Alrededor de 8 mil niños y niñas de Pre Kínder y Kínder abandonaron el sistema escolar este 2021. Esta cifra es alarmante y representa, en parte, el impacto que ha tenido la pandemia en los grupos familiares.

En el contexto de clases remotas, las familias se han enfrentado a la disyuntiva de priorizar cuáles de sus hijos tendrán la oportunidad de mantenerse involucrados y activos en su escolaridad. Entran en la ecuación el acceso a dispositivos, la disponibilidad de tiempo y las energías de los adultos cuidadores. En general, los que quedan como última prioridad son los párvulos.

Es interesante preguntarse si estas cifras son una consecuencia de la pandemia o si acaso nos enrostran un problema cultural previo: la falta de valoración que asignamos en nuestro país a la educación parvularia.

Existe extensa evidencia respecto a que los primeros años (de los 0 a 6 años de edad) son determinantes para el desarrollo socioemocional y cognitivo de las personas. El premio nobel de economía James Heckman incluso lo expresó en términos monetarios, señalando que cada dólar invertido en primera infancia tiene una rentabilidad siete veces mayor que el invertido en educación superior. Sin embargo, en Chile –al interior del Parlamento y de los hogares- pareciera que aún hacemos oídos sordos y tomamos decisiones que no toman en cuenta la relevancia de los primeros años. No existe una cultura que valore la educación parvularia.

Por ejemplo, en los resultados de la encuesta Casen 2017, más de un 60% de los apoderados que no tiene a sus hijos inscritos en pre kínder o kínder declaró fundar su decisión en que “están bien cuidados en la casa” o porque “no son tan importantes esos años”.

Al mismo tiempo, un 66% de los estudiantes que sí están matriculados en educación parvularia suele perder al menos un mes de clases al año y presentar ausentismo crónico temprano (cifras de Fundación Oportunidad)

En nuestro Parlamento, por otra parte, vemos que el año 2013 se aprobó con bombos y platillos la Reforma Constitucional que hace obligatorio el kínder, pero que hoy -8 años después- aún no prospera la ley que hace operativo ese mandato constitucional.

Y así suma y sigue.

Entonces, no nos asombremos cuando vemos que miles de niños salen del sistema. Con o sin pandemia, el problema parece ser que aún no nos convencemos del valor de la educación parvularia.

Mientras antes empecemos, mejor. Comencemos entonces por dar las señales coherentes con lo que nos muestra la investigación: despachemos pronto la ley de kínder obligatorio, avancemos en fortalecer la calidad de la educación parvularia, (in)formemos a las familias respecto del impacto en el desarrollo de sus hijos e hijas.

Rebeca Molina, Fundación Presente (c)

Rebeca Molina
Directora ejecutiva Fundación Presente
www.programapresente.com