En los últimos años, el tiempo dedicado a la Cultura había sido particularmente bajo en la Cuenta Pública, porque rara vez ha sido “importante”; pero en 2020, Sebastián Piñera simplemente no la incluyó en su discurso ante el Congreso. Este año, en cambio, le destinó sólo unos pocos segundos: menos de un minuto en un discurso de casi 95.

En el minuto 12 mencionó, en forma general y ambigua, a la cultura, la creatividad y la diversidad, en una lista mayor de cualidades. Volvió a incluir la palabra a los 22′, pero siempre en esas conocidas frases del Presidente que poco o nada dicen.

Fue recién en el minuto 35 que Sebastián Piñera realmente dijo algo sobre Cultura. Volvió a señalar, como en la Cuenta de 2019, que están impulsando la nueva Ley de Patrimonio que reemplazaría a la Ley 17.288, incluyendo esta vez al Patrimonio Inmaterial.

“Con el aporte de diversas instituciones, estamos avanzando en la necesaria nueva Ley de Patrimonio Cultural, que actualiza la centenaria ley de Monumentos Nacionales, reconoce el patrimonio intangible y pone fin al centralismo. No hay desarrollo sin cultura, en la que radica nuestra identidad común”, se lee en el discurso emanado desde el Gobierno.

El problema es que, mayoritariamente, las organizaciones y gremios vinculados al Patrimonio, así como muchos especialistas e instituciones, han rechazado este proyecto.

Entre las diversas críticas, destaca el hecho de que no realizaría una real descentralización de las instituciones y de las decisiones sobre el tema, manteniendo una fuerte politización en los órganos que determinarían qué se protegería y cómo se intervendría. Además, deja a un lado la Consulta Indígena, promoviendo una visión netamente mercantilista del Patrimonio.

En el minuto 82, volvió a mencionar la Cultura en relación al desafío sobre los adultos mayores.

Cabe recordar que el área, incluyendo la música docta y popular, el teatro, danza, artes visuales y cine, entre otros (integrando a su vez a los creadores, técnicos y a todos los ecosistemas relacionados) son uno de los sectores más duramente afectados por la pandemia, con las tasas más altas de cesantía.

A ello se suma que son áreas con alta precarización laboral, porque muchos trabajan en base a proyectos de escasa duración (y sin contratos mediante). Esta situación, por lo mismo, ha impedido que muchos trabajadores de la industria cultural accedan a los beneficios gubernamentales para enfrentar la coyuntura.

Las consecuencias de la crisis sanitaria, en lo que a Cultura respecta, son difíciles de cuantificar, porque muchas de ellas tienen relación con la ruptura de equipos de trabajo que cuesta años consolidar, además de un cierre significativo y temporal de diversos espacios de trabajo.