En 2016, Donald Trump no consiguió la mayoría en la elección de noviembre – Hillary Clinton obtuvo cerca de tres millones de votos más – pero sí aseguró los suficientes en el Colegio Electoral con lo cual se transformó en el presidente 45 de Estados Unidos.

Su llegada a la Casa Blanca fue polémica y polarizó a este país como hace décadas no se veía.

Su mandato ha tenido el mismo tenor: desde controversias con la actriz porno Stormy Daniels, un lenguaje nunca antes visto en un mandatario e incluso la sombra de la intervención rusa en su victoria han sido solo algunos de los escándalos que han acaparado la atención de la prensa local y mundial.

Ahora Trump espera arrasar nuevamente en el Colegio Electoral, el mecanismo que en Estados Unidos decide quien llega o no a la primera magistratura, y ha puesto el foco de su campaña en Florida y los swing states, aquellos estados donde el voto puede fluctuar entre un partido u otro en cada elección.

Las encuestas dan por ganador a Joe Biden, algo similar a lo que ocurrió en 2016 cuando todos los sondeos afirmaban que Clinton ganaría holgadamente sobre Trump. Sin embargo eso no ocurrió.

Pero de mantenerse o no al mando del Ejecutivo (algo que probablemente no se sabrá en varios días, en el peor de los casos), Trump ya forjó un legado que se hará sentir por décadas en Estados Unidos, incluso – muy probablemente – después de su muerte.

Las cortes de Trump

En Estados Unidos es el Senado el que confirma a los jueces del sistema de justicia federal.

El Senado ha estado en manos de los republicanos por años, por lo cual el grupo de legisladores, dirigidos por Mitch McConnell (Kentucky), bloqueó a toda costa aprobar a los nominados de Barack Obama a este poder del Estado.

Trump ha tomado como una victoria personal haber nominado e instalado satisfactoriamente a tantos jueces, pero lo cierto es que solo pudo hacerlo porque con McConnell Obama no pudo hacer nada.

Con Trump en la Casa Blanca, con 53 de los 100 escaños en el Senado y con el republicano Lindsey Graham como presidente de la Comisión de Justicia, McConnell dio rienda suelta a aceptar a todo modo las propuestas de Trump.

En concreto, hasta el 25 de septiembre, Trump ha logrado confirmar a 218 jueces federales, un cuarto de todos los puestos del país.

Hasta el 22 de octubre, en el sistema de justicia federal de EEUU había 60 vacantes, 37 nominaciones en espera, 14 personas aguardando su votación y 23 magistrados en la fila para acudir a sus audiencias ante la comisión donde los republicanos tienen 13 senadores y los demócratas 10.

Corte Suprema

Tal vez la nominación más noticiosa fue la de Amy Coney Barrett, una jueza ultraconservadora de 48 años perteneciente al séptimo distrito judicial de Chicago, una católica devota que es abiertamente anti aborto.

Coney Barrett trabajó con Antonin Scalia, un supremo ultraconservador fallecido en febrero de 2016, por ende conoce el trabajo del máximo tribunal federal.

Su nominación se conoció a los días de la muerte a los 87 años de Ruth Bader Gingsburg, la suprema liberal que se transformó en un ícono juvenil, progresista y feminista e incluso recibió el apodo de “notoria RBG” de la mano del rapero The Notorious B.I.G., asesinado en 1997.

Programas como Saturday Night Live y películas como On the Basis of Sex (Felicity Jones y Armie Hammer) solo hicieron que su popularidad creciera.

Entre los logros de su carrera judicial, RBG formó parte de la batalla legal para que las mujeres pudieran manejar su dinero e incluso acceder a tarjetas de crédito a su nombre, y no bajo el de su marido.

De por vida

A diferencia de la Suprema chilena, donde los ministros trabajan hasta los 75 años como máximo, en Estados Unidos el trabajo es de por vida.

Trump, de 74 años, instaló a tres justices bajo su gobierno, con lo cual el tribunal quedó con una mayoría republicana de 6-3 que podría durar tres décadas.

Y en el caso de los jueces federales sucede algo parecido, ya que ambos cargos se rigen bajo el artículo III de la Constitución. Este da luz verde a su desempeño mientras haya “buen comportamiento”, lo que realmente significa “de por vida”, a menos que se renuncie, se destituya o se muera.

Por ello asegurar el sistema judicial con magistrados simpatizantes del Partido Republicano era importante para Trump: eso mismo le convendría al mandatario si esta elección termina en la Suprema, como ocurrió en 2000 con George W. Bush versus Al Gore.

Sumado a ello, en las próximas semanas la Corte Suprema tiene que escuchar alegatos en contra del Obamacare, el sistema de previsión de salud instalado por el expresidente que asegura a más de 20 millones de estadounidenses.

Trump es un abierto detractor del programa y lleva años afirmando que tiene una idea mejor y “hermosa”, aunque no la ha compartido ni en debates ni ante las constantes consultas de la prensa.

El caso apunta directamente a la constitucionalidad del Obamacare. Si la Corte falla en contra, eso significará la revocación total del programa.

Joe Biden y Kamala Harris, los opositores de Trump y Mike Pence este martes, no han respondido las consultas de los medios sobre si tomarán o no acciones para remediar el desequilibrio en la Suprema.

Particularmente han evadido confirmar o negar si recurrirían al court packing, es decir, aumentar el número de ministros que se sientan en el tribunal de última instancia.