Rusia está escalando, y cada respuesta tibia de Occidente será interpretada en Moscú como la luz verde para ir más lejos.
Después de 3 años y medio de la agresión rusa, los ucranianos ya estamos “habituados” a ataques aéreos nocturnos con drones y misiles rusos, que obligan a la gente a buscar refugio en lugares seguros. Pero la noche del 10 de septiembre ha sido diferente.
Además de los bombardeos de instalaciones de infraestructura civil y crítica de Ucrania, al menos 19 drones de combate rusos cruzaron el espacio aéreo ucraniano y se dirigieron hacia Polonia. Aunque no es la primera vez que Rusia viola las fronteras de la Alianza Atlántica, fue la primera vez que Polonia, apoyada por sus aliados europeos, respondió con fuego real, usando aviones de combate y cerrando temporalmente su espacio aéreo. Sin embargo, el resultado no fue del todo satisfactorio: apenas unos pocos drones fueron derribados, y uno incluso cayó a 300 km en el interior del territorio polaco.
En paralelo, en Ucrania las sirenas de alarmas aéreas no se detienen. El 9 de septiembre, Rusia asesinó con una bomba aérea a 25 civiles, en su mayoría jubilados, que esperaban en fila para recibir su pensión en la aldea de Yarová, región de Donetsk. El 8 de septiembre, un misil impactó directamente contra la sede del Gobierno de Ucrania. Todo esto muestra una clara tendencia: Rusia está subiendo las apuestas sin temor a consecuencias.
La estrategia de Putin: sembrar desconfianza
Desde Kyiv lo vemos claro: el Kremlin no busca una guerra abierta con la OTAN. Lo que busca es algo aún más peligroso: exponer las debilidades de la Alianza, sembrar la desconfianza entre sus miembros y desplazar las líneas rojas de lo que se considera “inaceptable”. Al lanzar drones no tripulados sobre el territorio polaco, Moscú prueba hasta dónde puede llegar sin provocar una respuesta colectiva. Y por ahora, está ganando terreno.
Enviar drones al territorio polaco —país clave en el apoyo a Ucrania y miembro fundamental del flanco oriental de la OTAN— sin una respuesta contundente de la Alianza mina la confianza pública en la capacidad de disuasión colectiva del bloque. En otras palabras, si un aliado como Polonia puede ser sobrevolado impunemente, ¿qué pueden esperar otros países?
Se trata de una forma de guerra psicológica e informativa. Los monitoreos recientes en las redes sociales polacas muestran una actividad creciente de bots y cuentas falsas promoviendo narrativas prorrusas como “la OTAN no nos protege” o “la culpa es de Ucrania”.
Además, la operación dejó en evidencia fallas técnicas. La participación de cazas F-35 neerlandeses y aeronaves de vigilancia italianas no fue suficiente. La defensa aérea polaca, como la de muchos países europeos, no está diseñada para interceptar ataques masivos de drones de bajo costo. Rusia lo sabe bien y está explotando esa vulnerabilidad al máximo.
Pensar que se trató de un accidente sería ingenuo. El ataque fue deliberado en su ambigüedad: lo suficiente para provocar, pero no para justificar una respuesta militar colectiva. Desde Kyiv, muchos observan con frustración cómo estas provocaciones se repiten. Pero también entendemos que la clave no está en exigir respuestas automáticas, sino en fortalecer la resiliencia colectiva.
La respuesta: más integración, más defensa
Hoy, Ucrania solicita a la Unión Europea 6.000 millones de euros para desarrollar y fabricar drones de largo alcance. Tenemos la capacidad industrial para producirlos. Solo necesitamos el financiamiento, y este debería llegar en parte del fondo SAFE, el nuevo instrumento de seguridad del bloque.
Estas iniciativas no sirven solo para Ucrania. Son barreras de contención para toda Europa. Fortalecer la defensa ucraniana es fortalecer la defensa de la OTAN.
También esperamos una mayor integración en proyectos como el escudo antiaéreo europeo. Necesitamos interoperabilidad real entre los sistemas de defensa, centros de comando y alerta temprana.
La historia reciente nos muestra que la pasividad ante las provocaciones autoritarias solo lleva a escenarios peores. La invasión rusa a gran escala del febrero de 2022 no comenzó de la noche a la mañana. Fue precedida por años de pruebas, tanteos, ataques cibernéticos y operaciones híbridas.
El ataque del 10 de septiembre es parte de esa misma lógica.
Rusia está escalando, y cada respuesta tibia de Occidente será interpretada en Moscú como la luz verde para ir más lejos.
Por eso, desde Ucrania, no pedimos que nuestros socios se involucren en una guerra con Rusia, pero necesitamos, eso sí, acciones firmes y decisivas: más sanciones contra el agresor, más apoyo militar a Ucrania, más coordinación, más valentía política.
Como dijo alguna vez Winston Churchill, “lo único peor que librar una guerra con aliados, es librarla sin ellos”. En el caso de Ucrania, lo peor sería enfrentar esta guerra sin el apoyo de nuestros socios.
No esperemos que otro dron caiga en Polonia o en cualquier otro país europeo para reaccionar. El momento de actuar es ahora.
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