y sigue afectando) a la región de los Balcanes.
A lo largo del tiempo, decenas de tratados, armisticios y acuerdos han modificado (y vuelto a modificar) fronteras y límites. En ese mismo contexto, en la acepción de Putin y su gobierno, los “verdaderos límites de Rusia” corresponden a los de “la Gran Rusia de fines del siglo XIX”, e incluyen parte de Finlandia, la totalidad de los Países Bálticos, el Este de Polonia, Bielorrusia, parte fundamental de Ucrania y del litoral del Mar Negro, además de territorios en Rumania, Moldavia e incluso Bulgaria.
A la fecha, con la excepción Bielorrusia, Moldavia y Ucrania, todos los demás territorios pertenecen a la OTAN y a la Unión Europea. Ucrania y Moldavia esperan adherir “en el futuro”.
La debilidad política de Europa
Otra gran fortaleza de Putin reside en la debilidad de algunos gobiernos occidentales que, como aquellos del Reino Unido, Francia y España, están sometidos a profundas crisis políticas internas. Y aunque el canciller alemán Friedrich Merz se ha esforzado para suplir con liderazgo tales debilidades, lo concreto es que la defensa europea está lejos de estar asegurada, no obstante la enorme inversión en armamentos e, incluso, la restitución del servicio militar obligatorio en varios países.
Adicionalmente -y como lo ilustró el extravagante recibimiento que Donald Trump ofreció a Putin en su reciente reunión en Alaska- los europeos no han logrado persuadir ni al presidente, ni al vicepresidente ni al secretario de defensa norteamericano de la gravedad y la inminencia del peligro ruso. Con el estilo grandilocuente y autorreferencial que cultiva, Trump ha intentado infructuosamente perfilarse como “el pacificador de Ucrania”, pero hasta aquí no obtuvo ningún resultado.
Si bien al final de su reciente visita de Estado a Londres, en un arranque de enojo, Trump afirmó que “Vladimir” lo había defraudado, todo indica que Estados Unidos entiende que la cuestión de Ucrania es, a final de cuentas, un asunto europeo.
La cuestión de petróleo ruso
Trump también ha dicho -y esto es interesante- que “cuando los europeos dejen de comprar petróleo a Rusia”, lograrán terminar con la guerra en Ucrania.
En perspectiva, Trump pudo referirse a los cambios que, primero en la ex Alemania Comunista, y luego el resto del Pacto de Varsovia y la propia Unión Soviética, a fines de la década de los 80s se catalizaron a propósito de problemas de la industria petrolera soviética, que impulsó los precios al interior del COMECON y agudizó la endémica crisis y la bancarrota económica de Alemania del Este (y la “caída del muro de Berlín). Enseguida vino el “colapso del resto de la economía comunista”.
Por ahora los europeos siguen reformulando su estrategia de transición económica (que Trump entiende manifestación de la cultura woke), que incluye recuperar parte de la producción de energía nuclear y algunos combustibles fósiles. Esto, mientras la demanda de energías rusas se reduce paulatinamente.
Previendo esta circunstancia, Rusia ya fortaleció su cooperación energética con India y China. Ambas representan “demandas” suficientes para mantener los precios del petróleo y del gas, y sostener el esfuerzo de guerra de la economía rusa.
La proximidad de un conflicto con Rusia
Lo más probable es que las incursiones en los espacios aéreos de la OTAN, los ataques informáticos y otras provocaciones continúen, mientras que en paralelo (y de manera acelerada) los europeos aumentan sus capacidades militares. Estas, sin embargo, con la excepción de aquellas de Francia y el Reino Unido, se concentran en el ámbito de las armas convencionales.
Y aunque está demostrado que el armamento convencional de Occidente es superior al ruso, lo que verdaderamente importa es la amenaza nuclear. En concreto (a nivel a “nivel táctico”), los misiles ultrasónicos rusos que, la propaganda afirma, en pocos minutos pueden alcanzar incluso a Lisboa y Madrid.
Esta es la principal arma de presión psicológica rusa, a la cual, en la medida que pasa el tiempo -como antes hicieron sus padres y abuelos- los europeos parecen comenzar a acostumbrarse.
Quizás a ello obedezca el pesimismo y la resignación de algunos “decision-makers”, para quienes un conflicto militar con Rusia parece casi inevitable.
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