Entre los años 60 y 90, más de 20.000 niños chilenos fueron adoptados y llevados al extranjero por familias francesas, italianas o estadounidenses. Adopciones incentivadas por la dictadura de Augusto Pinochet. Pero, décadas más tarde, la verdad salió a la luz: muchas de estas madres nunca habían consentido a separarse de sus bebés.

Les fueron arrebatados por enfermeras, asistentes sociales, abogados o religiosos en adopciones irregulares. Justine Fontaine y Lucile Gimberg fueron al encuentro de esas madres en Chile, y de esos hijos en Francia, que buscan la verdad.

Son historias que tocan lo más profundo del ser. Madres que llevan una pena inmensa escondida en el corazón, a veces por más de 30 años.

Sus hijos, muchos cuando eran bebés, les fueron arrebatados en el Chile de los años 70 y 80, durante la dictadura militar.

Y del otro lado de esta cadena invisible, a miles de kilómetros, en Francia, jóvenes adultos viven con preguntas íntimas sin resolver.

¿Cómo era mi mamá? ¿Cómo fue la película de mis primeras semanas de vida? ¿Por qué fui adoptado?

De Denisse a Marie

Aída Cáceres, hoy de 57 años, es inspectora municipal en la ciudad de Padre Hurtado, en las afueras de Santiago de Chile.

Adopciones forzadas entre Chile y Francia: la larga búsqueda de madres e hijos
Justine Fontaine | RFI

“Esa pregunta, no se me va a olvidar nunca, nunca nunca nunca: ¿eres mi madre? Y yo quedé en shock. Fue el 4 de julio de 2018. Y éstas son todas las conversaciones que tuvimos, desde que supe que estaba ella con vida, porque a mí me habían dicho que ella había fallecido, y no… no era así”, recuerda.

A sus 21 años, Aída quedó embarazada, después de una corta historia de amor con un obrero que trabajaba en la pavimentación, en el sur de Chile. El 21 de septiembre de 1986, en el hospital de Coronel, dio a luz a una niña, Denisse.

“Yo me acuerdo, el momento en que ella nació, que la enfermera me dijo: ‘Mira qué linda es tu hija’. Es lo único que me acuerdo de ella. Yo la sentí llorar, y ahí, hasta la fecha, no la he visto nunca más, hasta ahora. Después estuve varios días hospitalizada y nunca me llevaron a la guagua, nunca. Yo no estaba muy bien, la bebé no venía bien, y supuestamente la bebé había nacido muy mal, fue lo que me dijeron, que había fallecido. Pero como con un instinto de madre, yo sabía que no estaba muerta, porque sí me acordaba de las palabras que me dijo la enfermera, y yo con eso me quedé. Y cuando me dieron de alta, yo volví a buscarla al hospital de Coronel, y no estaba”, cuenta Aída.

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Yo me acuerdo, el momento en que ella nació, que la enfermera me dijo: ‘Mira qué linda es tu hija’.
- Aída Cáceres

Denisse, su hija, fue llevada a un hogar de monjas en Concepción y luego a Santiago, donde las adopciones la llevó hasta una pareja que había viajado para ello desde la región de Tolosa, en Francia.

Desde entonces, su hija se llama Marie.

Según Aída, esa adopción fue “muy irregular, porque ella nació el 21 de septiembre, y el 17 de diciembre del mismo año, ya estaba saliendo de Chile. Para mí, es imposible que en un mes y medio esté listo un juicio de adopción en donde yo jamás he participado, en donde jamás di mi consentimiento, en donde jamás se acercaron ni siquiera a mis papás para preguntar si estaban en condición de recibir ellos a la bebé”.

Gracias a las redes sociales, su hija, ahora adulta y que sólo habla francés, logró encontrarla después de 30 años. Ahora se escriben por mensajería.

“¿Por qué me quitaron a mi hija?”

Más de mil kilómetros más al sur, en la lluviosa isla de Chiloé, Ruth Huisca, de 56 años, acoge a Justine en una de esas casas tradicionales de tejas de madera. “Mi mamá me abandonó desde chica, y me crie con mis abuelitos, los papás de mi padre. Fui criada por el campo, cerca de Osorno. A los 13 años me vine a vivir a Osorno con una tía, me puse a trabajar, estuve un tiempo trabajando por casa dentro”, narra.

A Ruth, le arrebataron su hija cuando ésta tenía un año. Ruth era muy joven, pobre, de familia indígena mapuche, había estudiado sólo hasta los 12 años y desde hace poco era madre soltera.

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Firmé por el miedo, para que no me llevaran detenida.
- Ruth Huisca

“Yo dejé a mi hija en pensión, porque igual en esas etapas los abuelitos tampoco permitían que llegue uno con una guagua a su casa, y dejé mi hijita en manos de una señora en la que confiaba. Incluso le pagaba mensualmente 5.000 pesos, era plata en esos años. Quedé tranquila que estaba mi hija en buenas manos. Pero cuando me vine a la isla de Chiloé, estuve seis meses enferma, en cama, no pude mandar el dinero, y ahí fue que ella me mandó una carta judicial diciendo que yo había abandonado a mi hija. Yo no la he abandonado, yo la tenía en pensión. ¿Por qué ella hizo esto conmigo? ¿Por qué me quitaron a mi hija?”, lamenta Ruth.

En el juzgado, Ruth cuenta que fue forzada a firmar un documento que apenas entendió al leerlo: la adopción de su hija. “La asistente social me empezó a decir que yo era pobrecita, que algún día me iba a casar, y a tener muchos hijos, y que no me haga problemas, y que firme”, recordó.

Ruth buscó a su hija durante cinco años. Fue varias veces a la policía. En vano.

“Hay más de 25.000 casos de adopciones irregulares”

En Chile, unas 700 mujeres o familias ya han presentado denuncias ante la justicia por adopciones irregulares que datan principalmente de los años 70 y 80. Pero la policía chilena y las asociaciones estiman que desde 1960, más de 20.000 niños podrían haber sido adoptados de forma irregular.

Marisol Rodríguez es vocera de la asociación Hijos y Madres del Silencio, una agrupación que desde 2014 recopila datos y apoya a quienes buscan a sus hijos robados en Chile: “Hay más de 25.000 casos de adopciones irregulares, llevamos alrededor de 250 encuentros familiares. Se llevaron a más de 18 países a hijos e hijas de Chile, dentro de ellos Francia, Bélgica, Holanda, Suiza, Suecia, Noruega, Estados Unidos, Inglaterra, Australia, Canadá, y muchos otros”, señala.

Las víctimas eran madres solteras en su inmensa mayoría, jóvenes, pobres, vivían en zonas rurales en particular en el sur de Chile, y muchas de ellas eran de familias indígenas y analfabetas.

“A muchos de los padres adoptivos les dijeron que sus hijos estaban susceptibles de adopción, y a las madres biológicas les mintieron, les dijeron que sus hijos habían fallecido. Los niños estaban ya ofrecidos desde antes de que nacieran, captaban a las mujeres embarazadas o simplemente los robaban de los hospitales. Niños más grandes se los llevaban de la guardería donde las madres trabajadoras los habían dejado para el cuidado por la semana, y después no los dejaban ver a las madres y los daban en adopción. Hay otro caso en el cual les decían a las madres que al nacer estos niños venían con malformaciones o con enfermedades muy graves para las cuales no había solución en Chile, y les decían que si ellas los amaban tenían que darlos en adopción si no el niño se iba a morir en Chile”, detalla Marisol Rodríguez.

Pero ¿quiénes despojaron a estas madres de sus hijos? Enfermeros, asistentes sociales, médicos, abogados, jueces, sacerdotes y monjas aparecen en los relatos de las víctimas. Algunas personas en numerosos casos y hacia diferentes países de destino.

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Me encontré con varios clientes extranjeros, franceses, italianos, australianos, que venían a hacer adopciones de niños.
- Guido, empleado del Hotel Conquistador

Muchas familias adoptivas pasaron por los mismos hoteles en Santiago o Concepción. Guido, hoy de 59 años, trabajó en el restaurante de uno de esos hoteles de la capital chilena, el Hotel Conquistador, durante 20 años: “Del 79 hasta el 97, era un hotel de turismo, en pleno centro de Santiago”, precisa.

Hasta ahora este ex empleado nunca había hablado con la prensa, por miedo a las consecuencias. Por primera vez aceptó dar su testimonio a Radio Francia Internacional: “Me encontré con varios clientes extranjeros, franceses, italianos, australianos, que venían a hacer adopciones de niños. Uno no se daba muy bien cuenta de lo que pasaba, pero después uno sacaba conclusiones. Eran muchos niños los que salían de ahí”, recuerda.

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Las personas encargadas de los trámites “eran siempre las mismas, incluso hay una persona de la que me acuerdo el nombre, se llamaba María Gloria, ella trabajaba en el hotel, tenía una oficina ahí. Siempre estaba con las parejas que querían adoptar”, añade.

“Menores y adopciones irregulares”

Más de 30 años después de los hechos… En 2019, tras las revelaciones de investigaciones de prensa, una comisión parlamentaria fue creada por la Cámara chilena de diputados.

Los parlamentarios concluyeron que existieron “redes mafiosas”, “asociaciones ilícitas de profesionales de la salud, asesores de adopción e inclusive funcionarios públicos”, que operaron en el tráfico internacional de niños chilenos despojándolos de sus madres, provocando un daño irreparable en las familias afectadas.

Según la información que recopiló la historiadora Karen Alfaro, las familias extranjeras pagaban entre 6.500 dólares por un bebé y 150.000 dólares por un grupo de hermanos y hermanas.

El abuso de poder sobre familias pobres existió antes y después de la dictadura, pero para la académica de la Universidad Austral de Chile, esas adopciones se convirtieron en una política de Estado durante el régimen militar.

“Durante la dictadura, y en el marco de una política infanto-materna, creo que lo que ocurrió fueron adopciones forzadas de niños chilenos al extranjero, como parte de un diseño geopolítico de la dictadura militar”.

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La dictadura buscaba dar muestras de desarrollo económico y este segmento de la población era visto como un problema.
- Karen Alfaro

En 1978, la junta militar adopta el plan quinquenal de menores que, entre otras cosas, promueve la adopción internacional.

En esa época se usa el concepto de los “menores irregulares”, es decir los niños con problemas físicos o mentales, pero también los niños pobres.

“Creo que las adopciones forzadas de niños se inscriben dentro de una política de violencia social contra las familias pobres, con un objetivo de política de población, una especia de eugenesia social. O sea, la dictadura buscaba dar muestras de desarrollo económico y para eso, este segmento de la población era visto como un problema. En la prensa de la época lo llamaban ‘el gran problema nacional’: ¿qué hacer con estos 650.000 menores irregulares?”, explicó Karen Alfaro.

Menos niños pobres también eran menos candidatos para unirse a las filas de la oposición de izquierda, considera la historiadora.

Con las adopciones internacionales, el régimen militar buscaba además recuperar lazos diplomáticos con países que habían recibido a muchos exiliados políticos y donde existían fuertes campañas contra la dictadura de Pinochet.

Por ejemplo, Francia.

El caso de Francia en la adopciones

Del otro lado del mundo, en el sur de Francia, varias decenas de personas están reunidas en la sala municipal de un pueblo en medio del campo, cerca de Tolosa. La asociación que ha convocado al evento se llama Chilenos Adoptados por el Mundo, CAW.

Fue creada en 2018 por tres adultos –entonces instalados en Holanda, Suecia y Bélgica– que habían descubierto que fueron adoptados de forma irregular en Chile.

Johanna Lamboley y Aurélien Boué ahora son los representantes de la organización en Francia.

“Mi historia personal es que en 2015 fui a Chile, solo, para buscar a mi familia biológica pero no logré encontrarla. Luego contacté a la ONG CAW y Jessica me ayudó mucho. En seis meses, ella había encontrado a una parte de mi familia”, cuenta Aurélien.

“Yo fui adoptada en Chile en 1986 cuando tenía cinco años y medio. Vivía con mi mamá. Fui robada a mi mamá biológica que me estuvo buscando durante 36 años”, recalca Johanna.

Tras una investigación, la policía chilena concluyó que la adopción de Aurélien fue legal. La de Johanna en cambio, reúne las características de esas adopciones irregulares que se multiplicaron durante la dictadura militar de Pinochet.

“Mi mamá era soltera, muy joven, no tenía 20 años. Vivíamos con mi abuela materna. Un día mi abuela nos echó a la calle. Mi mamá no encontraba trabajo porque me tenía que cuidar a mí… Entonces fue a pedir ayuda al tribunal de Concepción. Allí conoció a una asistente social, Esmeralda Quezada, que le dijo que me podía dejar en una pensión. Una pensión donde durante la semana me iban a cuidar, educar, enseñar a leer, escribir y dibujar, y que ella me podría ir a buscar los fines de semana. Me pudo ver una sola vez, a través de una ventana… El segundo fin de semana yo ya no estaba ahí. Le dijeron que me habían desplazado a otro hogar de niños… Buscó por toda la ciudad de Concepción… Y como estaba haciendo demasiado ruido, la policía le fue a ver y le dijo que parara, que si no, iba a ir a la cárcel. Por eso se quedó callada. Durante años, cuando escuchaba algo, pedía ayuda… Pero nunca se hubiese imaginado que yo había salido de Chile”, narra Johanna.

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Todavía me veo sentada en la estufa, aplaudiendo y cantando con ella.
- Johanna Lamboley

Lo que siguió fue lo que pasó con miles de niños… Johanna fue llevada a un hotel de Santiago, El Montecarlo, donde conoció a su familia adoptiva.

Según la psicóloga invitada en el encuentro aquel sábado cerca de Toulouse, incluso los bebés recuerdan de alguna forma esos eventos traumáticos cuando fueron separados de sus madres.

Cuando le sucedió, Johanna tenía cinco años y medio. Todavía recuerda a su mamá.

“Todos tenemos recuerdos. Yo viví con mi mamá entonces me acuerdo de muchas cosas con ella: las canciones que cantábamos, los olores, las cosas que nos gustaban. Mi mamá biológica se llama Susana y en esa época el cantante Fausto cantaba algo sobre Susana. Mis recuerdos con mi mamá son esos… Esa canción, ella con una escoba en la mano bailando en medio de la habitación… Es una persona muy alegre, muy expresiva… Todavía me veo sentada en la estufa, aplaudiendo y cantando con ella”.

“Solo sé que nací en Punta Arenas”

A la hora almuerzo, después de unas empanadas, un treintañero alto y fuerte se nos acerca. De ojos oscuros, pelo negro y muy corto.

Este gendarme de profesión nos cuenta con timidez que quiere dar su testimonio porque la búsqueda de sus orígenes apenas empieza para él.

Se llama Alban Dubaux, tiene 30 años. Nació el 20 de mayo de 1991 en Punta Arenas, en el extremo sur de Chile.

Fue llevado a Francia poco después, en junio de 1991. Son las únicas informaciones que tiene Alban sobre sus primeras semanas de vida.

En su documento chileno de identidad, donde aparece su foto de bebé, ya tiene sus nombres y apellido franceses.

“Mis padres adoptivos fueron contactados antes de que yo naciera. Me adoptaron cuando tenía apenas 15 días. Me dijeron que todo se hizo muy rápido, que tomaron un avión y que se fueron a Punta Arenas. No sé si son fotos que vi, o imágenes que me quedaron de cuando era bebé, pero sé que mis padres fueron a buscarme a un convento. Me veo en medio de esas mujeres, muy protectoras, con mis padres al lado… Sé que era un lugar religioso, aún veo las cruces en las camas… Pero no sé dónde fue exactamente. Solo sé que nací en Punta Arenas”, recordó.

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Entonces pregunté a mis padres y me di cuenta de que era un tema tabú…
- Alban Dubaux

De su adopción Alban pudo hablar sin tapujos con sus padres hasta sus seis años.

Después, a causa de las pesadillas que lo azotaban cada noche y más tarde por las dificultades que sus padres enfrentaban con su hermana, adoptada en Rumanía, el tema se volvió prohibido.

Cuando, a sus 18 años, Alban quiso encontrar los documentos de su adopción que había visto cuando niño, sus padres ya los habían hecho desaparecer.

“Me puse a buscar por todas partes en la casa… Y no encontré ninguno de los documentos que había visto cuando niño. Busqué en el ático, en la granja, y nada. Entonces pregunté a mis padres y me di cuenta de que era un tema tabú… Me dijeron cosas muy fuertes. Era muy violento… Para que dejara de buscar y metiera mis narices en otro lado”, cuenta.

Otros padres adoptivos fueron transparentes con sus hijos y los acompañaron en su búsqueda de la verdad, entregándoles todos los documentos.

Pero aunque los apoyen en eso, para ellos es difícil descubrir que fueron engañados.

Descubrir que lo que para ellos fue una felicidad intensa tenía un trasfondo oscuro.

“Todo parecía legal”

Muy pocos padres adoptivos han aceptado hablar con la prensa.

André Bourgier consintió a conversar, incitado por su hija Leticia que fue adoptada en 1987 y que ya ha encontrado a su madre biológica.

“Sabíamos que era muy difícil adoptar en Francia, se demoraba cuatro o cinco años, y sabíamos que era más sencillo adoptar en el extranjero. Cuando partimos a la aventura en Chile, habíamos tomado algunos datos en Francia, conocíamos a otras familias francesas que ya habían adoptado en Chile y que nos habían dado direcciones y contactos. Cuando llegamos a Chile, nos esperaban familias chilenas amigas que nos ayudaron en nuestra búsqueda de un bebé… Eran familias normales, todo me pareció normal a mí”, expresa.

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Ahora, cuando Leticia habla de su historia, siento que se ha liberado un poco.
- André Bourgier

André Bourgier dice que no pagó nada para tener el bebé: “Lo único que pagamos fueron las traducciones de algunos documentos y los gastos en tribunales para que estampillen los documentos… Lo mismo que uno pagaría en un tribunal en Francia. Todo parecía legal”, afirma.

Más de 30 años después, André Bourgier acompañó a su hija en su largo proceso de búsqueda de la verdad.

Hasta viajó a Chile con ella. Ahora, su hija ya ha visto a su madre biológica varias veces.

Un nuevo equilibrio se está instalando: “Ahora, cuando Leticia habla de su historia, siento que se ha liberado un poco. Se estresa menos. Es más libre”, dice André.

Un proceso largo y doloroso

Consultado por Radio Francia Internacional para saber cuántos niños chilenos fueron adoptados y salieron hacia Francia en aquella época, el Ministerio francés de Asuntos Exteriores sólo entregó una cifra parcial.

Según el apodado “Quai d’Orsay”, se registraron 1.706 adopciones de niños en Chile entre 1981 y 2021.

En otros países europeos, las autoridades han investigado los hechos, revelando sistemas organizados con complicidades también en los países de destino. Suiza y Holanda, por ejemplo, reconocieron una responsabilidad del Estado.

La historiadora de la Universidad Austral de Chile, Karen Alfaro, considera que muchas autoridades al menos hicieron la vista gorda.

“Salvo excepciones, hacían vista gorda, tanto las autoridades de los países de destino de estos niños como las agencias que hacían la promoción de la adopción, que hacían de puente. Incluso, violando con esto, la normativa de sus propios países”.

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Para mí hablamos de violaciones a los derechos humanos…
- Laetitia Bourgier

En Francia, las asociaciones de hijos adoptados piden al Estado que los reconozca como víctimas y que los ayude para encontrar y conocer a sus madres biológicas.

Todo este proceso debe ser acompañado por profesionales, añade Leticia, adoptada de forma irregular en Chile en el 87 y hoy trabajadora social: “Son temáticas muy íntimas, que tocan los pilares fundamentales del ser humano, de su identidad. El acompañamiento debe ser pensado por un equipo pluridisciplinario: con psicólogos, trabajadores sociales, traductores… Porque es un tema cultural y tiene un fuerte impacto psicológico para todos”.

“Para mí hablamos de violaciones a los derechos humanos… Tener acceso a sus orígenes es un derecho. Y hablamos de tráfico de niños. Es demasiado grave para que el Estado francés no tome medidas ni ofrezca un acompañamiento adecuado. Somos miles… Ahora hablamos de Chile, pero podríamos hablar de muchos otros países donde hubo adopciones internacionales”, subraya.

En Chile, dos jueces están investigando cientos de denuncias. Y el gobierno ha prometido implementar un banco genético para favorecer los reencuentros entre las madres chilenas y sus hijos robados.

Dos procesos lentos, pero que levantan muchas esperanzas.