Etimológicamente, el vocablo “fútil” refiere a algo sin importancia o vacío de contenido. En su “República”, Cicerón identifica esa expresión con lo frívolo y lo superficial o, si usted prefiere, con algo sin sustancia o carente de significado práctico.
Estos vocablos parecen apropiados para catalogar la actitud (antes que “política”) del gobierno chileno para conducir las relaciones con Israel y, por extensión, para entender la enorme complejidad de la perenne crisis de Oriente Medio.
La última expresión de futilidad del gobierno está en un “tweeter” de medianoche, en el cual el Presidente apresuradamente condena el ataque norteamericano sobre “centrales nucleares” y, a la vez, desafía a la administración Trump. Es claro que en esto estamos en presencia de emociones del mandatario, antes que ante definiciones políticas adoptadas reflexivamente.
Sus comentarios no aportan nada nuevo, y solo recuerdan una pancarta de una movilización estudiantil pro-palestina.
Percepción de antisemitismo del Presidente chileno
Se trata de una actitud por default del Presidente, amparada en las atribuciones que la Constitución y la ley le reconocen. Todo indica que no distingue entre sus obligaciones como Jefe de Gobierno y aquellas propias de su rol como Jefe de Estado. Un ejemplo de ello es su renuencia a atender una llamada del secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, alegando que “solo habla con presidentes”.
Quienes conocen cómo actúa la diplomacia norteamericana saben que una llamada del Secretario de Estado es, en la práctica, una llamada del propio Trump. Es difícil imaginar al Presidente de Francia o al Primer Ministro británico (Miembros del Consejo de Seguridad) usar ese argumento para no atender una llamada del Secretario Rubio. Lo que está claro es que Estados Unidos en el algún momento cobrará la ofensa.
También es claro que la antipatía presidencial hacia Israel es anterior a la intervención hebrea en El Libano (para enfrentar a Hezbolá), y a la siguiente operación militar en Gaza (para enfrentar a Hamás). Data de 2022, cuando el Presidente se negó a recibir las Cartas Credenciales del Embajador israelita. Habida cuenta de las obligaciones que -conforme con la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas- Chile (“Estado Receptor”) tiene con Israel (Estado Acreditante), se trató de mucho más que de una falta de protocolo.
En la circunstancia, el Presidente no solo violentó nuestro ordenamiento interno (dicho Tratado Multilateral es parte de nuestra legislación), sino que también importó una seria violación del Derecho Diplomático, ergo, del Derecho Internacional.
La oportunidad que Hamás le entregó a Israel
La animadversión por Israel ha impedido entender que el ataque sobre objetivos civiles perpetrado en 2023 por varios miles de militantes de Hamás provenientes de Gaza (1196 muertos, centenas de heridos, decenas de mujeres violadas y cerca de 250 rehenes), representó la oportunidad que -durante una generación- los sectores más conservadores hebreos esperaron para justificar una operación militar concebida para “eliminar de raíz” a grupos islámicos que juraron “borrar a Israel de la faz de la tierra”. El costo político, económico y humanitario de tal empresa no es, en el cálculo hebreo, relevante.
El gobierno tampoco parece recordar que el acuerdo para transparentar el programa nuclear de Teherán suscrito entre Irán y países de Occidente, Rusia y China (2015), no alteró el financiamiento que por décadas Teherán hace de Hamás, Hezbolá y otros grupos fundamentalistas.
Tampoco parecen comprender que el análisis hebreo parte de la base de que, para el yihadismo árabe y para Irán, la “causa palestina” es un instrumento para justificar la “destrucción total de Israel” y que, debido a las capacidades militares, tal objetivo solo se puede lograrse vía un ataque nuclear iraní.
En definitiva, solo la destrucción de Israel (y la destrucción de la presencia económica y militar “de los infieles” en Oriente Medio) puede cambiar la realidad geopolítica a la que aspira el islam radical para “reconquistar” lugares santos, y para controlar regiones petroleras y rutas intercontinentales e interoceánicas.
El rol de la OIEA
Si los ataques de 2023 abrieron una ventana para operaciones militares a gran escala (planificadas durante años para eliminar a Hezbolá y a Hamás), las conclusiones recientes del Organismo de Energía Atómica de Naciones (OIEA), respecto de que no se justifica que Irán necesite enriquecer cantidades de uranio más allá de las demandas para usos civiles, abrió a Israel una nueva compuerta.
Y aunque la OIEA luego intentó morigerar esas conclusiones, lo concreto es que, desde la perspectiva israelí (y también de la de Estados Unidos), ese organismo de Naciones Unidas no pudo asegurar que Irán no esté, en definitiva, desarrollando armamento atómico.
En contexto, fue la OIEA la que entregó la justificación que el sector del Primer Ministro Netanyahu requería para atacar instalaciones y objetivos vinculados al programa nuclear iraní, y para que enseguida Estados Unidos complementara la faena bombardeando los tres sitios más importantes de dicho programa.
Eso, con el antecedente de que fue el propio Donald Trump quien, durante su primer mandato, denunció el citado acuerdo de 2015, acusando que el programa nuclear iraní tenía fines militares disfrazados de programa civil. Ahora solo faltaba contar con “la duda razonable”, que al final aportó la OIEA.
Desde una perspectiva más amplia, hay que recordar que en todo esto el referente está “en el otro lado del mundo”, en el programa nuclear de Corea del Norte, el cual ni la diplomacia multilateral, ni los buenos oficios de la OIEA, lograron detener. La consolidación del programa nuclear norcoreano se erige hoy como una de las principales amenazas a la paz mundial.
La reacción administrativa de Chile
La obligada condena del gobierno a los ataques de Hamás sobre civiles no logró empañar su hostilidad hacia Israel. Entre sus reacciones, la más discutida es aquella que condiciona el comercio bilateral en defensa. Esto, sin considerar ni el efecto sobre contratos vigentes, ni el impacto sobre el aseguramiento de la funcionalidad de cierto armamento, ni sobre la operatividad y actualización de sistemas de armas y de vigilancia necesarios para nuestra propia seguridad.
Le han seguido ciertas prohibiciones de importación de productos israelíes desde “territorios ocupados” (¿?), y el retiro de los agregados de defensa. En definitiva, medidas administrativas y superficiales.
Quizás lo más significativo corresponde al co-patrocinio de una denuncia contra el Estado de Israel ante la Corte Internacional de Justicia, cuyo su efecto práctico para el interés nacional se reduce al costo de los honorarios de conocidos abogados sobre el presupuesto de la Cancillería (que se sabe ya tiene un presupuesto muy exigido).
Otra vez al filo de la navaja
La hollywoodense escenificación norteamericana para informar sobre los ataques a objetivos nucleares iraníes revela, entre otros factores, un estado de ánimo fervientemente autorreferencial, que sobrevalora capacidades propias, desestima aportes de los aliados, y subestima a los adversarios. Se trata de un discurso que postula la “imbatibilidad de Estados Unidos”, con un marcado componente de culto a la personalidad del Presidente.
Mucho más allá de lo novedoso que parezcan las comparecencias de personeros norteamericanos haciendo anuncios que parecen sacados de películas de ciencia ficción (el Presidente anunciando al mundo que Estados Unidos y sus “superhéroes tipo Marvel” acaban de salvarle de la última invasión alienígena), lo concreto e importante es que el actual gobierno norteamericano recién comienza, y posee recursos formidables no solo en el plano militar, sino en el económico.
Ante un escenario de mayor conflicto reflejado, por ejemplo, en el potencial bloque del estrecho de Ormuz y/o la ruta del canal de Suez, con sus efectos sobre el precio y disponibilidad de hidrocarburos (recesión y precio del dólar de por medio), todo indica que, en el peor de los casos, “la prudencia y el auto-control no dañan”.
Para un país periférico y dependiente del comercio internacional y del precio del cobre y del petróleo, lo anterior debería ser suficiente para adoptar una actitud cauta. Esto, lamentablemente, no parece hacer sentido al Presidente, a quien se observa dispuesto a agotar su período antagonizando al gobierno norteamericano, y en no perder ocasión para afectar las relaciones con Israel.
Muy preocupante, pues, en el corto plazo, el bombardeo norteamericano sobre instalaciones iraníes puede tener diversas y muy graves repercusiones. Si algunos estiman que, como en Siria, la ofensiva israelí podría catalizar el fin de la teocracia de los Ayatolas, lo cierto es que no hay indicios de que ello suceda.
Lo más probable es que nuevos ataques sobre objetivos norteamericanos, israelíes y, en general, occidentales (“cristianos”) estén aún por ocurrir, para complicar, si cabe, un conflicto de profundas implicancias geopolíticas y (aunque no guste) civilizacionales, con un gigantesco potencial para escalar a nivel global.
Chile no debería ser parte de una dinámica de ese tipo. Para ello, sin embargo, se necesita no solo mayor comprensión de los hechos (y ramificaciones), sino un poco más de humildad y sentido común para aceptar que en esta -como en otras crisis del hemisferio norte- los chilenos (no solo el gobierno) no tenemos nada que ganar, y sí mucho que perder.